Diversos estudios, tanto en Chile como el extranjero, dan cuenta cómo las barreras y las oportunidades que entrega el mercado laboral varían según las condiciones sociales de quien busca trabajo, reproduciendo normas culturales dominantes y generando escenarios de discriminación múltiples y simultáneos. Lo anterior se acrecienta en la medida que el género se entrecruza con la nacionalidad, la pertenencia a pueblos indígenas, la orientación sexual o identidad de género. En palabras simples: el mercado y las normas culturales instalan más obstáculos para las mujeres en su acceso al mundo laboral.
Este escenario se hizo aún más patente con la pandemia del Covid-19, que expuso y agravó estos retos preexistentes, llevándolos a cifras nunca vistas: la inclusión de las mujeres en el mercado laboral retrocedió 10 años (INE 2021; OIT 2021) y cuatro quintos de las mujeres chilenas que dejaron de trabajar durante la pandemia no buscaron un nuevo empleo, asumiendo aún más labores de cuidado de niños/as y adultos/as mayores.
De hecho, las mayores caídas en los niveles de ocupación ocurrieron entre las mujeres de hogares con niñas y niños entre 0 y 4 años (CEPAL 2021), las cuales experimentaron dificultades para llevar a cabo sus trabajos al mismo tiempo de realizar labores de cuidado, lo que afectó, especialmente, a quienes realizaban trabajos informales.
Los datos de la Encuesta Nacional de Empleo (ENE) 2022 son decidores: 42% de las mujeres se encuentran ocupadas, versus 58% de los hombres; el 63,9% de las personas inactivas son mujeres y dentro de los principales motivos están las razones familiares permanentes (labores de cuidado de niños, niñas y adolescentes, o personas dependientes). Por tanto, en pandemia la doble y triple jornada de las mujeres se acentúo para muchas. Mientras otras quedaron fuera del mercado laboral: de un total de 1.282.429 personas que no buscaron trabajo o no estuvieron disponibles para trabajar por razones familiares permanentes: 1.230.042 son mujeres y 52.286 hombres.
¿Cómo romper estas barreras? Sin duda se requiere un sistema de cuidados que no esté basado solo en las redes de colaboración interpersonales, sino que sea una responsabilidad del Estado que diferentes colectivos de mujeres puedan, efectivamente, ingresar al mercado laboral. Asimismo, es imprescindible romper con las capacitaciones que reproducen los roles de género y abrir otros nichos laborales que, usualmente, están masculinizados o aquellos donde el número de mujeres es menor, como su formación en Ciencias, Tecnología, Ingeniería, Arte y Matemáticas (los llamados ámbitos STEAM).
Los datos indican que se hace urgente lograr vías de formación y capacitación laboral que rompan estereotipos de género y que tengan pertinencia sociocultural. Así lo refleja el reciente estudio "Pandemia y mujeres en situación de vulnerabilidad social: Barreras y oportunidades para la inserción sociolaboral de mujeres en Chile" (diciembre 2022), realizado por Prodemu y patrocinado por ONU-Mujeres, Unesco y la Subsecretaría del Trabajo, que profundiza en este tema, entregando cifras en las que hay poner atención.
El estudio -que encuestó a 1.163 personas en todas las regiones de Chile, concentrándose en colectivos de mayor vulnerabilidad- reveló que 65,5% de las mujeres dijo tener intenciones de continuar estudiando o capacitándose y que la mayor parte de quienes hicieron cursos a partir del año 2020 fueron orientados al trabajo por cuenta propia, por sobre el empleo dependiente.
En tanto, en la búsqueda de potenciar el trabajo por cuenta propia el 34,5% de las mujeres dijo no tener intenciones de estudiar ni capacitarse, la razón principal es que deben hacerse cargo del cuidado de algún miembro del hogar y de las labores de este.
Si miramos solo el caso de las mujeres indígenas, uno de los colectivos más vulnerables, podemos ver que su búsqueda de un empleo no dependiente se refleja en las áreas donde les gustaría capacitarse si pudieran hacerlo: iniciar un emprendimiento, difundirlo por redes sociales para hacerlo crecer y perfeccionar conocimientos (como telar, tejido, alfarería, etc.) que les permitan trabajar desde su casa. Entre los ítems que más nombran destacan administración, gastronomía, turismo, marketing digital, artes y artesanía, alfarería, huertos, acuicultura, manipulación de alimentos y repostería, entre otros.
Además del cuidado de miembros del hogar y las labores domésticas, las principales barreras que ellas mismas reportan para no capacitarse son dificultad en la accesibilidad geográfica a los territorios, el descenso de las formaciones presenciales, la falta de conectividad digital de los colectivos en territorios rurales y extremos, la no priorización como colectivo en algunos espacios formativos, repliegue para la producción familiar (sostenibilidad vital en pandemia), ideas preconcebidas sobre los colectivos indígenas, falta de adecuación y pertinencia sociocultural de los procesos laborales, como la falta de consideración de otras lenguas, entre otros.
De este modo, para lograr que estas capacitaciones se lleven a cabo en este grupo es importante diversificar la oferta hacia mujeres indígenas considerando las realidades de las regiones, las dificultades que representa el acceso geográfico, el idioma, la accesibilidad de internet, la diversidad de los pueblos indígenas y las realidades de cada colectivo. Barreras que pueden abarcarse y que, en mayor o menor medida, -de acuerdo a las problemáticas de cada colectivo- también afectan a las mujeres migrantes y LGBTI.
Estamos en un momento de post crisis pandémica que requiere poner atención especial a las maneras en que se incorporan los diferentes colectivos de mujeres al mercado laboral, fortaleciendo sus capacidades y habilidades, pero teniendo claro que debe ser con oportunidades que las alejen de la precariedad a través de posibilidades para un trabajo decente.
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