En Chile la pesca ha sido una actividad predominantemente masculina, principalmente aquella relacionada con embarcaciones en aguas profundas. Sin embargo, las embarcaciones más pequeñas y las tareas realizadas en tierra, tales como manufactura, procesamiento y comercialización de las capturas, entre otras, son en su mayoría, ejecutadas por mujeres. También la recolección de orilla, así como las actividades conexas a la pesca, en particular las relacionadas a gastronomía y administración.
Pese a eso, los aportes de las mujeres a la pesca han sido ignorados y no reconocidos por mucho tiempo, siendo relegadas a roles informales dentro del ejercicio de esta actividad productiva; aunque representan el 25% de la fuerza laboral pesquera nacional, en especial en las actividades de pre y postproducción.
En ese marco, uno de los más recientes avances en la materia, en Chile, es la Ley 21.370, que generó modificaciones a la Ley 18.892 General de Pesca y Acuicultura, estableciendo la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres dentro del sector pesquero y acuícola, eliminando toda forma de discriminación basada en el género y constituyendo el derecho a la plena participación de ellas en ámbitos culturales, políticos, económicos y sociales en relación con este ámbito.
Este cambio legal ha impulsado un aumento de la participación femenina en la pesca y en redes de mujeres de la pesca, tanto nacionales como latinoamericanas, quienes se han unido bajo la demanda por reconocimiento simbólico y económico de su labor.
Pese a eso, deben seguir lidiando con múltiples barreras impuestas en el ámbito social, familiar, laboral e incluso estatal, ya que, particularmente, en el caso de las mujeres de la pesca, acuicultura y actividades conexas es posible visibilizar brechas y exclusiones que no se centran solo en el género, sino que involucran dimensiones sociales, culturales y económicas que se articulan en conjunto a la forma en que se concibe la actividad en sí.
Lo anterior se explica porque las actividades económicas poseen imbricadas las relaciones sociales entre géneros, así como los vínculos que estructura la sociedad con la naturaleza, razones por las cuales las acciones desde las organizaciones y el Estado no solo deberían perseguir evidenciar las brechas de género, sino que, además, asegurar la subsistencia de la pesca artesanal, comprendiendo la actividad como un sistema sociocultural que necesita garantizar la biodiversidad marina y la seguridad alimentaria.
Ello requiere de una apuesta política que posicione a las mujeres como agentes fundamentales en el desarrollo de la actividad pesquera, en general, y artesanal, en particular, a través de una estrategia que incluya la sostenibilidad y la transversalidad de género. Esta última arista es relevada por la ONU, a la hora de construir políticas y leyes, ya que permite evaluar las consecuencias que tienen las actividades y decisiones de los gobiernos para hombres y mujeres, a través de todos los sectores y niveles del Estado, teniendo como fin que todas las personas puedan beneficiarse de estas por igual y buscando impedir que se perpetúe la desigualdad.
Parte de la apuesta de la Fundación Para la Promoción y Desarrollo de la Mujer (Prodemu) ha sido visibilizar la participación de las mujeres de la pesca, en diversas caletas de Chile, especialmente aquellas alejadas de los centros urbanos. Destacan los programas Conectadas, Caleta Digital y Mujeres Rurales. Es así como a la fecha, Prodemu ha entregado 405 kits digitales y capacitado a 3.300 mujeres de la pesca, en 9 regiones del país, para contribuir a su empoderamiento y desarrollo personal mediante la enseñanza de herramientas digitales básicas e intermedias para utilizarlas con fines económicos, sociales, y culturales. Mientras que, a través del Programa Mujeres Rurales, que desarrolla en colaboración con Indap, se les ha capacitado en áreas productivas y asesorado para la formación de asociacionismo y nuevos liderazgos.
Los desafíos aún persisten en este ámbito. Por ejemplo, la mayoría de las investigaciones sobre pesca artesanal, fragmentan las relaciones entre inserción en el mercado laboral, las dinámicas sociales y familiares y las relaciones de género, abordándolas en un segundo plano. Por otro lado, la mayor carga de actividades en el ámbito privado de las vidas de las personas responde a valoraciones culturales de los roles de género en el hogar, donde se privilegia el ausentismo masculino de las labores domésticas, para potenciar su participación en la esfera pública. Esto sigue cruzando la vida de pescadoras, mariscadoras y mujeres en actividades conexas, lo que esconde su labor productiva.
Por ello, es importante considerar que toda la vida social está estructurada en base a diversas matrices de poder como el clasismo, el sexismo, el edadismo, la relación urbano-rural, entre otras, y que las actividades en torno al mar no escapan a estos cruces de desigualdad. De diversa manera, en los ámbitos productivos, se verifican las culturas en las que habitamos y si aún pesa fuertemente el sexismo en las labores económicas, lo que es vivenciado en diversos nichos laborales como el pesquero. De ahí la importancia de continuar no sólo visibilizando el rol importante de las mujeres en las actividades pesqueras, sino también ampliando su participación efectiva en la toma de decisiones y en actividades diversas que rompan los estereotipos de género tradicionales.
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