Los silencios del corazón

Existen días y momentos en que quisiera ser poeta, como aquel joven de los bosques de Temuco que termina su vida mirando el mar en su lejana y apartada Isla Negra... o un prosista maravilloso como Knut Hamsun, aquel noruego Nobel antes de ser un nazi declarado, para poder cantar nuevamente con pasión aquellos viejos versos aprendidos a costa de memoria y tesón o sentir la inmensidad de la lectura de los fiordos cercanos a Cristiania, hoy convertida en la vieja Oslo.

Eran más que cantos de una expresión literaria o de romanticismo. Eran, creo yo, verdaderos deseos de expresión poética de querer encontrar un profundo sentido al mundo y a la vida.

Aún éramos muy jóvenes, demasiado quizá, para comprender lo que ellos significaban en lo más insondable del corazón humano, pero no por ello dejábamos de intuir lo que significaban esas palabras, sus matices y sus honduras. Éramos jóvenes y por eso aún teníamos capacidad de intuir lo esencial de la realidad.

Hoy, ya con algunos años más en las espaldas, con las muchas experiencias en la memoria, quisiéramos recordar aquellos hermosos silencios del corazón, cuando nos imaginábamos un mundo mejor, un mundo lleno de esperanza, hermandad y solidaridad humana.

Un mundo lleno y no vacío, que se construía desde la juventud misma, desde la filosofía y del debate universal, de la apertura del espíritu o de los silencios contemplativos de los cambios religiosos que se sucedían por el Concilio Vaticano II.

Era, sin duda, una época de espiritualidad, de muy distintas clases, pero espiritualidad al fin y al cabo, que se manifestaba de muy diversas maneras.

El hombre y la mujer, eran capaces de pensar el mundo y sentirlo de manera intensa desde sus propias identidades.

Eran los tiempos del conversar en las esquinas en los veranos santiaguinos, de las pichangas en la calle, de las cervezas en la universidad, del debate sin fin que no agotaban para nada la energía juvenil, de las fiestas en los liceos, de los pololeos formales o los atraques informales, productos de un buen malón hecho en la casa del vecino, del compañero o el amigo.Eran tiempos de vida intensa, de menor carrete sin duda, pero de mayor sustancia.

Claro que cada uno aprecia sus años mozos como los ha vivido y critica a los jóvenes por no ser como uno ha sido, como si tuviésemos algún derecho a criticarlos.

Porque, después de todo ¿qué hemos construido los adultos para estos jóvenes que se mueven de casa en casa, de pub en pub, de cerveza en cerveza, de pito en pito, de carrete en carrete, todos los fines de semana, de manera incansable, intentando encontrar algo que los llene de vida, de energía, de limpieza y de sentido?

Creo que hemos construido un mundo vacío para ellos. Los hemos dejado en el vacío.Lo absorbimos todo con nuestra juventud apasionada y lo agotamos, los dejamos sin energía.

No fuimos capaces de construir nada alternativo, salvo el neoliberalismo, individualista y sin solidaridad que hoy impera, cerrado en los hechos particulares, que no parece ser otra cosa que una especie de merengue (no del bailable) con el cual todo es posible de adornar y endulzar, pero que no nos da contenido sustancial, para llenar tan siquiera una existencia finita y personal.

Por eso quiero volver a sentir como poeta y mirar la realidad con poesía, y lograr con esto superar este vacío mundo nuestro, que tan poca gracia le hace a nuestros hijos, ya sea porque deben adaptarse a este mundo robotizado y estúpido o convertirse en caminantes, muchas veces descalzos, de las vías del ancho mundo tratando de encontrar el camino verdadero.

Por eso hoy recurro nuevamente a los silencios del corazón, en donde radica la poesía y la buena prosa, desde donde creo que puedo retomar la fuerza que hoy me falta como hombre y como educador, para así por lo menos dejar un legado ínfimo de espíritu y fortaleza, a mis hijos y a las generaciones que vendrán a reemplazarnos.

Esta sí que es una gran tarea de la educación en Chile, retomando el impulso, las energías y la vocación de servicio, la solidaridad, el respeto y la justicia, como valores propios de nuestro quehacer pedagógico cotidiano.

Buena tarea tenemos por delante los que gestionan la educación y los educadores, en su más pleno contacto con las nuevas generaciones de chilenos y chilenas que tendrán, necesariamente, que reemplazarnos en los esfuerzos que hemos realizado para construir una sociedad mejor para Chile, quizá de manera muy imperfecta, pero fruto de los esfuerzos colectivos de muchos que hoy dejan el poder para ser reemplazados por otros, que sustentan una mirada distinta de percibir el mundo y su futuro.

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