El Covid-19, llegó a nuestro país en un momento complejo, pues solo unos meses antes el Estallido social nos mostraba el lado más oscuro e insensible del modelo económico. La expansión del coronavirus y el posterior confinamiento a nivel mundial, plantearon un alto en el malestar. No obstante, este virus además comenzó a develar la precariedad de la vida de las y los chilenos, no solo en ámbitos como la salud, sino que también en cómo diseñamos y ajustamos nuestros modos de vivir.
La realidad de hoy es que sabemos que tarde o temprano, todos seremos vulnerables a el. Afirmo esto, porque el Estallido social, nos hizo ver que la vulnerabilidad era algo que siempre estuvo allí, pero no habíamos querido ver y develar, en cambio el Covid-19, avanza como un fantasma de Hitchcock, mortificando diariamente nuestra realidad y desenmascarando distintos escenarios.
Uno es la falta de acceso a la salud o a las viviendas que nos aseguren condiciones propicias para resguardarnos tanto a nivel físico, como mental.
Otro es la fuerza laboral. Nuestros puestos de trabajo hoy deben adaptarse a una transformación digital que nos permita soportar el teletrabajo, cuestión que no siempre es tan fácil dependiendo del área laboral.También la vulnerabilidad frente al futuro. Hemos perdido las pocas utilidades de nuestros fondos de pensiones y nos faltan años de vida para volver a rentabilizarlos.
La pobreza en el desarrollo científico y tecnológico. Si la inversión pública en estos aspectos ya es precaria, frente a un escenario de riesgo económico, da temor cuántos fondos se les asignen.
La falta de humanidad para con nuestros escolares respecto de una vuelta a clases versus los daños colaterales ignorados que puede traerles este contagio a su desarrollo.
Y ser vulnerables en colaboración ciudadana, en tener las suficientes capacidades sociales y de ciudadanía para resguardarnos y cuidar al otro. Para evitar contagiarse y contagiar.
Estas vulnerabilidades nos obligan a prestar demasiada atención a los impactos de la pandemia y las consecuencias que todavía no podemos prever, puesto que el abismo frente a la incertidumbre que vivimos a diario es trastornante.
Como autómatas usamos mascarillas, nos distanciamos físicamente, tememos a la otredad, miramos en silencio a los que se sacrifican por el abastecimiento de las ciudades, aplaudimos al personal de salud, miramos a los sobrevivientes del virus que hablan con silencio, contamos los muertos a diarios y tememos por nuestras vidas y las de nuestras familias.
Mientras tanto, los medios de comunicación nos van mostrando insistentemente objetos parciales de la pesadilla, luces de conocimiento y sombras de ignorancia, haciéndonos sentir que el Covid-19 nos está mirando. Como si el virus tuviese vida propia y nadie pudiese controlar sus efectos.
Por suerte, no es así. Ver la realidad y tener conciencia de nuestras vulnerabilidades nos enfrenta con el desafío ético- político, de reconocer e implementar nuevas formas de conciencia social, que nos permitan actuar anticipadamente frente a las vulnerabilidades que hemos develado como pueblo y que debemos revertir para detener la pandemia. En este sentido, la primera responsabilidad inmediata es educativa con la ciudadanía, para mejorar la comprensión de la información en economía, justicia, salud, educación, entre otras comprensiones que nos permitan tomar decisiones en cuestiones asociadas a la conducción del Estado y su sobrevivencia.
Ello también nos permitirá vigilar que nuestras vulnerabilidades y la propia pandemia, no sean utilizadas por los políticos y los conglomerados económicos con fines personalistas.
En este desafío la Educación cobra una fuerza fundamental en la búsqueda de conocimientos que nos permitan resolver nuestras vulnerabilidades, limitar la pandemia y hacer una lectura crítica de nuestro entorno. Hoy más que nunca necesitamos saber.
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