Luego de conocerse los resultados de la última PAES, ya han aparecido diversas interpretaciones, sobre todo en torno a promedios y rankings de establecimientos educativos. "Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno". Consumo promedio: un pan por persona", la cita de Nicanor Parra resume de manera notable lo que suelen "esconder" los promedios, sobre todo en términos de desigualdad.
Lo primero relevante es recalcar que la PAES y la PSU, más allá de sus siglas, son dos tipos de evaluaciones diferentes. Sin ir más lejos, la antigua PSU tenía una sola prueba de Matemáticas y la actual PAES dos en esa área, con distintos propósitos, poblaciones y requerimientos, siendo sus comparaciones vía promedio imprecisas, tal como indican diversos estándares internacionales sobre validez y evaluación educativa.
Justamente sobre las poblaciones, y aunque suene evidente, estas cambian. No son las mismas personas las que rindieron la última PAES y la anterior, ni siquiera en cantidad. Más allá de explicaciones estadísticas, la prueba sigue teniendo sus características técnicas y, por ende, su propio promedio, basado en que sus preguntas son piloteadas previamente. Así, si un establecimiento baja su promedio, ¿es pertinente cuestionar su calidad o estudiantado? O incluso al revés, considerando que diversos estudios han mostrado la impregnada segregación socioeducativa existente en Chile, y que prácticamente cualquier resultado se explica por aquello. O aún más extremo, ¿qué pasaría si la PAES se aplica en otro país, contexto o circunstancias?
A su vez, se suelen separar los promedios por tipo de establecimiento, región, comuna, género y variables en que, por décadas de desigualdad en el país, se encontrarán diversas brechas, las cuales deberían igualmente abordarse y aminorarse. Para ello han aparecido otros mecanismos, generalmente a través de lo conocido como "acción afirmativa", tales como el programa PACE y cupos especiales, que complementan el mecanismo tradicional a través de la PAES, aunque probablemente pueden afinar su articulación.
A su vez, parece de Perogrullo decir que ni la PAES ni sus predecesoras evalúan la calidad de la educación de los establecimientos del país. Querámoslo o no, esta prueba tiene que discernir entre los postulantes que seguirán estudios de educación superior de aquellos que no, lo cual incluso va más allá de las dimensiones ideológicas o políticas que conviven en el país. Así, no todos deben obtener puntaje mínimo y tampoco todos pueden lograr puntaje máximo.
Por último, y quizás lo medular, es cuestionarse qué conclusiones se sacarían si, en un caso altamente improbable, todo el estudiantado obtiene puntaje nacional. ¿Se diría que "mejoró" la educación, o más bien la prueba tendría problemas? El desafío continúa en visualizar y perfeccionar un sistema de selección más equitativo y justo, sopesando lo que esconden los promedios, pues los aspectos técnicos de la PAES tendrán que abordar las diversidades, desigualdades y brechas sociales del país.
Para ello, el primer paso es superar el análisis e interpretación de lo que esconden los promedios de las pruebas, vía uno con altura de miras, que retroalimente a las pruebas y al sistema en sí, ya que se aboga por la transparencia de la información de la PAES. Eso sí, evitando interpretaciones imprecisas y un mal uso de las estadísticas derivadas, incluso en las etapas venideras de postulación y matrícula a las carreras y programas del sistema de educación superior del país.
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