Uno de los ejes de la formación de los educadores que aprendemos al estudiar nuestra profesión, es el de analizar permanentemente la sociedad para detectar sus necesidades y requerimientos con el fin de reorientar los objetivos educacionales de las nuevas generaciones y aportar a superar los problemas que se detecten.
Este análisis de la sociedad no es fácil y se deben buscar diversos antecedentes e indicadores para identificar estas necesidades que están ligadas a valores, principios y tendencias, por tanto, cualidades difíciles de captar y objetivizar.
Estudios hay muchos que nos alertan sobre aspectos como nuestra salud mental, los niveles de estrés y de violencia o del desapego entre otros, pero parece que ya nada asombra, porque no reaccionamos; pareciera que hasta eso hemos perdido.
Siendo las sociedades actuales entidades complejas y dinámicas, en tiempos de modernidad líquida o pos modernidad donde se cuestionan las “verdades”, se revisan las certezas y se navega en ambientes de crisis de ciertas instituciones básicas como ha sucedido en nuestro país con la perdida de líderes o referentes, las situaciones de convivencia se dificultan.
Ello porque se producen desorientaciones y desconciertos, lo que puede llevar a la tentación de quedarse al margen o refugiarse en un mundo de relaciones virtuales como formas de protegerse de un entorno que se percibe como vacío, sin sentidos, sin rumbo.
Las certezas que eran parte de la crianza y educación tradicional y los valores que emanaban del Estado-nación o del espíritu republicano se disipan por otras instancias como las que impone el mercado, ciertos medios de comercialización o de difusión que se pliegan a sus encantos.
Muestras en el ámbito escolar que reflejan estas tendencias hay muchas; basta mirar nuestras aulas en todos los niveles del sistema, sus actores y el aparente desinterés por todo, la agresividad, el poco respeto a personas, símbolos y convenciones sociales, o la pasividad de muchos, son algunos ejemplos que observamos a diario en las redes sociales.
En la calle tampoco son positivas las situaciones que detectamos, adultos agobiados con poco tiempo para dedicarse a los intereses que alimentan el espíritu y la inteligencia y, por tanto, a amar, criar, educar.
Estamos al parecer en una crisis que esperamos sea de crecimiento y que nos lleve a revisar profundamente la sempiterna pregunta, qué sociedad queremos, qué valores debemos promover, qué niño o niña o joven deseamos favorecer respetando la persona que cada uno es.
En definitiva, qué Chile deseamos construir para y con nuestras nuevas generaciones en tiempos de cambios, es el cuestionamiento central al cual abocarse.
Las formas tradicionales de la educación, programas educativos y otros dispositivos ad hoc no son suficientes; se están limitando a ser una fragmentación de objetivos y contenidos poco pertinentes y una maraña de controles técnicos que no van a lo esencial y escabullen los problemas.
Para definir estas certezas básicas para el desarrollo humano que involucra el ser y educar, se requiere la concurrencia de los mejores: nuestros grandes pensadores y científicos, nuestros sabios, y por cierto, los propios actores involucrados que necesitamos escucharlos en sus diversidades.
Tenemos que tratar de entender no sólo qué nos pasa sin ocultar los conflictos, y a la par, buscar los grandes caminos que nos ayuden a reconstruir las certezas que iluminan, que producen sentido, que generan encuentros, oportunidades y bienestar para todos.
Este quehacer debería asumirse más allá del ámbito político tan cuestionado, el que podría quizás convocar y/o ceder la voz ante entidades como las Universidades y otros organismos o personas que aún tengan credibilidad para definir nuestro gran norte como país.
Otras naciones lo han hecho y ello ha orientado el quehacer público y en lo privado. Si nosotros hemos tenido fuerzas para levantar el país una y otra vez cuando nos afectan los fenómenos telúricos y los quiebres político-sociales, ¿no podremos hacerlo ahora, cuando la tarea es levantar el alma de Chile?
Con respeto y afecto a mis compatriotas desde lo que significa ser un Premio Nacional de Ciencias de la Educación, y desde la responsabilidad que como educadora tengo junto con mis colegas de remirar a la sociedad y ayudar a repensar su educación por el bien de todos, hago este llamado al país para abordar esta tarea en cada casa, escuela y colectivo social. La invitación está hecha, y en vuestras manos.
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