En una notable reflexión, de una de las personalidades más confiables del país, se explica el estallido social en una dimensión no sólo coyuntural sino que humana, cultural y ética y en un contexto histórico que poseería sus raíces tres siglos atrás, cuando ideológicamente se proclama la predestinación divina de los ricos y la condena de los pobres, desnaturalizando en su esencia el evangelio cristiano.
Habría surgido así un modelo de sociedad, tanto capitalista como socialista, basado en un crecimiento material descontrolado y desmedido que, marginando a grandes sectores, ha impuesto la supremacía de las cosas y del dinero por encima de los valores superiores de la persona.
Ante un grupo de jóvenes, a dos semanas de que se iniciara el estallido social en Chile, un anciano de 92 años, con una lucidez y profundidad incomparables, desentrañó, durante 30 minutos, una visión cósmica de la humanidad que a todos, creyentes y no creyentes, debería hacernos meditar, pues apunta a la real esencia de los hechos que sacuden en sus bases al mundo entero, independientemente de los distintos modelos políticos, económicos o sociales que posean sus naciones.
Gastón Soublette, sin duda una de las personas de mayor sabiduría con que Chile ha sido premiado, asigna la responsabilidad de esta crisis a la obra de un “tipo humano”, el homo economicus, ególatra, utilitarista, deshumanizado, en quien priman los intereses por sobre los valores, lo acomodaticio por sobre los principios, engendrado por un sistema cuya religión no es sino la acumulación ilimitada y desmedida de riqueza económica, que ha terminado por anular la espiritualidad del ser humano, despojándolo de su sentido de trascendencia y desquiciando las virtudes de su alma, como la honestidad y la fraternidad, amén del desdén y desidia por preservar y cautelar la naturaleza que nos anida. (YouTube. Gastón Soublette. En el marco del congreso Desafíos de la Transición).
En breves palabras explica el maestro que grandes pensadores como Francis Bacon y el mismo Adam Smith, entre muchos otros, forjaron un concepto de sociedad en que la condición del crecimiento económico fue que el individualismo reemplazara el sentido comunitario de la convivencia y el egoísmo y la competitividad al altruismo y a la solidaridad, dando como resultado, según expresa, una cultura absolutamente antagónica a los ideales evangélicos. Pero cuidado, aquel homo economicus, que por el dinero y los bienes materiales es capaz de cualquier acto, lícito o ilícito, con su secuela de abusos y corrupciones, no es privativo de las élites económicas, sino que terminó por enquistarse en parte importante de la población, resultado del consumismo neoliberal y del materialismo marxista.
Es notable al respecto la descripción que efectúa Soublette de una China comunista-capitalista. Se ha generado así una especie de decadencia que ha afectado la dignidad de las personas y la armonía social. Las consecuencias no son nuevas pues emergen a través de los tiempos, como lo explica, mencionando a vía de ejemplo París-mayo 68 y las manifestaciones que están ocurriendo actualmente a través del planeta.
Se trata de un fenómeno cultural, ético - cita a Herbert Marcuse - de una sociedad violentada por un sentimiento de intrascendencia, a la cual la ciudadanía ha intentado oponerse por vías pacíficas, pero también violentas y destructivas, resistidas no sólo éstas últimas sino que ambas por el statu quo y la increíble incapacidad o complicidad de los sectores gobernantes.
No obstante, anuncia el maestro un potente despertar del inconsciente colectivo en el mundo de hoy, destinado a superar al homo economicus, una suerte de rebelión de este ser en contra de si mismo.
Citando a Carl Jung y el caso del nazismo, advierte empero, que debe evitarse un descarrilamiento irracional de violencia y totalitarismo en este despertar, a fin de garantizar un contenido genuinamente humano en las transformaciones requeridas.
A un cambio de paradigma aspira Gastón Soublette, semejante al de inicios del cristianismo, que no provenga desde arriba, esto es, desde las desacreditadas clases gobernantes, sino que desde abajo, cómo en los tiempos de Pablo quien, en los extensos dominios del Imperio Romano, sin más medios que sus epístolas, logró emergieran miles de comunidades, las cuales, con fraternidad, paz y coraje desafiaron al imperio hasta terminar por convertirlo.
Ciertamente que las urgentes demandas sociales y el proceso constituyente han de concentrarnos. Pero si se atienden sin intentar el reemplazo del homo economicus por un nuevo tipo humano, que valorice a la persona por sobre las cosas, restituyendo la confianza, credibilidad y paz social, todo podría ser en vano.
Se trata de un paradigma de carácter cultural, espiritual, ético. De una real revolución, por cierto pacífica, una especie de utopía que ha devenido en un imperativo categórico. Parangonando lemas similares, “una verdadera revolución, que habrá de ser cultural, ética, espiritual, pues sino no lo será”.
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