Para muchos seres humanos, hoy aislados en sus moradas, este ha sido un momento de profunda introversión reflexiva, ya que hemos sido raptados de nuestros modos de vida, de nuestra libertad cotidiana, de nuestros hábitos y rutinas.
De alguna manera, estamos homologando la realidad de la semilla que se arroja a la tierra, para luego aparecer en brote y dar vida a una nueva planta, irrumpiendo hacia la superficie. Seguramente, muchos de Uds. han enfrentado esa sensación durante las semanas precedentes o la sienten hoy.
Imposible no reconocer que este periodo producirá un cambio en nosotros mismos o en nuestro entorno, o en muchas de las cuestiones que han sido parte fundamental de la vida que hemos construido con nuestros aciertos y nuestros errores, en fin, con nuestra comprensión misma de la vida y de lo que hemos considerado sus fundamentos.
Tal vez es el momento de revisar los sofismas que hemos construido desde la ignorancia, desde la arrogancia, desde el prejuicio, desde la vanidad.
Tal vez es el momento de reconocer lo infinitamente débiles y vulnerables que somos, cuando confiamos exclusivamente en nuestra individualidad y en creer que somos superiores porque hemos tenido más éxito o hemos tenido más logros que nuestros homólogos.
Sin duda, es el momento de pensar que tenemos la oportunidad de ser mejores y tratar de comprender efectivamente donde está la bueno, donde está el bien, para aprender que solo la bondad puede superar nuestra primordialidad, que se expresa en egoísmo, codicia y ambición.
Es el momento de pensar que nos debemos los unos a los otros, para poder resolver los grandes problemas que marcan nuestra comprensión civilizacional, que tiene al sistema vital planetario en un stress peligroso, que puede conducir hacia un colapso sistémico irrecuperable.
Es el momento tal vez de que la ciencia sea escuchada por sobre la soberbia de las opiniones que solo reflejan intereses, y que la verdad esté por sobre toda forma de codicia, no solo en el dinero. No en los demás, en nosotros mismos, para que sumemos convicción de que las cosas pueden hacerse mejor, en la colaboración, antes que en la descalificación y el empecinamiento; en la solidaridad antes que en el anatema.
Tal vez sea el momento que volvamos a caminar juntos, hacia una comprensión de convivencia más activa y menos centrada en el simple hedonismo y la soberbia de un individualismo que no conduce sino a la demolición societaria, poniendo fin a lo que el Zygmunt Bauman define como el conflicto moral entre el individuo y el ciudadano, que se ha hecho tan presente en los días precedentes, por ejemplo, en la indiferencia frente a las exigencias de la autoridad sanitaria de respetar las normas de aislamiento físico, para contener la pandemia.
El primer masón sudamericano, que murió víctima del COVID-19, Rodolfo González Rissotto, nos ha dejado un mensaje, que vale la pena de meditar. A través de un wasap a sus conocidos, nos dejó una enseñanza que no debemos desperdiciar en nuestra visita al interior de nuestra conciencia.
“Y entonces llega esta inmensa paradoja. Tienes más tiempo que nunca pero no puedes compartirlo con nadie ni disfrutarlo. Tal vez el universo trata de decirnos que nada de lo que tenemos en la vida, ni el trabajo, ni la casa, ni tan siquiera el tiempo, merece la pena si no podemos compartirlo con otros.
Esto no es el Apocalipsis, pero puede ser una oportunidad de entender el propósito real de nuestro paso por el mundo. Cuando Europa se ve más afectada que África, cuando un beso pasa a ser un arma, cuando el dinero no te salvará, cuando la vida como la entendíamos hasta ahora, se detiene, para todos, y el tiempo se vuelve un castigo… Tal vez cuando volvamos a caminar lo hagamos más despacio, más cercanos, más humildes, más humanos”.
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