De continuar con el sistema aplicado por el Sename, en términos de habilitación e inserción social, el futuro para los niños imputados -también para los vulnerados- estará teñido de sangre, dolor y desesperanza. Queda más que en evidencia que fracasaron, fracasan y fracasarán ante cualquier intento por lograrlo.
En virtud de la reciente condena a 10 años de Cristóbal Cabrera -conocido como "cisarro"-, no faltaron voces de los que condenan al Estado y a la respectiva institución juvenil por su incapacidad crónica e ineficiente trabajo. No parece ser importante. Muy pronto el silencio y la lápida del olvido hace el resto.
Miles han sido mutilados en sus sueños, sin oportunidades, vejados, abusados, utilizados. Caminan por las calles o se encuentran en cumplimiento de condenas sin destino, sin vida, sin nombre, sin nada.
Muertos para sí mismos, para la comunidad, para el municipio, para los vecinos, para algunas iglesias, para tantos. Sus asesinos, en cambio, sin remordimientos ni cuestionamientos, sin culpas, sin responsabilidades, tranquilos, en paz.
Terminemos con las instituciones públicas como refugio para el pago de favores políticos. Nos ha conducido al descalabro, especialmente, en las áreas sociales más sensibles. Hay que introducir en ellas técnicos del más alto nivel y con experiencia en el mundo de la pobreza, en familias quebradas, hogares amenazados, de los niños con hambre de pan, ternura y afecto. Estoy convencido que los hay, muchos y muy buenos.
Por ahí, y sólo por ahí, vendrá para la niñez sufriente nuevos aires y la luz que alumbrará, al fin, sus oscuros días.
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