Ha pasado un año desde aquel fatídico 7 de octubre que nos marcó para siempre. En Chile, aunque lejos, las imágenes de la masacre de Hamas nos golpearon con una fuerza que nos dejó sin aliento. No podíamos creer lo que estábamos viendo, lo que estábamos viviendo. Sentimos el dolor como si estuviéramos allá.
La guerra desatada desde ese ataque ha sido durísima en muchos sentidos. Los rostros de los secuestrados nos acompañan día a día, sus historias nos remecen. Sufrimos por todas las víctimas inocentes de este conflicto.
Desde el primer momento nos unimos comunitariamente, organizamos velatones, reuniones, actos de oración, manifestaciones. Necesitábamos hacer algo, aunque fuera a la distancia, para ayudar a nuestros hermanos y hermanas. Pero el dolor no se mitigaba. Cada pérdida, cada secuestrado, cada historia de vida arrebatada nos azotaba una y otra vez.
A lo largo de este año, nos hemos enfrentado no solo al horror del terrorismo y la guerra, sino también al enorme aumento del antisemitismo en Chile. Vimos cómo el odio hacia Israel ha servido de excusa para atacarnos, para cuestionar nuestra identidad, para hacer de nuestro judaísmo un blanco de agresiones, y eso, ha añadido mayor padecimiento a un año que ya era complejo.
La verdad es que no ha sido fácil. Hemos tenido que explicarnos una y otra vez, defendernos, protegernos. Nuestros niños y jóvenes se han enfrentado a comentarios hirientes, miradas desconfiadas, palabras horribles y a no poder vestir símbolos judíos por temor a ser emplazados. Pero hemos aprendido que no podemos dejar que el odio de otros nos defina.
Juntos, como comunidad lo hemos enfrentado, apoyándonos unos a otros y recordando que nuestra fuerza está precisamente en la unidad, el amor y la esperanza. Hemos generado espacios para hablar, para compartir el dolor, para buscar consuelo.
También han sido esenciales aquellos amigos y voces no judías, que siendo conscientes de los frecuentes e injustos ataques que los chilenos de religión judía recibimos, han tenido una palabra de aliento, un abrazo, o simplemente han hablado honestamente y sin temor, ya sea sobre antisemitismo o sobre la imposible situación de Israel y la dificultad que su defensa conlleva.
A pesar de la falta de apoyo de algunos sectores y de gran parte del Gobierno, no perdemos la esperanza. Somos más resilientes de lo que imaginábamos. Mantenemos vivo nuestro judaísmo y nuestro amor por Chile, porque si bien estos 12 meses han sido de duelo constante y angustia permanente, hemos reafirmado que creer en los valores del mundo libre y democrático, nos posiciona del lado correcto de la historia y que la lucha contra el horror, por más difícil que sea, es necesaria.
El futuro es incierto, pero seguiremos construyendo puentes, trabajando para que el odio, la violencia y el antisemitismo no tengan cabida en nuestro país. Somos chilenos y amamos profundamente este país, así como nuestra identidad judía, no nos alejarán de ninguno de los dos.
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