AMIA: 31 años de impunidad

Tres décadas han pasado desde que una bomba destruyó el edificio de la AMIA en Buenos Aires, asesinando a 85 personas e hiriendo a más de 300 personas. Fue el atentado antisemita más grave en la historia de América Latina, un acto brutal de terrorismo internacional cuyas cicatrices siguen abiertas por una razón tan dolorosa como el crimen mismo: la impunidad.

Durante décadas, la causa AMIA ha sido un símbolo global de la frustración e inacción frente a los crímenes de odio sin castigo. Pero también se ha transformado, en estos últimos años, en una señal de resiliencia y en un NO MÁS. La reciente decisión de avanzar en un juicio en ausencia contra los terroristas iraníes que perpetraron el ataque, a pesar de las dificultades legales y políticas, representa un paso tremendamente valiente. No nos confundamos. Esto no es venganza. Es el compromiso que todo país debiera tener con sus ciudadanos.

Recordar el atentado a la AMIA es, por sobre todo, una advertencia. El terrorismo no es una amenaza lejana ni ajena a nuestra región. Las investigaciones judiciales y de inteligencia han demostrado, con pruebas contundentes la responsabilidad de altos funcionarios del régimen iraní y de Hezbollah en la planificación y ejecución del atentado. Estas conexiones no se detuvieron en 1994. Hoy, siguen existiendo redes de influencia, financiamiento y adoctrinamiento en América Latina que requieren de atención urgente.

El terrorismo internacional muta, se infiltra, se adapta a las nuevas realidades, pero mantiene su núcleo intacto: el desprecio absoluto por la vida y la democracia. Ignorarlo o minimizarlo, por conveniencia política o por ingenuidad, solo allana el camino para que la historia se repita. La seguridad regional no puede seguir siendo una asignatura pendiente. Es hora de que todos los Estados latinoamericanos reconozcan, sin ambigüedades, la gravedad de la amenaza y adopten mecanismos efectivos de cooperación y prevención.

La memoria de lo ocurrido en AMIA debe impulsarnos a pasar del duelo a la acción. Honrar a las víctimas implica exigir justicia, pero también implica actuar con determinación para que ninguna comunidad, en ningún país, vuelva a sufrir una tragedia similar. Porque cuando el terrorismo golpea, no distingue fronteras ni credos.

Como advirtió el fiscal argentino Alberto Nisman, asesinado mientras investigaba este caso: "El terrorismo no busca sólo matar personas. Busca paralizar, sembrar miedo, doblegar democracias". Es nuestra tarea, que no lo logren.

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