Contribuciones, un abuso del Estado contra su propia gente

En 1960, un gran terremoto destruyó el sur de Chile. Para enfrentar esa tragedia, el Estado creó un impuesto a las viviendas: las contribuciones. Se dijo que era momentáneo, que era por una causa justa, la reconstrucción. ¿Y qué pasó? Que como muchas cosas en Chile, lo que era "temporal" se convirtió en permanente. Algo similar ocurrió con el impuesto específico a los combustibles tras el terremoto de 1985, pero con un agravante: las contribuciones se convirtieron en un mecanismo de tiranía y asfixia fiscal para miles de familias.

Hoy, más de 60 años después, ese impuesto no solo sigue existiendo, sino que ha crecido hasta volverse abusivo, injusto y completamente fuera de control.

Lo que partió como una medida de emergencia se transformó en una carga brutal para miles de familias. Porque en Chile, aunque trabajes toda tu vida, aunque te endeudes por décadas, aunque pagues impuestos por cada peso que ganas, el Estado te cobra una y otra vez por lo mismo. Y si no puedes pagar, no importa. Te multa. Te cobra intereses. Y si sigues sin poder pagar, llega el martillero y te remata la casa. Así funciona este sistema: implacable con el ciudadano honesto, generoso con los operadores políticos.

Desde 2018, las contribuciones han subido de forma escandalosa. Los avalúos fiscales, esa fórmula mágica que el Estado usa para inventar cuánto más te va a exprimir, se dispararon más de 100%. Y desde 2022, las alzas no han parado, la corrupción tampoco ¿La razón? Porque el gobierno necesita más plata. Pero no para salud, ni para seguridad, ni para pensiones. No. La necesita para repartir cargos entre amigas y amigos, para engrosar más ministerios, para financiar un Estado que crece solo para sí mismo, no para servir a los chilenos.

Y mientras todo eso pasa en los pasillos del poder, ¿quién paga la cuenta? El de siempre, el ciudadano a pie. El adulto mayor con pensión miserable que tiene que elegir entre sus remedios o las contribuciones. La familia que apenas llega a fin de mes y recibe una cartola con una nueva alza del avalúo fiscal. El joven que por fin pudo comprar su casa, pero decide no tener familia al descubrir que esa casa nunca será realmente suya, porque si no paga, se la quitan.

Esto no es normal. No es justo. Y no lo vamos a seguir aceptando en silencio. Hoy las contribuciones son una trampa legalizada. Son una amenaza permanente sobre la clase media, sobre los trabajadores, sobre los que se esfuerzan. Es un impuesto que castiga el esfuerzo, que castiga el ahorro, que castiga el sueño de tener una casa propia.

Por eso digo fuerte y claro: esto tiene que cambiar. El sistema de contribuciones debe ser eliminado o reformado a fondo. No se puede seguir castigando al que hace las cosas bien. La vivienda tiene que ser un derecho, no un lujo. No una cadena. No una amenaza.

El Estado chileno tiene que dejar de comportarse como un patrón abusivo que solo sabe meter la mano al bolsillo del ciudadano. Basta de cobrar por vivir en tu propia casa. Basta de perseguir a los que se sacan la mugre por salir adelante. Chile no resiste más abusos. Y este, el de las contribuciones, es uno de los más descarados.

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