La Ilustración (siglos XVII y XVIII) fue un periodo prodigioso donde la razón se erigió como faro de la humanidad legándonos los principios fundacionales de la democracia moderna: soberanía popular, separación de poderes, derechos fundamentales y libertad de expresión. Su promesa era simple y poderosa, el conocimiento libera, la verdad protege, la razón construye. A la luz de esas promesas, Chile consagró su independencia en 1818.
Sin embargo, en pleno siglo XXI, ese legado parece tambalear por la ofensiva ultraderechista de los partidos Republicano de Chile y Nacional Libertario que, lejos de expandir el saber y la cooperación, usan las herramientas digitales para desinformar, dividir y degradar el debate democrático, colonizando las redes sociales. En Chile, como en el mundo, la esfera digital es el epicentro de la conversación democrática, convirtiéndolas en terreno fértil para una nueva forma de oscurantismo medievalista: una cruzada contra la ciencia, el conocimiento y la glorificación de la mentira para instalar una regresión autoritaria.
A pesar de la trágica experiencia de la dictadura cívico-militar (1973-1990), Chile no está inmunizado de esta deriva. El plebiscito constitucional de 2022 ofreció una de las expresiones más evidentes y grotescas de desinformación premeditada con fines políticos. Una campaña digital -amplificada en medios conservadores- difundió una campaña caricaturesca: que el derecho a la propiedad se acababa; que las personas perderían sus viviendas; que sus fondos de pensiones serían expropiados; que reconocer derechos indígenas amenazaba la soberanía nacional. Más allá de los defectos o virtudes del texto propuesto o los errores y horrores en el comportamiento de algunos convencionales, fue esa avalancha de desinformación la que inclinó la balanza por el Rechazo.
Chile tiene dos representantes de esta corriente política, José A. Kast (Partido Republicano de Chile) y Johannes Kaiser (Partido Nacional Libertario). Sus estrategias no son accidentales ni espontáneas, sino deliberadas al milímetro para manipular la conciencia colectiva a través de la mentira organizada digital: se promueve la ignorancia como método de dominación; se busca instalar el miedo paralizante a los migrantes estigmatizados todos como delincuentes. Sus afanes son imponer la emoción desbordada del miedo y la xenofobia como sustituto de la razón que el temor paraliza.
La lección es clara, en la coyuntura política actual, la desinformación se ha convertido en la herramienta más eficaz de la ultraderecha, en Chile y en el mundo, para manipular voluntades, socavar el tejido democrático e instalar un oscurantismo autoritario. No estamos ante un fenómeno comunicacional inocuo, como no lo fueron las innumerables campañas del terror de la derecha chilena durante el siglo XX, sino ante un dispositivo de poder muy eficiente -por la rapidez y la gigantesca masificación que ofrece la red- orientado a destruir el espacio común democrático para instalar un sistema que vulnera todos los derechos alcanzados en las últimas décadas. Es decir, una regresión política en toda regla.
De cara a las elecciones presidenciales de diciembre de 2025, Chile debe estar alerta. No podemos permitir que el debate democrático sea secuestrado, otra vez, por el miedo, la mentira y la tergiversación de plataformas ultraderechistas. No se trata de limitar la libertad de expresión, sino de defenderla de quienes la pervierten para después, en el poder, anularla.
La política democrática exige no solo responsabilidad sino también una moral transparente puesta a la observación plena de la ciudadanía. La democracia en Chile requiere verdad y solo más verdad. La desinformación digital premeditada como arma política que ha reemplazado las viejas campañas del terror de las derechas chilenas, que fueron y son una agresión brutal contra la conciencia democrática de Chile.
Lo que está en juego no es solo una elección presidencial. Es el alma del proyecto político democrático moderno civilizatorio. Es la promesa ilustrada de que cada ser humano tiene derecho al conocimiento, al bienestar, a decidir y a recibir solo más verdades. Frente al avance de la difusión de la ignorancia funcional al poder de ideologías autoritarias, urge en Chile defender la educación, la ciencia y la cultura públicas para el aprendizaje del pensamiento crítico; y dotar más y mejor la política solo como herramienta articuladora del bien común.
Apremia en Chile, además, aplicar en el universo digital los artículos de su Código Penal, que ya sanciona los discursos de odio contra políticos, la LGBTIQfobia y la misoginia, que inunda las redes sociales para sacrificar derechos devastando la convivencia democrática.
Generalmente, las sociedades modernas no colapsan por falta de recursos, sino por la erosión de esa luz que heredamos de la Ilustración, y que debemos siempre cuidar, defender y perfeccionar. Y hoy, más que nunca, Chile debe preservar esa luz aunque el resto del mundo se inunde de oscuridad ultraderechista.
Solo con la defensa inalienable de esa luz que heredamos del Siglo de las Luces, podremos ahora salvarnos del regreso a las sombras del autoritarismo oscurantista medievalista del dúo Kast-Kaiser.
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