Amigos y enemigos, Rusia
El presidente de China, Xi Jinping, siendo secretario general del Partido Comunista chino, presentó sus ideas fundamentales, que se resumen en la planificación de una guerra político-estratégica para hacer de China el centro del mundo, combatiendo a Occidente. Su fin es contra los valores universales: democracia y derechos humanos. En este contexto, China ha encontrado un cómplice involuntario de su proyecto, la OTAN.
La OTAN, que insistentemente busca expandirse obsesivamente al este de Europa para presionar a Rusia, llegando incluso a provocar la guerra ruso-ucraniana, está logrando fortalecer gratuitamente a China que, aunque lleva años en desaceleración económica, mantiene su curso hacia la influencia global.
La OTAN como órgano de maniobra de EE.UU., potencia en deterioro, mantiene su desenfoque estratégico que sólo debilita a sus miembros y aliados, fortaleciendo a Rusia, única potencia capaz de detener la influencia china, debido aún a su superioridad nuclear y tecnológica y habilidad de cooperación con otras potencias como India.
La amistad chino-rusa es táctica disfrazada de estratégica, cooperan y maniobran porque han sido llevados a ese curso, pero la desconfianza persiste entre ellos. Ambos lo saben, pero occidente es ciego aún de esta realidad.
Siendo justos, Donald Trump, consciente o inconsciente de aquello, llevó a cabo la política internacional correcta en este sentido, al buscar una asociación o cercanía con Rusia e India como eje estratégico global. En desmedro de esto, la política de los demócratas ha generado una desventaja estratégica inconmensurable, centrada en combatir integralmente a Rusia, sobre todo a nivel ideológico, donde China centra fuertemente sus cartas. ¿Por qué? porque Occidente al combatir la cristiandad a través de su ataque a Rusia, elevando la ideología de género como el nuevo valor, se hace cómplice del núcleo fundamental de Xi Jinping, combatir los valores universales.
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