Tuve el privilegio de sumergirme por algunas horas en la vibrante atmósfera política argentina, que perfectamente se confunde con la atmósfera futbolera tan propia de la idiosincrasia trasandina, siendo observador de las elecciones presidenciales (balotaje, según su denominación). Mi visita no sólo fue un ejercicio académico empírico, sino una inmersión en la realidad de un pueblo gambeteando entre la rabia, preocupación, esperanza, pasión desencanto y preocupación.
La tarea era clara: presenciar directamente la esencia de la democracia argentina, escuchar en voz de los propios ciudadanos sus inquietudes y reflexionar sobre la compleja intersección entre la política, la economía y la identidad peronista que caracteriza la actualidad del país.
En mi estadía pude contemplar el acto final de una larga trama de situaciones políticas, económicas y futbolísticas, que van templando el espíritu de la argentinidad al palo, que es una actitud de vida. Pero tras la fascinante paradoja argentina, teñida de una crisis económica que tiene al país con número equivalentes a países africanos, una grieta insalvable, que divide al país en dos y una camisa de fuerza, que pone siempre el factor Perón y sus incontables variaciones, que siempre obligan a pensar qué haría Juan Domingo en su lugar.
Argentina, como sociedad, es profundamente pasional. Las barras de Boca, River, Independiente, Argentinos, Vélez o Racing son una representación de la vida en sociedad, en tal sentido, lo que representó la fórmula de La Libertad Avanza, que consagró a Javier Milei presidente electo con el 56% de los votos, no es más que la forma en que se encausan y funden la pasión y la razón al otro lado de la cordillera. Mientras en Chile la melancolía es parte de nuestro ADN, nuestros vecinos hacen enarbolar sus remeras, al son de los Rolling Stones, Milei es un showman, no tan lejano a un Carlos Menem, y al propio Perón.
El sistema político carece de la brillantez de sus músicos y las de sus futbolistas, la política argentina no ha tenido la locura de un Charly, ni el orden y pulcritud de un Messi, la nación argentina ha ido de tumbo en tumbo, con uniones y diferencias basadas en caudillos del momento y un federalismo de vaquerita, donde al final del día se depende del gobierno nacional y un Buenos Aires sacado de cualquier esquina parisina, mientras tanto en Chaco o Formosa con niños en situación de desnutrición. Ojo, cuando hablamos de la dependencia del gobierno central no sólo es materia de centralismo, como en Chile solemos debatir, es literalmente la dependencia doméstica de las personas a las transferencias monetarias del Estado central, Recordemos la estrategia electoral Massa y el Plan Platita, que fue una repartición de un botín de beneficios económicos a destajo. Sólo en Argentina.
A efecto, de profundizar mi visión de la situación en la Argentina, quiero explicar los siguientes puntos.
1) Extraño sistema de votación y electoral: Sólo en un país como Argentina el ejercicio del voto es un verdadero ritual, no existe cédula única como en Chile, cada agrupación política debe hacer llegar sus propias boletas de votación. Si un ciudadano desea ejercer su legítimo derecho a votar cruzado, es decir votar por alguna candidatura en las distintas elecciones por colores políticos distintos, en la Argentina se debe someter al aparatoso acto del corte de boleta. El saliente jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires quiso habilitar el voto electrónico, lo cual le valió críticas al interior del propio PRO.
Existe un mito, que el presidente Carlos Menen, en la reforma constitucional de principio de los años '90, estableció el guarismo de 45% y/o 10 puntos de diferencia para ganar en primera vuelta; y es que al peronismo le costaría ganar los balotajes. Más allá de la anécdota, existe un ritualismo innecesario, sumamos aquello a las PASO, que al igual que Chile debería ser voluntaria solamente a las agrupaciones con más de dos fórmulas y no para todos los pactos. En la práctica es una encuesta oficial
2) Partidos políticos sin carácter ideológico: En Chile, ser socialista o de derecha es una cultura política y a su vez, los partidos políticos tienen un carácter sociológico, Salvo el PRO, que es un partido de centroderecha, en Argentina cada político o líder se puede transformar en una facción del partido. Quizás no se entienda, pero el año 2003, en el fallido balotaje, se enfrentarían Carlos Menem y Néstor Kirchner, cada uno la antítesis del otro; pero lo curioso es que ambos militaban en el Partido Justicialista.
¿Qué unía Menem y Kirchner?, ya se lo imagina...
La decisión del PRO de Macri y Bullrich de entregar su apoyo a Javier Milei produjo un quiebre con la Unión Cívica Radical (eternos anti-peronistas), quienes terminan apoyando a Massa; a lo menos, Lilita Carrió rompió con Macri, pero no concedió ningún apoyo. Tal paradoja rodeaba a Juntos por el Cambio, que unía a anti-peronistas y a peronistas institucionalizados, facción que se escindió del peronismo clásico, cuando éste se volcó en cuerpo y alma a su última encarnación, el Kirchnerismo.
Sólo un presidente no peronista ha podido finalizar su mandato, y ese resultó ser Mauricio Macri (2015-2019), ni Raúl Alfonsín ni Fernando De la Rúa lograron acabar sus mandatos. El peronismo es un equipo copero (para decirlo en clave futbolera), por lo tanto mañoso y difícil de derrotar.
El presidente-electo Milei deberá tener en consideración que, después de la devoción a Diego Armando Maradona, el Peronismo iguala en amor.
Nota al margen: Hay una vieja anécdota, en la cual se le consultó a Juan Domingo Perón sobre el orden político en Argentina y éste respondió: ''Hay un 20% de derecha, un 20% de izquierda, un 30% de moderados y un 30% de extremistas'', a lo cual el periodista con sorpresa le comentó "Pero, general, ¿Y dónde deja al peronismo?, a lo cual este con soltura le responde ''Aaah, peronistas somos todos...''
3) Tecnología al servicio de la tradición: Modernizar no implica necesariamente abandonar las prácticas tradicionales. Argentina puede incorporar tecnologías de manera estratégica para hacer el proceso más eficiente sin perder la autenticidad del voto en papel. La implementación de soluciones tecnológicas para el registro y el conteo podría ser la clave para combinar lo antiguo con lo nuevo.
Tal como lo habíamos señalado, Horacio Rodríguez Larreta quiso habilitar el voto electrónico, pero al existir una falta de confianza con los procesos electorales, que dependen de cada gobernador y al no existir un ente federal, homologable a nuestra joya, Servel.
4) Participación ciudadana: El concepto de sociedad civil, en la Argentina, es muy distinto a nuestro país. Los sindicatos o agrupaciones son entes paralelos o dependientes del Estado central, por tal, dependerá de un acuerdo entre todas las provincias. Lo cual es complejo, por las perplejas diferencias entre éstas. Es muy difícil que Jujuy, Chaco, Misiones o Formosa, con índices de pobreza comparables a Bolivia o Venezuela, puedan apartar parte del presupuesto provincial para cambiar la matriz electoral. Además, sumado al clientelismo y evitar el corte de boleta, para obtener la máxima elegibilidad de un mismo espacio político.
5) Transparencia y confianza: La transparencia y la confianza son la columna vertebral de cualquier sistema electoral robusto. Argentina debe adoptar medidas más rigurosas de auditoría y transparencia para garantizar que cada paso del proceso sea claro y comprensible para los ciudadanos.
En conclusión, la modernización del sistema electoral argentino es una deuda pendiente que debe abordarse con urgencia. Mirar la eficiencia de Chile, manteniendo la esencia del voto tradicional, puede ser un camino a seguir. Es hora de que Argentina evolucione su sistema electoral para reflejar las demandas del presente sin perder la riqueza de su tradición democrática. Hoy Argentina se bambolea en un tango, que pasa de la desesperanza y la bronca, pero también con la legítima esperanza de provocar un cambio de cuajo a la particular cultura política de nuestros vecinos.
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