Ni en Argentina la gente comprende las ideas de la ultraderecha hoy ni en el Chile de su momento, la de una izquierda refundadora. Sin ánimo de comparar al personaje con el Mandatario, ni Milei ni Boric en realidad representan las veleidades de uno u otro sector ideológico, como en el instante máximo de los abrazos y vítores la gente que forma las coaliciones cree. Nada de eso. La gente vota por uno u otro candidato, y por ende por sector político, y quizás como resultado de ello por una matriz ideológica, sin tener idea de las ideas de fondo, sólo vota un castigo, vota cansada de la incapacidad de la democracia, con sus gobiernos predecesores de turno inútiles para satisfacer las necesidades cada vez más básicas de los ciudadanos, de la población, de la gente que empieza a creer que la democracia es una ilusión de la que se sirven los poderosos, y que a la luz de los lamentables antecedentes de nuestro estancamiento pareciera verdad.
Grupos más o menos ilustrados sí pretenden dar justificación a estos fenómenos, dotar de una cierta ética en el derrotero institucional de estos movimientos, que no por ser atractivos para la gran masa dejan de ser populistas desde la ignorancia de un pueblo cada vez más ignorante, y desde la insatisfacción de aspectos esenciales en el quehacer de un Estado que se precie de tal, que proteja a los ciudadanos de las injusticias sociales que se instalan desde las lógicas del mercado, pero también desde el intervencionismo autoritario, y acaso los que circunstancialmente a veces nos da la vida. Hoy esas urgencias siguen siendo la seguridad ciudadana, sueldos dignos, una jubilación suficiente, servicios públicos de calidad, una educación para los nuevos tiempos y generaciones que fomenten la democracia y profundicen la solidaridad. Nada de ello la institucionalidad de nuestras democracias las aborda adecuadamente, y es así como afloran los populismos de izquierda y derecha, que no son sino lo mismo, constructores de falacias y ajenos de modelos exitosos llenándose la boca de eslóganes, prometiendo utopías fallidas y fracasadas, defendiendo modelos de democracia de libertad y de justicia social, dependiendo el caso, que precisamente terminan por eliminar la democracia, debilitando la libertad y acomodando la justicia para unos pocos, para los elegidos, para los amigos, para los operadores, para el funcionario y la coima, en fin, robándose el trabajo de los que más trabajan.
Todos sacan sus cuentas alegres, allá y acá, allá la fatuidad de un promesa que quiere volver a una Argentina grande, parafraseando la charlatanería de Trump convocando a los más pobres y analfabetos a disfrazarse de bestias y asaltarlas instituciones, o prometiendo eliminar todo aquello que el pueblo no entiende o cree que lo ha hecho mal, como el Banco Central argentino, cuyo único problema ha sido la pérdida de su autonomía en los tiempos del despelote kirshnerista, misma que algunos iluminados pretendieron hacer con nuestro banco matriz en Chile o el Senado en el proceso constituyente anterior.
Promesas vacías y populares, "terminar" con la delincuencia como si fuera resorte de dos o tres gendarmes más en la calle, con la corrupción con políticos rasgando vestiduras, mientras llenan sus maletas de dólares mal habidos, modelos que evocan los conceptos de libertad con tal desfachatez que pierden la capacidad de darse cuenta cómo pierden precisamente lo que más busca la gente un lugar para vivir tranquilo y en paz, en libertad de pensamiento y conciencia.
Y acá, ante dos fracasos constituyentes, algunos indolentes anuncian no más esfuerzos institucionales para dotarnos de un cuerpo jurídico mínimamente consensuado prefiriendo en vez, el volver a la agitación social para exigirle a no se quien lo que ellos en su momento no pudieron hacer, se trataría de un nuevo impulso octubrista pero esta vez gatillado por las élites del desorden y ejecutado por la delincuencia narco que hemos ayudado a florecer.
Derechas e izquierdas unidas no serán vencidas mientras no se alejen de sus discursos estáticos y acomodados, mientras no se sacudan de su historias de fracasos y muertes, pobreza y desolación, mientras no crean que la democracia no es sólo la imposición de las mayorías sino también creer en la paz social, en el perfeccionamiento y consolidación de las instituciones, en la conquista del poder para servir, en la tolerancia activa y la escucha al adversario, en el respeto por las minorías y su derecho a disentir, en actuar con la verdad en vez de prometer el facilismo de una campaña embriagante, o sólo lo que la gente quiere oír, aunque se sepa desde mucho antes que son promesas muchas veces imposibles de cumplir pero que dichas al viento parecen verdades que se impondrán por la fuerza de la mera voluntad.
Lo de Milei es lo peor de nuestra democracia, baste con escucharlo vociferante y terrorífico en sus intervenciones radiales, en los debates televisivos y entrevistas, un espécimen rebosante de ignorancia cívica y ajeno a cualquier espíritu democrático. Acá no lo hacemos muy distinto, con algunos personeros políticos más interesados en llevar agua a su molino o disfrazarse de bruja o alienígena en el hemiciclo del Congreso, cuando no seguir las instrucciones ultramontanas de sus guías espirituales a aquellos peinaditos que incapaces de ser libres de conciencia hacen y dicen lo que monseñor les dicta en un mamotreto religioso tan básico como los decálogos de las tarjetas y afiches que los enamorados se regalaban en los años '80.
Muchas veces en las escuelas de economía o sociología se pregunta qué hace rico a los países y la conclusión mayoritaria es decir que no son sus recursos naturales necesariamente, no el territorio ni siquiera la posibilidad de acceder al mar, lo que hace ricos a los países sería la solidez de sus instituciones, es decir la fortaleza de sus estado de derecho, y su gente, gente educada y respetuosa como decía Immanuel Kant, gente ilustrada con un imperativo categórico que de muestra de una cultura moral, de una ética universal que sobrepasa los paradigmas transitorios y que determina en cada acto un bienestar común, la creencia en la humanidad como origen y destino del hombre, la Verdad apenas como una ilusión, un camino del que nadie es dueño, un modo de caminar, la razón de nuestra existencia peregrina.
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