La semana pasada recibimos un vendaval de información acerca de nuevas cimas en el enfrentamiento entre Ucrania y Rusia, una guerra por delegación o proxy que implica a Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en lo que sería otro de los capítulos de la nueva competencia estratégica entre las grandes potencias de un mundo multipolar.
La sucesión de hechos fue más o menos así: EE.UU. autorizó el lanzamiento de misiles tácticos de su Ejército (ATACMS) contra el interior de Rusia por parte Ucrania, que utilizó inmediatamente, con el fin de alejar la posibilidad de una derrota militar ante una probable negociación. Acto seguido, Putin promulgó la actualización de la doctrina de defensa, tramitada hace dos meses, que ya no solo contempla el uso de armas nucleares en caso que Rusia perciba amenazas sobre su Estado, sino que, ante la percepción de peligro sobre cualquier porción de su territorio o soberanía, agregando que se considerara como tal la acción de un agresor que -aunque no dispusiera de arsenal nuclear- fuera respaldado por otro Estado que si lo tiene. Rusia se consideraría en guerra contra ambos aliados.
Acto seguido, Biden permitió el uso de minas antipersonales ,una invectiva probablemente contra las tropas norcoreanas que asisten al ejército ruso- y Reino Unido consintió el uso de sus misiles análogos al ATACMS -Storm Shadow- por las fuerzas ucranianas. No nos recuperábamos de los anuncios cuando, y mientras se esperaban otros bombardeos masivos contra ciudades ucranias, desde Kiev llegaron noticias de un misil balístico intercontinental eyectado desde Astracán contra el oblast de Dnipró. a cerca de 1.000 kilómetros de distancia. Lo anterior significaba una escalada sin precedentes en los tres años de hostilidades. Sin embargo, más tarde el Kremlin precisaría que se trataba de un artefacto hipersónico de medio alcance y reciente fabricación.
Este "ingenio" bélico tiene la capacidad de portar ojivas nucleares, opción que de concretarse nos situaría en un escenario distópico. De hecho, esta columna podría haberse titulado simplemente con el contundente "Caen los tabúes nucleares", si nos atenemos a los dichos del presidente electo Trump antes del cierre de su campaña: "Nunca hemos estado tan cerca de la Tercera Guerra Mundial como lo estamos hoy", o a las afirmaciones de Putin en la conferencia de prensa del viernes pasado, cuando expresó que la colisión "ha alcanzado un carácter global". No obstante, no hay que olvidar que los conceptos de Guerras "Mundiales" o "Nucleares" ya han sido recurrentes para presagiar conflictos militares a gran escala desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y que ha sido utilizado en coyunturas de la Guerra de Corea (1950-1953) la Crisis de los Misiles (1962) y la Guerra contra el Estado Islámico (desde 2014). Pero ¿será así o los recientes eventos indican peligro máximo e conflagración con todos los medios disponibles?
De hecho, una sorpresa mayúscula causó cuando durante una conferencia de prensa, la portavoz rusa Maria Zakharova fue interrumpida por una llamada en la que el interlocutor en el teléfono le indicaba "sobre el ataque con misiles balísticos del que han empezado a hablar los occidentales, no hacemos ningún comentario". Puesta en escena o no, al día siguiente el presidente de Federación Rusa compareció en otra rueda para presentar el Oréshnik (avellano), que definió como un arma hipersónica de última generación y con un alcance total de 5.500 kilómetros, es decir de rango intermedio. El líder ruso agregó que no podía ser captado por los radares -algo así como equivalente al submarino "Octubre Rojo" de la novela de Tom Clancy-, ni derribado por los sistemas defensivos anti-misiles Patriot desplegados por Occidente en el teatro de operaciones. Fuentes occidentales afirman que el artilugio ofensivo no sería tan nuevo, sino que una modificación de un misil previo de alcance intercontinental, el RS-26 Rubezh, que podía ser detectado, aunque sin distinguir si su carga era convencional o nuclear, lo que dificultaba una respuesta proporcional a la naturaleza de la amenaza.
La evaluación de dicha situación y otros considerandos llevaron a la anterior administración Trump a desahuciar el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio en 2019, alegando un incumplimiento ruso, un pacto que de estar vigente ayudaría a una desescalada. Putin lo sabe, y tal como decía Eduardo Galeano de los relatos breves de Chejov, "sin decir mucho lo dice todo". La utilización de un cohete de esas características sobre un objetivo a 1.000 kilómetros es "ineficiente", a menos que los destinatarios estén más allá del blanco, en este caso las capitales europeas: Londres, París o Madrid, todas pueden ser alcanzadas por el arma de Putin. La cuestión entonces es ¿está dispuesto a emplear su misil en su capacidad efectiva para atacar a Occidente, o está blufeando para lograr exactamente lo que quiere de sus adversarios?
Esto es el cese del respaldo de Ucrania para allanar la capitulación de la misma. Sabemos que hace año y medio atrás el gobernante aún impulsaba un borrador titulado "Tratado de Neutralidad permanente y garantías de seguridad para Ucrania". Presumiblemente abogaba por la "finlandización" de su enemigo, como fue con el país nórdico durante la Guerra Fría, lo que le permitió seguir incidiendo, aunque sin alterar su sistema político democrático ni estacionar tropas. Hoy la situación militar ha cambiado y la ofensiva rusa avanza exitosamente en el Dombás, a pesar de la incursión ucraniana en el oblast de Kursk que no logró distraer recursos.
Revisemos entonces la primera opción, la posibilidad de un ataque real sobre Europa, con la ayuda del principio dramático conocido como "el arma de Chejov" en honor del novelista ruso decimonónico. Postula básicamente que cada elemento de la narración debe hacerse necesario en algún momento de la misma, sino no tendría sentido, por lo que no vale la pena usarlo. De tal manera que, si al principio de un relato hay una pistola o un rifle en la pared, en los siguientes capítulos debe descolgarse y dispararse. El acápite segundo del último libro de Bob Woodward asegura que en febrero de 2022 el consejero de seguridad nacional de Estados Unidos Jake Sullivan habría exclamado "la pistola de Chejov" al apreciar en fotos satelitales la concentración de 110.000 tropas de Moscú en la frontera con Ucrania. La invasión efectivamente ocurrió poco tiempo después.
Otra opción puede explorarse a través de la metáfora del enigmático maletín del maestro del suspenso del séptimo arte, Alfred Hitchcock, quien por medio del célebre Macguffin movía a los personajes y al desarrollo de una historia, sin que el portátil fuera un elemento central en sí mismo. Hitchcock dijo en 1939 acerca de su Macguffin: "En historias de rufianes siempre es un collar y en historias de espías siempre son los documentos". Podríamos agregar que, desde la inauguración de la era atómica en Hiroshima y Nagasaki hacia agosto de 1945, el Macguffin es representado por la explosiva combinación de misiles y material nuclear. Con la diferencia que las bombas que se dejaron caer sobre las ciudades japonesas eran de 12 kilotones -en la actualidad serían consideradas "tácticas"-, mientras hoy las armas nucleares estratégicas se miden en megatones.
Hace dos meses, el Congreso de Estados Unidos publicó un informe que estima para Moscú la posesión de 326 misiles balísticos intercontinentales, más 1.710 ojivas nucleares operativas, una alta capacidad nuclear acumulada. Sin embargo, aunque podrá decirse que Putin es un autócrata y un acérrimo e inflexible nacionalista, me parece difícil describirlo como suicida. Los eventos apuntarían a que mediante la demostración de músculo se envía un recado a Estados Unidos y sus aliados sobre la potencia letal rusa para que sea sopesada. Es decir, disuasión pura, estrategia para hacer desistir a un adversario de iniciar una acción, o de ejecutar algo que otro Estado no desea. Para disuadir eficazmente, la violencia debiera ser prevenida y evitada mediante la negociación y el acuerdo. La paradoja es que mientras sube la tensión conflictual entre los oponentes, en los bastidores se puede estar tejiendo un derrotero para la paz o al menos el cese de hostilidades.
La inminente llegada de Trump a la Casa Blanca ha acelerado estas acciones bélicas a sabiendas que el futuro presidente de Estados Unidos presionara hasta el límite para cumplir su promesa de campaña de un acuerdo negociado, inclusive si lo anterior implica renuncias territoriales impuestas a Kiev o de armar más contundentemente a Ucrania si Putin se muestra hermético. Son acciones calculadas para entrar en mejor pie ante cualquier negociación.
Así las cosas, personalmente me inclino más por la teoría del Macguffin que la de Chejov, aunque no se puede descartar que un paso en falso o un error en las percepciones desencadenen un conjunto de represalias sin retorno posible. Después de todo, no hay que olvidar el viejo adagio "¡Cuidado con las armas! porque las carga el diablo".
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