Este 26 de octubre se conmemoró el Día Nacional de la Mujer Palestina. En los últimos dos años, el costo humano soportado por las mujeres palestinas en Gaza y en Cisjordania ha revelado el núcleo profundamente marcado por el género del genocidio y la ocupación en curso. Solo en Gaza, más de 68.234 palestinos han sido asesinados -entre ellos 33.000 mujeres, 20.179 niños y 4.813 ancianos-, mientras que 10.000 permanecen desaparecidos y 170.373 han resultado heridos, el 70% de ellos mujeres y niños.
Según la Organización Mundial de la Salud, 42.000 palestinos han sufrido lesiones que les cambiarán la vida, 5.000 han sido amputados y una cuarta parte de los heridos son niñas y niños. Familias enteras han sido borradas -con un promedio de 10 padres asesinados cada día durante los primeros meses de la guerra-, mientras que 273 periodistas, incluidas 24 mujeres, fueron deliberadamente atacados. En Cisjordania y Jerusalén Este, la agresión sistemática ha cobrado la vida de 1.056 palestinos, entre ellos 210 niños, y ha dejado a más de 9.000 heridos.
Desde octubre de 2023, más de 1,93 millones de palestinos, en su mayoría mujeres y niños, han sido desplazados por la fuerza de sus hogares en Gaza -muchos de ellos varias veces-, mientras que 1,5 millones viven ahora sin refugio adecuado ante la llegada del invierno. En Cisjordania, al menos 50.000 palestinos, en su mayoría procedentes de aldeas beduinas y campamentos de refugiados, han sido expulsados de sus tierras. El hambre se ha convertido en un arma de guerra: 250.000 mujeres y niñas están siendo sometidas a inanición, mientras que otras 500.000 enfrentan niveles de hambre catastróficos. Más de 132.000 niños y 55.500 mujeres embarazadas o en periodo de lactancia sufren desnutrición aguda, con 41.000 niños en estado de hambruna severa.
Sin embargo, la mujer palestina en Gaza no es solo testigo de la guerra: es el alma viva de Palestina, su latido que nunca se detiene. En cada hogar destruido y en cada rincón cubierto de polvo y dolor, hay una mujer que enjuaga sus lágrimas con una mano y reconstruye la vida con la otra. En Cisjordania y Jerusalén Este, las mujeres palestinas sufren otra forma de ocupación no menos cruel. Con el aumento de los ataques diarios de los colonos y del ejército de ocupación, la vida de las mujeres se ha vuelto un camino constante de humillación y miedo. Son sometidas a registros corporales e insultos en los puestos de control militar, a detenciones arbitrarias y a violencia física y psicológica, mientras que cientos de ellas son impedidas de llegar a hospitales, lugares de trabajo o universidades.
En las zonas rurales y comunidades beduinas, las familias son obligadas a abandonar sus tierras bajo la amenaza de demolición o confiscación, dejando a las mujeres sin hogar ni sustento. Organizaciones de derechos humanos han documentado decenas de casos en los que soldados israelíes ejercieron violencia contra mujeres embarazadas o durante redadas nocturnas, en una flagrante violación del Derecho Internacional Humanitario. Las mujeres en ciudades como Hebrón, Nablus y Yenín viven entre el asedio cotidiano y las incursiones militares, pagando un precio doble: como madres, prisioneras y sobrevivientes de la pérdida de hijos y esposos.
La ocupación israelí ha convertido el cuerpo de la mujer palestina en un campo de batalla: un espacio de control, humillación y resistencia. Sin embargo, las mujeres de Palestina se niegan a desaparecer.
A pesar de la devastación, una verdad permanece firme: ninguna fuerza iguala el poder de una mujer que ama a su país, y en Palestina cada una es prueba viva de ello. Las mujeres no solo sobreviven; reconstruyen desde las ruinas. Cada una que reabre una panadería, una clínica o una escuela está reconstruyendo la paz. Amar la patria bajo ocupación es declarar que, incluso cuando el mundo desvía la mirada, no renunciará a su dignidad ni a su deber. La mujer palestina encarna ese amor en silencio, con la fuerza constante de quien cuida y resiste. Lleva dentro de sí el espíritu de una nación que sangra, pero se niega a morir. Mientras permanezca firme e inquebrantable, Palestina vivirá, porque ningún ejército ni muro puede vencer el amor de una mujer que pertenece a su tierra y cree que algún día sus hijos caminarán libres sobre ella.
En este Día Nacional de la Mujer Palestina, el llamado es claro y profundamente político: el mundo debe respetar la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y sus obligaciones de proteger a las mujeres en tiempos de conflicto. La comunidad internacional debe poner fin a la impunidad, investigar los crímenes de guerra y hacer que los responsables rindan cuentas. El silencio es complicidad; la neutralidad, un fracaso moral. Mientras una sola mujer palestina siga respirando, enseñando, cuidando o creando, Palestina seguirá viva.
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