Dos grandes victorias para la extrema derecha global acontecieron en estos días de octubre. Primero, el triunfo sin precedentes de Jair Bolsonaro en Brasil el 7 de octubre. Segundo, el acuerdo alcanzado en Roma entre el vicepresidente italiano, Matteo Salvini, perteneciente a la Liga del Norte, y la líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, el 8 de octubre.
En Brasil, casi la mitad de la población que fue a votar, esto es un 46%, lo hizo por un candidato que representa a la extrema derecha brasilera, que es abiertamente xenófobo y homofóbico, apoyador de las dictaduras militares de Brasil y del resto de la región.
Las posibilidades de victoria en segunda vuelta son muy grandes, y las encuestas le dan una holgada ventaja de alrededor de 8% frente al candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad.
En Italia, en tanto, la reunión de Salvini y Le Pen, ambos saludando fervientemente la victoria de Bolsonaro, tenía por objetivo conformar un bloque común para las elecciones europeas de mayo de 2019. Creando un “frente de la libertad” buscan convertirse en los “salvadores” de Europa, haciendo frente a Bruselas y a las instituciones comunitarias europeas.
Se presentan, en palabras de Le Pen, como una plataforma contraria no a Europa sino a la Unión Europea.
Ambos acontecimientos representan una victoria importante para la extrema derecha a ambas orillas del Atlántico, una extrema derecha que cada vez adquiere más fuerza y que se convierte en una alternativa real de poder en varios países europeos y americanos.
Polonia y Hungría son dos casos preocupantes para la Unión Europea por el ascenso de la extrema derecha al poder, con los respectivos primeros ministros Mateusz Morawiecki del Partido Ley y Justicia, y Viktor Orbán de la Unión Cívica Húngara.
En Polonia, el Partido Ley y Justicia, que mantiene cerca del 40% de los votos en las elecciones nacionales y europeas, llegó al poder en diciembre de 2015, con un discurso fuertemente contrario a la inmigración.
El gobierno polaco se presenta como defensor de la tradición y la familia, llevando a cabo una “revolución patriótica”, la que, entre otras medidas, ha limitado el apoyo a organizaciones de derechos civiles y eliminado la educación sexual en los currículos educativos.
Una situación similar se vive en Hungría con la llegada al poder de Viktor Orbán en 2010. En las elecciones de 2018, Orbán obtuvo una aplastante victoria electoral, logrando el 49% de los votos, y la tercera victoria consecutiva, luego de 2010 y 2014.
La situación de ambos países ha sido objeto de preocupación de las instituciones europeas. En septiembre de 2018, el Parlamento Europeo por 447 votos a favor y 197 en contra, decidió aplicar a Hungría el artículo 7 del Tratado de la Unión Europea, que implica sanciones como suspender el derecho de voto en asuntos comunitarios.
Algo similar ocurrió en 2017 con respecto a Polonia, puesto que la Comisión Europea instó a la aplicación del artículo 7 al Ejecutivo polaco. Sin embargo, no se ha avanzado en el Consejo Europeo para aplicar esta medida.
Es más, tras la decisión del Parlamento Europeo en contra de Hungría, Polonia señaló que ambos Estados se ayudarían mutuamente para evitar la investigación de la Unión Europea sobre el deterioro de sus respectivos sistemas democráticos.
Polonia y Hungría no están solos en el mapa de la ultraderecha europea. A ellos se une Austria, puesto que en diciembre de 2017 el Partido de la Libertad o FPÖ por sus iniciales en alemán, volvió al gobierno a través de una nueva coalición con el Partido Popular.
El FPÖ, fundado en 1956, había obtenido el 27% de votación en las elecciones de octubre de 1999, con Jorg Haider a la cabeza, lo que le permitió formar parte del gobierno de coalición desde 2000 a 2006.
Diez años después, en las elecciones de 2017 el FPÖ alcanzó un porcentaje similar al llegar al 26%, siendo la tercera fuerza política del país.
También está Italia, donde Matteo Salvini, de la Liga del Norte, forma parte del gobierno de coalición con el Movimiento 5 Estrellas a partir de julio de 2018. Salvini es vicepresidente y ministro del Interior, y cuenta con un discurso contrario a la inmigración, y a las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europa a Rusia, tras la anexión de la península de Crimea en 2014.
En diferentes partes de Europa la extrema derecha ha logrado un crecimiento importante, en gran medida como resultado de los procesos migratorios que han aumentado desde la guerra civil en Siria. El Interés Flamenco de Bélgica, Alternativa para Alemania, Partido por la Libertad de Holanda, Demócratas de Suecia, Amanecer Dorado de Grecia, son solo algunos ejemplos de partidos que comparten un discurso en contra de la inmigración, son críticos de la Unión Europea, y se caracterizan por planteamientos antisemitas e islamofóbicos.
En muchos casos estos partidos se han convertido en la tercera o segunda fuerza política, formando parte de gobiernos de coalición, como es el caso de Austria e Italia, o constituyendo ellos mismos gobiernos, como en Hungría y Polonia.
La extrema derecha europea cuenta con dos referentes fundamentales: Trump y Putin. El eslogan de “America first” del primero se repite en algunos países europeos, con una “Polonia primero” o “Italia primero”, al tiempo que los líderes ultranacionalistas tienen una simpatía por el presidente estadounidense.
De igual modo, estos líderes expresan su admiración a Rusia y al presidente Putin, al extremo que quieren terminar con todo tipo de sanciones económicas a esta, y fortalecer las relaciones tanto políticas como económicas.
Para terminar, estamos en presencia no de casos aislados, sino que de un fenómeno que tiene alcance global: el auge de la extrema derecha.
Ahora, desde octubre de 2018, los ultra nacionalismos europeos pueden sumar a un nuevo socio: el Brasil de Bolsonaro.
Y, con ello, la extrema derecha genera redes y alianzas a ambos lados del Atlántico.
Salvini, Le Pen y Bolsonaro son solo algunos ejemplos de esta nueva marea que amenaza con transformar el mundo y que nos recuerda que las dictaduras militares y los fascismos de cualquier signo no son cosa del pasado.
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