"Felicitaciones a Boris Johnson por convertirse en el nuevo primer ministro de Reino Unido. ¡Será genial!". Primer tuit de felicitaciones que recibió Boris Johnson apenas conocerse su holgado triunfo en la interna del Partido Conservador y convertirse en su nuevo líder. El emisor del mensaje fue nada más y nada menos que el Presidente de los Estados Unidos, con quien suele la prensa asimilarlo.
¿Es Boris Johnson el “Trump británico?” No, pero sí. Vamos por parte.
No. Ambos tienen una historia de vida y formación diferentes. Trump, empresario astuto, hombre del entretenimiento, demócrata primero y republicano después, parece no importarle su ignorancia e inclinación por la “cultura de dudoso gusto”.
Anclado en Fox News, viajando a Mar-a-Lago y mucho dorado en la Torre Trump, el rey del espectáculo y el Miss Universo logró imponerse como candidato en el Partido Republicano y metérselos en el bolsillo.
Quienes creíamos que gobernando los Republicanos podrían moderarlo, nos equivocamos.
Johnson por su parte es producto de la más clásica y elitista formación británica, pasando por Eton y Oxford y frecuentando los círculos de los Tories pese a que en muchos su forma de ser les incomoda. Periodista en Bruselas para el Daily Telegraph (para quien aún escribe columnas) donde ya se hizo detestar por quienes recuerdan sus “euromitos” apoyados en medias verdades y exageraciones malintencionadas.
Ha escrito libros de historia (cuya crítica no le ha sido siempre favorable) dentro de los cuales se encuentra uno de Churchill. Luego fue parlamentario, alcalde de Londres por dos períodos y ministro de Relaciones Exteriores de Theresa May. Con una vida partidaria tory, pese a su estilo irreverente y marquetero, tiene una raíz conservadora evidente.
Sí. Más allá de la cabellera rubia, lo políticamente incorrectos, lo poco diplomáticos y no pocas veces provocadores, existen coincidencias evidentes entre ambos.
Como lo señaló a AFP el politólogo Ian Bremmer, presidente del centro de estudios estadounidense Eurasia Group, "son compatriotas ideológicos por principios: son de derecha y tienen orientación más populista, en contra de la corrección política y el establishment".
Justamente este último aspecto es importante de analizar a la luz de lo que la literatura especializada en populismo nos indica que caracteriza a esta ideología.
Siguiendo a los académicos Cas Mudde y Cristóbal Rovira (“Populismo. Una breve introducción”, Alianza Editorial, 2018), uno de los elementos del populismo contemporáneo es la identificación de dos grupos homogéneos y antagónicos: el pueblo y la élite.
Al primero se le considera como “puro”, “bueno” y al segundo “corrupto”, “malo”.
Dentro de esa élite o establishment, los diferentes populismos difieren en cuanto a su identificación. No sólo la clase política o partidos tradicionales pueden ser parte de ésta sino también pueden caer dentro los empresarios, adinerados, banqueros, el mundo de la cultura, los medios de comunicación, Hollywood, incluso los académicos y expertos.
En el caso de Europa, los populistas han identificado también dentro de ese grupo a combatir a “Bruselas”, nombre con que se identifica a la Unión Europea. Los eurócratas, las instituciones supranacionales y de cooperación europea. Y aquí encontramos que tanto Trump como Johnson han hecho de la UE un objetivo de sus ataques.
Ambos partidarios del Brexit, incluso sin acuerdo, y con un claro desdén por el multilateralismo y la cooperación internacional, han compartido esta bandera de lucha.
Misma razón que llevó a Trump a una relación tensa que terminó en crisis diplomática con Theresa May. Trump le espetó, vía twitter, claro, lo malo de su acuerdo con la UE y sosteniendo que "le dije cómo hacerlo, pero no me escuchó".
Lo anterior se suma a una inclinación de ambos de exacerbar los problemas, a presentarlos como crisis y, por ende, a exigir la adopción de medidas de urgencia, pretendiendo representar la “voluntad general (del pueblo puro)”. Sin importar cifras, estudios científicos, estadísticas, datos u opiniones especializadas.
“La ciudadanía está hastiada de los expertos”, dijo Michael Gove, socio político en algún momento de Johnson, en los momentos álgidos de la campaña del Brexit. Incluso haciendo uso de datos incorrectos en un bus rojo, como lo hizo Johnson.
Por convicción u oportunismo, Johnson fue uno de los grandes protagonistas del Brexit (rol mediático solo compartido con Nigel Farage del partido UKIP del que era su líder). Después de todo, es probable que sin Brexit no habría BoJo como Primer Ministro.
Ejemplo de lo anterior fue también el tema de migración en las campañas de 2016 en UK y EE. UU.
Si bien Johnson dejó “el trabajo sucio” en este tema a Farage, se culpó a la UE de los inmigrantes y refugiados en las Islas Británicas, sin considerar que, tratándose de ciudadanos no UE, son los Estados nacionales quienes siempre han tenido la competencia en esta materia y, tratándose de los de la UE, es parte de las libertades del Mercado Interior que tanto defendió Margareth Thatcher en su momento.
Sobre los refugiados, además de ser una obligación derivada del Derecho Internacional en cuya formación ha participado el Reino Unido, las cuotas establecidas por la UE dejaban fuera a los Estados que no forman parte del Espacio Schengen (como es el caso del Reino Unido).
De Trump, ya sabemos el uso - y abuso - que ha hecho de este tema tanto en su campaña para llegar a la Casa Blanca como en la ya iniciada para 2020. Sumemos a las similitudes más relevantes y por ende, no las únicas, sus comentarios sexistas, racistas y homofóbicos.
Como lo sostiene Cas Mudde en una columna en The Guardian: “Boris Johnson es probablemente lo más cercano a un Trump europeo que se pueda encontrar, al igual que el Reino Unido es el país más estadounidense de Europa. Pero Johnson es en última instancia británico, al igual que Trump es esencialmente estadounidense. Es producto de una cultura de clase elitista específica, impregnada de privilegios y tradiciones, a la que tiene tanto lealtad como responsabilidad”.
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