La reciente resolución adoptada por el Consejo de Seguridad de la ONU el 23 de diciembre de 2016, que condena la colonización israelí de territorios palestinos, ha permitido poner de relieve la verdadera naturaleza del sionismo, a través de las declaraciones de rechazo de las autoridades israelíes, que han manifestado en tono desafiante que harán caso omiso de ella. Para quienes seguimos de cerca el conflicto, dicha reacción no nos causa extrañeza. Sabemos que Israel se considera a sí mismo por sobre la ley y por sobre el resto de la humanidad, como ha quedado plenamente demostrado con este episodio, y una resolución más de condena le es indiferente, ya que sabe que sus contravenciones permanecerán impunes.
En base a lo anterior, nace la necesidad de preguntarse cuál es el origen de esta conducta, que denota un grado importante de soberbia. Dicho origen no se encuentra en tal o cual gobierno de turno. Al hablar de los gobernantes de Israel no caben los calificativos de “halcones” o “palomas”, todos los gobernantes israelíes han sido halcones, sólo que con algunos matices de mayor o menor dureza, pero dureza y violencia al fin. Y no podría ser de otra manera, ya que es parte de la impronta de Israel conseguir sus objetivos por cualquier medio, legítimo o ilegítimo, mal que les pese a la ONU, al derecho internacional o a los derechos humanos. Así ha configurado una historia ininterrumpida de casi 70 años de conductas al margen del derecho.
Pero en este punto es donde el sionismo nos responderá que dicho comportamiento obedece a que Israel es agredido y debe defenderse. Al respecto debe señalarse que son los judíos israelíes, llegados desde Europa, los que se instalaron en 1948 mediante las armas en una tierra que ya tenía dueño y, con razón, este último hará todo lo posible por recuperarla.
No son los árabes los recién aparecidos por Palestina, sino que los israelíes. Y como paréntesis, un ejemplo para demostrar hasta dónde alcanza la paranoia permanente en que viven los israelíes respecto de su “derecho a defenderse”. Ocurrió en mayo de 2010, en aguas internacionales en el Mediterráneo, cuando el barco civil Mavi Marmara, desarmado, que se dirigía a Gaza, fue interceptado y abordado en un acto de piratería, por comandos israelíes fuertemente armados.
A raíz de este asalto resultaron muertos 9 civiles turcos que tripulaban el barco y ningún soldado. ¿La versión israelí? Nuestros soldados debieron defenderse al ser atacados por los tripulantes (desarmados) del barco. ¡Pero si fueron los soldados los que asaltaron el barco…! No hay lugar aquí para el raciocinio; en la lógica israelí las víctimas son siempre ellos, por definición.
Volviendo al tema principal, detrás de estas conductas existe una convicción que forma parte del ser sionista; ella consiste en que siempre se considera latente la posibilidad de la repetición del Holocausto, por lo cual cualquier acto tendiente a evitarlo, de la naturaleza que sea, está plenamente justificado, trátese de una masacre en Gaza, de asesinatos selectivos, tratos inhumanos o cualquier otro acto de violencia. En este esquema mental, todo ser humano no judío representa un peligro potencial y, además, las reacciones violentas en contra de judíos que a veces provoca el accionar del ejército israelí, contribuyen a realimentar dicha convicción: se les ataca por ser judíos, no por ser invasores.
De aquí que el sionismo tienda a la auto-segregación. La misma idea de un peligro permanente acechando en todo lugar, le obliga a optar por aglutinarse en un territorio cuya población debe excluir en lo posible a los no judíos y debiendo al mismo tiempo ser protegido por uno de los ejércitos más poderosos del mundo.
Eso es, en pocas palabras, el auto denominado Estado judío de Israel, motivo por el cual ningún gobierno puede comportarse respecto de los ”extranjeros” en una forma diferente a como lo han hecho hasta hoy todos los gobiernos israelíes. Con razón afirma el historiador israelí Ilan Pappé, que el problema de Israel no son sus gobiernos, sino que su ADN, o sea, la ideología sionista. Mientras ésta no se modifique sustancialmente o no desaparezca, el comportamiento israelí de “negar al otro”, permanecerá invariable.
Es interesante destacar también la opinión de algunos sionistas con los que he conversado, en el sentido que la ideología sionista “no niega al otro”. Sin embargo, dicha idea es discutible, puesto que ya en 1895 Teodoro Herzl, fundador del sionismo, hablaba de la necesidad de desplazar a los árabes de Palestina, y en 1923, el prócer sionista Vladimir Jabotinsky establecía claramente que “el sionismo es una aventura de colonización” y que más importante que hablar hebreo era “saber disparar”.
Por otra parte, en la práctica y desde antes de 1948, la consigna israelí ha consistido invariablemente en conquistar la mayor cantidad de territorio, con la menor cantidad de habitantes árabes dentro.
Y volviendo a la resolución de la ONU, dicha consigna explica lo que sucede hoy, una colonización insaciable de territorios palestinos, pese a que ésta es calificada como crimen de guerra por el derecho internacional. Espero que con el tiempo y por el bien de la paz, los sionistas bien intencionados recapaciten y se den cuenta de la verdadera naturaleza de la ideología que profesan, a partir de episodios como el que comentamos.
También merece destacarse la paradoja que significa que la colonización israelí esté terminando de manera acelerada con el sueño sionista de construir un Estado exclusivamente judío.
En efecto, dicha colonización ha provocado que hoy día vivan en el territorio de la Palestina histórica alrededor de 6 millones de judíos y un número parecido de palestinos. Con el transcurrir del tiempo y en la certeza de que la tasa de reproducción de la población palestina es más alta que la de la israelí, Israel no tendrá más alternativa, para no ser confirmado definitivamente como un estado de apartheid, que transformarse en un Estado binacional verdaderamente democrático y aceptar a los árabes como ciudadanos con plenos derechos, iguales a aquellos de que gozan hoy exclusivamente los ciudadanos que tienen nacionalidad judía.
Y por último, a lo anterior debe sumarse el grave problema de los refugiados palestinos. La condición de refugiado es normalmente de carácter transitorio, pero en el caso de los palestinos, que hoy suman más de 6 millones, se ha transformado en permanente, debido a que Israel no les permite regresar a su tierra, pese a las resoluciones de la ONU que así lo demandan.
¿Cree acaso el sionismo que esta situación se podrá mantener eternamente? Dicho retorno tendrá que producirse algún día, y así más temprano que tarde, será inevitable el amargo despertar del sueño sionista, que debería tener lugar de manera pacífica. En el largo plazo, la fuerza de las armas no será capaz de prevalecer sobre la justicia y la razón.
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