Ya va siendo hora de incorporar el componente androcéntrico en tragedias históricas como es la invasión rusa a Ucrania. El ultra androcentrismo del mando civil y de los ejércitos y sus guerras, es la base ideológica de este tipo de liderazgo y de esta institución milenaria de creación y propiedad exclusiva del hombre patriarcal.
Putin y su guerra es el triunfo una vez más de un androcentrismo tóxico e irracional en los liderazgos que, visto desde el occidente democrático, con grandes componentes ya de lideresas, se encuentran aún en la caverna. Un liderazgo como el de Putin tiende, irreversiblemente por sus composiciones ultraandrocéntricas en sus decisiones, a considerar la guerra como la única resolución de conflictos, como si la guerra -como afirmaban y afirman los nazis- fuera la continuación de la política y no lo que en rigor es: su fracaso, dinamitándola.
Se ha demostrado que los liderazgos de las mujeres en momentos históricos, como en la pandemia, no persiguen alimentar egos patológicos; son más empáticos con las grandes mayorías; priorizan el bien común por sobre el económico-corporativista; poseen una genuina preocupación por el bienestar de la niñez y la juventud; defienden el pacifismo promoviendo el desarme armamentista-nuclear; exigen un irrestricto cuidado por el medio ambiente, y tienen el dialogo como única herramienta para la resolución de conflictos. Estos son los liderazgos no androcéntricos que deben, con urgencia, tomarse el poder para evitar los terroríficos liderazgos androcéntricos que han llenado la historia de guerras y sufrimientos como esta guerra del ultraandrocéntrico Putin que tiene el mundo en vilo.
Los tratados comerciales que se implementaron en estos 32 años de posguerra fría, que ahora llegan a su fin, no ayudaron a democratizar Rusia. En rigor, fue parte de la estrategia expansionista: sin el gas ruso que exporta a Europa se apaga parte importante del continente (en Alemania un 40% de su capacidad energética). La consecuencia de la invasión del supermacho Putin, es que hizo resucitar a la OTAN que padecía de graves problemas existenciales sin un enemigo, después del fin de la Guerra Fría, que toda alianza militar debe tener. Ahora se ha desatado una carrera de rearme militar sin precedentes de toda Europa. El alfa macho Putin se ofrece como el enemigo que la OTAN tanto necesitaba.
La guerra androcéntrica del homofóbico endémico Putin, financiada por una élite de oligarcas que poseen el 85% del PIB ruso, dinamita la esperanza que nació después del colapso, por sí misma, de la Unión Soviética: convertirse en un país democrático liberal integrado a los países occidentales. Putin regresa en toda regla a los orígenes de la tradición cultural y política zarista y comunista: una feroz dictadura interna, y con una política exterior imperialista, bien apoyado por neoultraderechistas y nazifascistas en todo el mundo para fracturar la democracia liberal occidental. La Rusia de Putin, desde la invasión, se convierte en un paria global apoyada sólo por dictaduras dirigidas por androcéntricos esperpénticos: Corea del Norte, Siria, Eritrea, Bielorrusia, y por los bobos que se autoproclaman la "verdadera izquierda": Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, además de sus amigos del alma, los ultraderechistas Jair Bolsonaro, presidente de Brasil y el ex presidente de EEUU (que amenaza regresar en cuatro años), Donald Tramp, que declaró después de la invasión que su amigo Putin era "un estratega genial".
Putin, que padece de una ambición tan exorbitante como delirante por el poder ya en él 22 años ininterrumpidos, devino en un dictador que asesina, envenena y encarcela a los opositores, penalizándolos como "terroristas de Occidente"; cierra todos las organismos de Derechos Humanos y la prensa crítica con su régimen, acusándolos de ser "espías de Occidente". Los rusos reciben una desinformación sistemática desde ya hace años de una maquinaria institucional de construcción de la mentira metodológica que es parte de la estrategia global del régimen autoritario de Putin de su guerra virtual y real contra la democracia occidental, que ya inundó la Red global atizando la polarización en los países democráticos -con su mayor éxito hasta aquí, en EEUU- para desestabilizarlos, acompañada de ciberataques a infraestructuras estratégicas occidentales.
Ya inmerso en el horror de la invasión a Ucrania y con una verbalizada amenaza atómica, Putin exhibe su verdadero yo: continúa siendo el espía de 1989 de la KGB (policía secreta de la Unión Soviética) en Alemania comunista. Ya para muchos incontrolable por su locura de súper androcéntrico defendiendo su honor de alfa macho, anuncia un futuro apocalíptico para Europa y el mundo. Lo más inquietante es que, en plena Guerra Fría, la dictadura comunista soviética jamás, como ahora, amenazó con usar su poderío atómico.
Lo que se inicia con esta guerra es un cambio geopolítico mundial con dos modelos de sociedad en pugna: una de capitalismo excluyente ultraneoliberal autoritario e imperialista, con dos cabezas: Rusia y China versus un capitalismo democrático liberal inclusivo conducido por EEUU y la UE. Es decir, volvemos a los valores y desvalores que produjeron las dos guerras mundiales en el siglo XX: después de haber padecido la lucha entre capitalismo contra comunismo (o viceversa), la guerra vuelve a ser entre capitalismo dictatorial contra capitalismo democrático.
En consecuencia, esta es la primera guerra nacionalpopulista-capitalista -de matriz ultraderechista- de un sistema dictatorial de capitalismo salvaje contra el sistema democrático liberal-capitalista. Un neohitler, gestándose a la vista de medio mundo durante más de 20 años en el poder y que ha engañado tanto a la naíf Europa democrática como a EEUU, ha nacido el día 24 de febrero de 2022 a las 04:00 GMT, anunciando la invasión a Ucrania. Pero ahora el nuevo Hitler, también híper androcéntrico como el nazi, tiene bomba atómica.
Más que nunca se necesitan lideresas.
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