La guerra, una institución originada y gestionada por un patriarcado milenario, siempre ha sido fácil de iniciar, la gran mayoría de las veces justificada con una mentira. Pero ya comenzada, adquiere una dinámica propia muy compleja de administrar y, más aún, de dar término sin sacrificar a la población civil. Un ejemplo muy ilustrativo es el eterno conflicto bélico entre Israel y Palestina. Una guerra siempre tan larvada como reiniciada y que nunca ha mostrado signos de una solución definitiva a la problemática que la origina.
Porque, si analizamos la guerra desde una perspectiva histórica, podemos concluir que es la historia del sistema patriarcal, el cual comenzó mucho antes de la creación de la democracia en la Grecia clásica en el siglo VI a.C. (la moderna se inicia en el siglo XVII-XVIII con el sufragio universal), y mucho más antiguo que la estructura socioeconómica capitalista, que parte en el siglo XVI de nuestra era.
El patriarcado se crea y se afianza entre seis y tres mil años a.C., en el antiguo Medio Oriente, para propagarse gradualmente por todo el planeta. Éste es el origen de la historia de la guerra patriarcal como única y última resolución de conflictos.
La siempre penúltima guerra patriarcal ha llegado hasta 2022, con la invasión de Rusia a Ucrania, aún en pleno desarrollo; y ahora en 2023 estalla con la eterna y siempre larvada guerra entre Israel y Palestina.
Desde el punto de vista antropológico, los seres humanos hombres -que no las mujeres- son los creadores exclusivos de la institución de la guerra patriarcal. Desde siempre continúan considerándola la máxima expresión de poder androcéntrico, demostrándonos que seguimos anquilosados en parámetros que ya tienen milenios de destrucción, barbarie, sufrimiento y, más que nada, de una estrategia errada por no ser la solución de conflictos sino su prolongación permanente: la existencia de los ejércitos siempre preparados para la guerra indican que la solución patriarcal de conflictos descansa en la guerra. En rigor, este comportamiento del ser humano hombre para ejercer el poder y mantenerlo no ha evolucionado desde que creó el patriarcado, sistema intrínsecamente violento en todos sus niveles de implementación.
Además, hay que subrayar que esta forma patriarcal de administrar el poder lo que busca no es solo un cambio de coordenadas en sus estructuras a través de la guerra, sino más que todo consagra el honor machista basándose en la destrucción de otros ejércitos de hombres igual de machistas y violentos. El máximo trofeo del triunfo de la guerra patriarcal es la salvación del honor machista que, para alcanzarlo, no excluye los asesinatos masivos de civiles.
Las dos partes enfrentadas en esta siempre penúltima tragedia entre Israel y Palestina, son totalmente androcéntricas desde el día primero de su creación: el 14 de mayo de 1948 Israel se crea como país invadiendo los territorios de un país soberano, Palestina, con la condescendencia de Naciones Unidas, dominada en esas fechas casi sólo por hombres. Éste es un beneplácito otorgado al pueblo judío por las potencias que habían ganado la Segunda Guerra Mundial, por la carga de complejos de culpa por el sufrimiento indecible que acababa de padecer el pueblo judío: el Holocausto nazi con más de cinco millones de judíos asesinados.
Desde ese 14 de mayo de 1948 se inicia la guerra larvada, y ejecutada ya varias veces, de un poder androcéntrico de los dos protagonistas, inmersos en una gestión de crisis permanente con las coordenadas de la violencia patriarcal de la guerra como última y más importante solución. Vale decir, un enfrentamiento fratricida que incluye la muerte no solo de militares, sino también de la población civil. Esta forma violenta de administrar la crisis sólo salva el honor machista patriarcal de ambos contendientes, y nunca la paz para los civiles de Israel y de Palestina.
Las mujeres y los hombres del futuro tendrán que crear otra forma para la resolución de conflictos que no sea la guerra patriarcal milenaria, la única forma para impedir sacrificar a miles de civiles inocentes, no solo en Israel y Palestina, sino en todo el mundo.
Frente a esta ya larga y desastrosa gestión de esta crisis y contra la miseria de esta guerra patriarcal, con todo el amor que seamos capaces de entregar a los miles de civiles palestinos e israelíes asesinados cobardemente, un réquiem tan taciturno como inextinguible.
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