Fue en el 2002 que el entonces presidente Hugo Chávez desapareció por tres días. El pueblo venezolano salió a las calles y los medios de comunicación se transformaron en trincheras políticas. Por esos días, la noticia, además de la desaparición del comandante, fue el ataque a una estación de televisión rotulada como "antichavista". Un grupo de partidarios del gobierno le prendió fuego a un camión y lo metió envuelto en llamas al interior del canal. Adentro, todos los que ahí trabajaban usaban -desde hacía tiempo y permanentemente- chalecos antibalas, algo de lo que fui testigo. Se anticipaban así a un anunciado ataque que, en este caso, se hizo real.
Ya se vislumbraba entonces que el foco de Chávez estaría puesto en terminar con los medios considerados de oposición. Era también algo de lo que todos hablaban. De esa forma, daría un zarpazo no solo a los medios y a la libertad de expresión, sino también a la democracia.
Desde entonces, y hasta ahora con el continuismo de Nicolás Maduro, el pluralismo mediático ha prácticamente desaparecido, transformándose así en una dictadura de tomo y lomo. Según la ONG Espacio Público, 408 medios se han cerrado en las últimas dos décadas en Venezuela. Entre ellos, El Nacional o El Impulso, dos de los principales y tradicionales diarios del país, a ello se suma la restricción del acceso a las plataformas digitales y redes sociales, y el retiro de las concesiones a todas las señales de televisión consideradas antigobierno. Se ha hundido el acceso a una información crítica e independiente. Solo se informa lo que el gobierno quiere que se sepa.
El golpe de gracia llegó en 2017, con la llamada Ley Contra el Odio por la Convivencia Pacífica y la Tolerancia, una disposición legal vaga en su redacción, que le ha permitido al gobierno acusar a cualquier medio de comunicación, con escasos y en ocasiones, ningún argumento, de promover la violencia y, por tanto, censurarlo o condenarlo a su cierre. Ha sido un desangre lento, pero constante, donde se amenaza a periodistas, se cierran medios disidentes y se ataca la libertad de expresión. Así las cosas, es lógico pensar que la prensa internacional no es bienvenida.
La detención y deportación de un equipo de TVN, liderado por Iván Núñez, es solo una muestra más de que el gobierno venezolano no acepta profesionales de la prensa que deseen informar, de primera fuente, lo que está ocurriendo hoy en ese país. Y es que el accionar es de manual: si quiere instalar una dictadura, aniquile la libertad de expresión y la disidencia. Lo demás, vendrá solo. Se cae de Maduro.
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