Triste aniversario y los pecados del Tío Sam

En febrero de hace 50 años John F. Kennedy tomó la decisión de lanzar una invasión directa sobre Vietnam del Sur, más tarde a todo Indochina, algo que pronto se convertiría en el crimen más extremo cometido desde la Segunda Guerra Mundial, con un costo en millones de vidas humanas solo comparable al holocausto judío, so pretexto de oponerse a una “soterrada conspiración mundial monolítica e implacable”.

Llegó al colmo de autorizar la guerra química para arrasar las tierras cultivables con el fin de hambrear y destruir a una indefensa población.

Aun permanecen intactas en nuestras conciencias las imágenes de Kim Phuc y su familia quemada brutalmente con napalm a los 9 años en uno de esos tantos bombardeos (1972) y que inmortalizó el fotógrafo conocido como Nick Ut, quien más tarde ganaría con esta impactante imagen el codiciado premio Pulitzer.

El objetivo principal fue Vietnam del Sur, más tarde el norte, Laos y Camboya arrasados, toda Indochina sumida en “el más impresionante bombardeo de todas las operaciones aliadas desarrolladas en la región del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial”, incluyendo las dos bombas nucleares sobre Japón, como recordaba Chomsky recientemente en The Guardian.

Las órdenes cumplidas fueron rotundas y excesivas, como todo en materia de política exterior estadounidense, y quedaron reflejadas en una funesta sentencia: “todo lo que vuela sobre todo lo que se mueve”. Su autor, Henry Kissinger, uno de los grandes artífices de este holocausto y, además, del brutal Golpe de Estado del '73 y genocidio chileno.

“El primer 11-S, que en violencia y amargos efectos excedió de lejos el 11-S conmemorado en Occidente”, como señala Chomsky en el citado matutino inglés, ya traducido en varios medios de comunicación on-line.

Para colmo de la ignominia y la vergüenza humana, ese mismo año recibiría (Kissinger ) en Oslo el Premio Nobel de la Paz. Un escándalo que aún hoy (no sólo) avergüenza a los noruegos.

JFK, ya sabemos como terminó, pero éste, como muchos criminales de guerra, uno de los más grandes genocidas de la historia de la humanidad, sigue gozando de la más absoluta impunidad. Escribiendo, disfrutando, seguramente, de las bondades de una “santa” vejez, de sus nietos y dándole, de paso, uno que otro consejo a través de sus múltiples y lucrativas empresas (Kissinger Associates, Kissinger & McLarty Associates, etcétera) al presidente Obama en materia de diplomacia y política exterior. ¡Es que no tiene desperdicio!

Parafraseando a TzvetanTodorow, seguramente si fuera africano, serbio o de algún otro sitio, ya habría sido detenido, juzgado y condenado por Moreno Ocampo en la Corte Penal Internacional. ¡Qué duda cabe!

Da la casualidad, y pese a la enorme odiosidad que siempre ha despertado este personaje en amplios sectores de la opinión pública internacional, que uno de los pocos que han logrado fastidiarlo, tan solo un poco, al intentar juzgarlo, sin éxito, claro está, por sus crímenes de lesa humanidad, fue el defenestrado juez Baltasar Garzón.

Se agradece, por cierto, el espectacular esfuerzo en este sentido realizado por la pluma hostil del genial Christopher Hitchens, el polémico escritor y periodista británico nacionalizado estadounidense recientemente fallecido, con su bestseller Juicio a Kissinger (2002).

En uno de los interesantes pasajes del texto se encarga de recordarnos una de las frases míticas de “nuestro personaje”, cuando con motivo del triunfo de Salvador Allende el 4 de septiembre del '70, espetó con su característica virulencia y profundo menosprecio por la democracia "que no veía razón por la cual se le debiera permitir a cierto país hacerse marxista meramente por la irresponsabilidad de su gente".

Por último, no se puede dejar de mencionar, aunque sea de paso, el otro gran pecado del Tío Sam que cumple su triste aniversario, también de cincuenta años, el brutal bloqueo comercial impuesto a Cuba.

Una táctica de "estrangulamiento" de la economía que más tarde pondrían en práctica en otros países del mundo, siempre acompañada del consabido "programa" de desinformación (difamación y mentiras), como en el citado "caso de Chile" para desgracia de la inmensa mayoría de los chilenos. Nixon, se refería a esta estrategia con su acostumbrado procaz y malsonante léxico en términos de "hacer aullar la economía".

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