A propósito de las odiosas declaraciones emitidas por el inefable ministro de Justicia, en relación a la famosa obra literaria de Charles Dickens, que relata la vida del niño abandonado en un hospicio londinense, en los años de 1800, cae en una extemporánea comparación.
Oliver Twist se enfrenta a sus carceleros, cuidadores privados, por encargo de su Majestad, de los infantes huérfanos (en situación de calle) de la noble Gran Bretaña, recordado por su célebre frase “tengo hambre señor, hágame el favor de darme un poco más”.
Han trascurridos más de 200 años de ese libro denuncia. Fue un duro golpe a la sociedad inglesa de la época, mal que en el mundo aún perdura.
El drama es que en Chile, la situación de los niños y niñas desamparados, pereciera por los hechos denunciados sigue igual o peor que antaño, no ha cambiado un ápice.
El servicio nacional de menores está en el banquillo de los acusados, por acción o por omisión, de delitos que se le imputan.
¿Es solo una institución estatal, la que está en tela de juicio? ¿O es una sociedad entera cómplice de lo ocurrido, la que intenta tapar el sol con un dedo, para desligarse de su propia responsabilidad?
La verdad será visible a través de los ojos de la muerte.
Muertes que se ensaña, una y otra vez en estos recintos, donde debiera existir vida, esperanza y seguridad, nos encontramos con macabros hechos que recién se están develando a la opinión pública.
El fiscal Marcos Emilfork, dio cuenta que en 2015 y al 30 de junio del 2016 hubo un total de 243 menores fallecidos al interior de los recintos del Servicio de Menores, increíble, pero lamentablemente cierto.
Las autoridades involucradas, no querían reconocer, estos brutales crímenes, lo calificaron simplemente como una crisis institucional, cuya solución estaba en cambiar de jefatura, escondiendo la basura debajo de la alfombra.
¿Qué actitud más miserable y condenable?
Los tratados internacionales de protección a la infancia, se han violados sistemáticamente, casi igual como se violaron los DDHH durante la dictadura.
Las cruces en los cementerios ya no son solamente de NN, de detenidos desaparecidos, de perseguidos políticos, por el régimen militar. Hay otras fosas comunes que también nos avergüenzan.
Son las tumbas de nuestros infantes, los desdichados de la sociedad chilena, los que estorban, los mendigos, los menesterosos, los que piden en las calle o cantan en las micros.
La jueza de familia Mónica Jeldres, declaró abrumada “hemos visto abusos, violación torturas físicas y sicológicas, trata de blanca, prostitución, narcotráfico, en estos niños y niñas, lo peor es que no hay recursos en Chile para un abogado, que defienda los derechos inalienables de estas víctimas del sistema.
Lissette, una niñita de escasos 11 años, asistente del Cread Galvarino, murió según diagnóstico médico, asfixiada por comprensión mecánica externa, la aplastó una tía hasta conseguir su objetivo, callarla para siempre.
Alan, un niño de 13 años, asistente del Cread de Temuco, vendía calendarios, en la vía pública, cuatros malvados lo golpearon y asfixiaron, torturándolo hasta matarlo. Fue encontrado asesinado, 12 días después, acusados de un delito que nunca cometió.
El diputado René Saffirio, miembro de la comisión investigadora de la Cámara de Diputados, ha denunciado valientemente, que las cifras oficiales, entregadas no son verídicas. Él habla de 1.000 casos sin aclarar, un millar de almas muertas, sacrificadas por sus propios guardias, los mismos niños que en el pasado reciente, no muy lejano, eran esclavos de amos inescrupulosos, que se enriquecían explotándolos, hasta la última gota de sangre.
Las estadísticas y los números son fríos, tan gélidos como el corazón de aquellos responsables de las malas prácticas, que se encarnan en algunos funcionarios e instituciones explotadoras de estos servicios dependientes de Sename, sin control, acostumbradas hacer y deshacer, con la mercadería que se les entrega.
La red de corrupción golpea fuertemente las raíces morales de la institucionalidad chilena. Ahora es el Estado, quien les da cristiana sepultura, para que nadie se entere de estos inexplicables decesos.
Así los y las culpables seguirán en total impunidad, mientras la sociedad chilena mira y no quiere ver, como la vida de niños y niñas que debiéramos proteger la dejamos que se escabulla una y otra vez, en manos asesinas.
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