En marzo del 2007, ingresé en el Senado una iniciativa de ley para legislar en el tema de la dolorosa realidad de la violencia de género, en el caso de parejas que no tienen convivencia bajo un mismo techo.
Se trata de personas jóvenes, en la adolescencia o apenas saliendo de ella, en que se hizo habitual que un hombre joven desata una furia criminal sobre su pareja indefensa, provocándole heridas muy graves e incluso la muerte.
Lamentablemente, la aversión hacia la mujer está diseminada en los diversos segmentos de la población, desde la extrema pobreza en los barrios periféricos del mundo popular, hasta las mansiones donde se ostenta la riqueza de la gente acaudalada.
En polos opuestos de la sociedad la violencia de género podrá ejercerse de distinto modo, pero se hace de manera igualmente brutal.
El mayor drama radica en los gobernantes que exudan misoginia porque les resulta irrefrenable, como el caso de Bolsonaro, en Brasil, que avergüenza a su comunidad nacional con sus dichos misóginos.
Hace pocos días atacó a Greta Thunberg, luego lo hace su hijo, les saca de sus casillas el aporte valiente de la joven sueca a la lucha contra el cambio climático llegando al extremo de hacer un montaje de imágenes para desacreditarla, ambas son graves incitaciones en su contra.
Queda claro que extremistas que sienten aversión hacia la mujer aún detentan demasiado poder, en muchas esferas decisivas del mundo actual.
Esta semana la sala del Senado aprobó la idea de legislar sobre los casos de femicidio en parejas que no conviven bajo el mismo techo.
No tuvo más alternativa, ante la lacerante realidad de crueles asesinatos que han terminado la vida de mujeres, jóvenes en su mayoría, cuya existencia rebosaba de potencialidades que fueron truncadas y que nunca podrán realizarse.
Esa violencia asesina ha hecho gritar a miles de personas de dolor, rabia, impotencia, pero también ha dado impulso a una decisión de luchar contra esa crueldad infinita que surge en individuos deshumanizados. Es la atroz tragedia de los femicidios. Una herida hasta ahora incurable en nuestra convivencia social.
La comunidad espera que el trámite legislativo concluya prontamente y el proyecto sea promulgado como ley de la República, de modo que la fuerza y la firmeza de los Tribunales de justicia pueda mitigar, aunque sea en parte, el dolor de las familias y detener en el futuro próximo estas aberrantes acciones criminales, ya que la violencia contra la mujer mata, y la sociedad chilena no lo puede seguir permitiendo.
En efecto, se ha levantado un potente movimiento por la igualdad y el respeto de la dignidad de la mujer, cuya masiva presencia en las calles ha generado un cambio de gran alcance en la sociedad, que reivindica la dignidad de su trabajo, revaloriza su rol y reclama respeto e igualdad. No más asesinatos, acosos y abusos contra la mujer, que permanecen en una dolorosa proporción en impunidad, o castigados parcialmente, dado la ineficacia del Estado que ha fallado en hacer justicia en estos crímenes atroces.
La deuda del país, como resultado de la negligencia, lentitud, impericia, desatención e incluso del machismo cómplice de un buen número de burócratas del aparato estatal, es imposible de negar. El número de mujeres asesinadas o abusadas que nunca fueron socorridas o apoyadas por el Estado es demasiado alto, son tantas las que a pesar de insistir estérilmente en sus denuncias no fueron escuchadas ni protegidas que hoy pesan en la conciencia de quienes debían actuar y no lo hicieron.
Entre sus demandas fundamentales, el movimiento femenino reclama su derecho más importante y crucial, el primero de todos, el derecho a la vida y el respeto a sus derechos fundamentales.
Es muy probable que este sea el más importante y perentorio reclamo de un sector de la sociedad, que abarca a más de la mitad de la población, en aras de sus legítimos derechos esenciales.
Pero, paralelo a ese avance tan significativo, está la brutal acción de individuos enceguecidos y bestializados por la violencia de género que los lleva a criminalizarse.
Son los femicidios que siguen poniendo fin a la vida de un número estremecedor de mujeres que padecen la furia irracional de misóginos sin dios ni ley.
Hay que impedir que nuevas manos se conviertan en asesinas para seguir avanzando hacia la meta de poner término a todo tipo de violencia y abusos contra la mujer y abrir las mentes hacia una efectiva igualdad de género.
Esa es la auténtica meta que permitirá alcanzar la humanización de las relaciones sociales y un nuevo tipo de existencia entre hombres y mujeres, libres e iguales, para hacerse cargo en conjunto de los desafíos del siglo XXI.
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