Decepcionados y cansados. Esos dos verbos son los que mejor resumen, creo, la confianza de la ciudadanía chilena en el Poder Judicial. La verdad es que hay pocas razones para confiar. Esto no lo digo yo, lo dice la Primera Encuesta de Evaluación de Confianza en las Instituciones, enfocada en la "Confianza en el Sistema Judicial", realizada por la Universidad Gabriela Mistral y Black&White, que en mayo de este año arrojó como resultado que 83% de los chilenos confía poco o nada en las instituciones judiciales del país.
De acuerdo al sondeo, todas las instituciones evaluadas por los consultados -Tribunales de Familia, Fiscalía, Defensoría Penal Pública y Tribunales de Justicia- recibieron notas de reprobación, llegando a 2,7 en el último caso. Esto es lo que hay, y eso que ni siquiera estoy contando que, tras escándalos iniciales, las condenas son muy pocas.
Pero no quiero quedarme pegada en ese caldo de cabeza. Quiero avanzar estas líneas y hacer parte de mi paisaje de mañana, un banquillo donde está sentado el otrora querellante Luis Hermosilla, devenido hoy en imputado por sus negociados ilegales, ayer capitán de yate, conocido por "cuatro ucranianas, tres polacas, dos argentinas". Aclaro que no he estudiado Derecho, pero sé leer y, modestia aparte, razonar. Con ese bagaje, no es difícil sumarse a los que desean que pase los próximos años de su vida en la cárcel.
Eso sí, es bueno recordar que si hemos asistido por estos días a la metamorfosis del imputado Luis Hermosilla es gracias a un medio de comunicación digital independiente, que en noviembre del año pasado reveló los audios de quien/quienes están acusados de soborno, delitos tributarios y lavado de activos. Entre las virtudes de este medio nacional, pienso en su capacidad de indignación, su valentía, persistencia, talante investigativo y frialdad al examinar hechos, personas y datos.
Otros han olvidado o ignoran estas cualidades, dando lugar a denuncias inspiradas sólo en subir el porcentaje de audiencia, generar prestigio entre editores o directores que reclaman contenido de escándalo para sus programas o para sus titulares. Esa clase de periodismo puede generar sintonía y lectores por un par de horas o días, pero labra un desprestigio permanente hacia la profesión. El daño mayor lo reciben las personas, cuyo derecho a conocer la verdad de los asuntos públicos resulta burlado por la posición cómoda y trivial del periodista y del medio.
Que siga firme la capacidad de cabreo y enojo de colegas por cosas que no funcionan y que muchos aceptan con sumisión como parte de la vida. Que sigan existiendo profesionales independientes de sus fuentes y de las personas que investigan, que no se dejan influenciar en su trabajo por la rabia de personas que tratan de camuflar la información que los compromete. Dios salve a Ciper Chile, a todos los colegas y a los medios que con sus publicaciones dan batalla para enfrentar al mismísimo Belcebú y son capaces de darle una charla TED a los 300 de Leónidas.
Hasta aquí ha llegado Hermosilla.
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