En los últimos días mucho se ha hablado y se seguirá hablando de las inclemencias del clima, incluso en los diversos medios de comunicación se ve el gran desfile de personajes que luchan entre ellos por quién da el mejor pronóstico meteorológico, aprovechando la tecnología existente, sin abordar el tema de fondo que es la gestión del riesgo ante desastres en un país como el nuestro que si sabe de desastres naturales en su historia.
El invierno más lluvioso en 14 años, como han indicado algunos expertos en climatología, ha provocado enormes estragos, que van desde desbordes de canales y afluentes superficiales, cortes de caminos, daños en la actividad agrícola y ganadera y un sin número de damnificados que perdieron en algunos casos todo lo que tenían debido a las devastadoras inundaciones. No obstante poco se ha hablado de cuan preparado está el Estado y la ciudadanía en la gestión de los riesgos frente a los desastres naturales, solo basta recordar la célebre frase que dijo el papa Francisco por el año 2014 en un diálogo con el entonces presidente de Francia François Hollande: "Dios perdona, el hombre a veces, pero la naturaleza jamás".
La gestión de los riesgos de desastres naturales no se debe fundamentar únicamente en la acción en medio de la emergencia ni en análisis de datos históricos, sino que su accionar debe enfocarse en la preparación y el diseño de políticas públicas efectivas a mediano y largo plazo, puesto que los riesgos por un lado imponen medidas para evitarlos y los desastres imponen desafíos para enfrentarlos, pero no solo desde una perspectiva de los climático, sino que también desde una perspectiva económica, social y de infraestructura, y en eso a mi parecer hay un tema pendiente, ya que esto no basta con un mero cambio de nombre de la otrora institucionalidad llamada Onemi (Oficina Nacional de Emergencia) a Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred), sino que esto implica un cambio de paradigma entre esta "nueva institucionalidad" y la coordinación con el resto de los servicios públicos, puesto que es imperativo no olvidar por ejemplo que nuestro país aún atraviesa por una brutal megasequía que ha dejado de manifiesto las enormes desigualdades existentes sumado a las enormes pérdidas en lo económico, social y ambiental, la cual está lejos de terminar y no por un evento meteorológico se da por concluida, al contrario esta continúa desertificando el territorio.
Finalmente, el cambio climático es una realidad planetaria actual y futura aun cuando algunos personajes del Consejo Constitucional se empeñan en desconocerla, nos desafía como sociedad a informarnos y al Estado por su parte en tomar medidas reales, efectivas y no egoístas, que no estén supeditadas únicamente al cortado de cinta de una obra cortoplacista en un período presidencial, sino que debe ser pensado en el bien común y no en un bien electoral.
Las precipitaciones continuarán y tal vez con mayor intensidad en poco tiempo, por lo tanto se debe prohibir la construcción en zonas que históricamente han sido de inundación, reparar las defensas fluviales, limpieza de colectores aguas lluvias, limpieza de canales de regadío y fortalecer la educación de la sociedad en riesgos y desastres, pero la megasequía y el estrés hídrico no darán tregua y seguirán, por lo tanto no basta con actuar en medio del desastre, sino que hay prepararse fomentando la infraestructura hídrica como los embalses, sistemas urbanos de drenaje sostenible, aprovechamiento de las aguas de los emisarios marinos, deslindes de los causes de los ríos, balances hídricos de cuencas, etc., ya que la lluvia no llena los camiones aljibes y por otra parte dejar de lado la mala praxis de la actuación sobre la marcha y el egoísmo porque como dijo el Papa, la naturaleza no perdona, pero no necesariamente avisa.
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