Nuestras cuencas hídricas están siendo sometidas a presiones por los sectores productivos y generación hidroeléctrica. Poco se habla de la presión del consumo humano en ciudades como Santiago, Valparaíso, Viña del Mar o Concepción. El más revelador es el caso de Santiago, que en épocas de extrema sequía consume hasta un 80% de los caudales, como sucedió en los meses de otoño, antes de las lluvias.
Las ciudades cubiertas por concesión sanitaria tienen prácticamente un régimen de “libre demanda”, en que el consumo humano está disociado de las exigencias hídricas del resto de la cuenca. Sectores de la ciudad consumen del orden de 500 a 600 litros por persona día, en tanto, las necesidades básicas se cubren con 120 litros por persona día.
El sistema tarifario actual es uno de los causantes de esta realidad, dado que se cobra por unidad consumida, lo que es claro para el control, pero no fomenta el uso sustentable, existiendo aguas que se derrochan.
Es urgente avanzar en el sistema volumétrico progresivo por bloques, usado por la mayoría de los países que abordan este tema en serio.
Este establece un bajo valor para el primer tramo, que cubre el derecho humano al agua, y los siguientes son progresivamente más caros.
El último metro cúbico es sustancialmente más oneroso que el primero. Esto permite subsidios para sectores de menores recursos, y también invertir en provisión de artefactos y dispositivos de ahorro domiciliario.
Las ciudades no pueden seguir siendo una carga tan pesada para las cuencas. Por eso, este sistema prioriza el consumo humano, y, a la vez, alivia el impacto de la sequía en los pequeños agricultores.
Todo ello sin perjuicio de abordar otras materias, como las pérdidas en cañerías, reutilización de aguas grises y recirculación de aguas tratadas.
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