En la historia contemporánea de sociedades industrializadas ha prevalecido un entendimiento de nuestra relación con la naturaleza desde una perspectiva utilitarista, tratándola como un commodity al servicio de nuestras necesidades. Desde la Revolución Industrial y con mayor fuerza en la era de la globalización, los ecosistemas han sido valorados principalmente por su capacidad de proveer bienes y servicios medibles en términos económicos. Un enfoque que ha permeado las políticas públicas y las decisiones individuales, relegando dimensiones culturales, espirituales o simbólicas.
Esta visión de moneda de cambio con la naturaleza, ha contribuido a la crisis climática y de biodiversidad, pero también a una crisis menos visible: la de los valores que sustentan nuestra conexión con el entorno. La exacerbación de una cosmovisión economicista ha priorizado la explotación de recursos, desconectándonos de formas más complejas y recíprocas de relacionarnos con la naturaleza. En este contexto es que junto a otros académicos y académicas proponemos el concepto de contribuciones recíprocas: un marco que desafía la idea unidireccional de la naturaleza como proveedora de servicios.
Inspirado en el trabajo de la académica potawatomi Robin Wall Kimmerer, este enfoque subraya la reciprocidad como un principio ético y cultural basado en la gratitud y el intercambio mutuo. Kimmerer plantea que la naturaleza nos ofrece "materialidades, alimentos, experiencias y regalos" -como contribuciones ecológicas, recreacionales o espirituales-, donde la herencia de los saberes del pasado son importantes para tejer futuros compartidos con la diversidad biológica. Nosotros podemos contribuir a su bienestar a través de acciones biofísicas, sociales, culturales, simbólicas y políticas.
Las contribuciones recíprocas abarcan interacciones y experiencias que generan beneficios mutuos, ya sea directa o indirectamente. Por ejemplo, una comunidad que protege un bosque no solo preserva su biodiversidad, sino que refuerza su identidad cultural y valores espirituales. Un caso paradigmático de esto se encuentra en Melinka, en la zona norte de la Patagonia chilena, donde durante los años '80 y principios de los '90 la fiebre del loco llevó a una sobreexplotación que dañó el equilibrio ecológico del fondo marino.
En respuesta, algunos pescadores y buzos locales comenzaron a restaurar los ecosistemas degradados trasladando piure, un urocordado que forma estructuras tridimensionales y actúa como especie fundacional. Estas comunidades reubicaron piures de zonas de abundancia a áreas afectadas, facilitando la regeneración del fondo marino y creando condiciones para el retorno de otras especies.
Otro ejemplo tiene que ver con humedales urbanos, como el caso del humedal Tres Puentes en Punta Arenas, donde organizaciones sociales y un colegio municipal han hecho la resistencia para conservar este espacio de gran biodiversidad de aves. Desde las ciencias ecológicas, parte de nuestra tarea es medir los efectos negativos de un impacto ecológico, pero pocas veces medimos los logros de las contribuciones que las comunidades locales hacen para la integridad ecológica.
Entonces, no minimicemos las contribuciones recíprocas a simples anécdotas de una lucha ambiental o reducirlas a esa frase frecuente de algunos ecólogos reduccionistas que invitan a no romantizar las prácticas culturales. Mejor escuchemos, aprendamos y entendamos las motivaciones que pueden enriquecer el bienestar personal y ecológico a distintas escalas desde un patio de una casa hasta a una reserva de biosfera.
También estas prácticas ilustran cómo las contribuciones recíprocas no sólo tienen un valor ecológico, sino que fortalecen los lazos culturales y la memoria colectiva. Algo que desde el Sur Global se está discutiendo en espacios como la Conferencia Internacional CHIC: instancias fundamentales para reflexionar sobre estas dinámicas desde una perspectiva crítica y situada junto a cientos de pensadores y pensadoras del mundo.
Que desde el "principio o el fin del mundo" nos cuestionemos los marcos economicistas y coloniales que han dominado las políticas ambientales, promoviendo conceptos como la reciprocidad en nuestra relación con la naturaleza, es un sello que merece ser visibilizado. Después de todo, es una herramienta para construir nuestra propia historia.
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