Desde hace algunos años se viene celebrando cada 21 de septiembre, principalmente a nivel de redes sociales, el Día Internacional de lucha contra los monocultivos de árboles. En realidad la fecha no tiene el carácter de internacional. De acuerdo con lo que se puede leer en Internet este día fue declarado en 2004, durante un encuentro de una red comunitaria que lucha contra las plantaciones industriales de árboles en Brasil y se eligió el 21 de septiembre porque en esa fecha Brasil celebra el Día del Árbol.
Pese a que su origen se encuentra en Brasil, en Chile algunas organizaciones ambientales y grupos de jóvenes, han acogido con entusiasmo esta fecha para montar campañas comunicacionales criticando a las plantaciones forestales que, en nuestro caso, están conformadas por especies introducidas como el pino y el eucalipto.
En este intento por fijar una posición crítica respecto a las plantaciones forestales, dos ideas fuerza son majaderamente utilizadas.
a) Denominar al monocultivo forestal como “desierto verde”.
b) Insistir en la separación semántica entre bosques y plantaciones, ya que éstas últimas no podrían aspirar a esa denominación. Serían formaciones vegetales “de menor valor”.
Quienes celebran el Día internacional de lucha contra los monocultivos forestales pueden tener buenas intenciones, pero con toda seguridad necesitan más información para contextualizar el papel de las plantaciones forestales industriales en el mundo.
Los monocultivos forestales, es decir, las plantaciones de árboles con fines industriales, ascienden solo al 2% de la superficie forestal del planeta. Esto es, 80 millones de hectáreas de monocultivos para un total mundial de cuatro mil millones de hectáreas de bosques.
Pese a representar una porción muy marginal de los recursos forestales mundiales, las plantaciones suministran cerca del 35% de la madera que el mundo demanda. Por lo tanto, son altamente eficientes en términos de producción maderera por unidad de superficie.
Este es un dato clave, ya que quienes “luchan” a través de las redes sociales contra los monocultivos forestales, omiten deliberadamente mencionar el rol que estos cultivos juegan en la provisión de bienes y servicios que la humanidad demanda. La madera no es un bien superfluo o suntuario. Al contrario, es un bien de primera necesidad en muchos países, especialmente en aquellos menos desarrollados que utilizan la madera como su principal fuente de energía y calefacción. Estos países son a su vez los que degradan más rápidamente sus recursos forestales nativos.
No podemos estigmatizar a los cultivos forestales y tratarlos como sistemas productivos sin valor o que solo existen para generar riqueza a sus propietarios. Ese es un reduccionismo absurdo. De hecho, para satisfacer sus necesidades la sociedad descansa completamente en los monocultivos, ya sea para producir alimentos, como es el caso de la agricultura y la ganadería; o bien para producir otros bienes y servicios a través del manejo de los bosques naturales o el establecimiento de plantaciones.
Quienquiera que desee eliminar los monocultivos como sistema de producción, debe saber que la población mundial no podría sobrevivir con otro tipo de sistema. O bien, si llegara a existir un sistema productivo alternativo que pudiera prescindir de los monocultivos, con toda certeza terminaría presionando los recursos naturales de cada país destinados a la conservación más allá de su nivel de sustentabilidad.
Es tan evidente la necesidad de los monocultivos en nuestra existencia diaria, que basta recorrer un supermercado para darse cuenta de que prácticamente todo lo que allí se ofrece tiene su origen en monocultivos agrícolas, pecuarios o forestales.
Por ejemplo, provienen de monocultivos agrícolas todo tipo de licores, el vino, la cerveza, la leche, el café, el té, el aceite, las legumbres, el arroz, las pastas, el pan, el chocolate, el queso, los cereales, el huevo, la margarina, la mantequilla, el yogurt y todos los productos cárnicos (excepto el proveniente de la pesquería).
Parte importante de la ropa proviene del monocultivo del algodón. Respecto a los monocultivos forestales, son responsables de todos aquellos productos que facilitan la vida en el hogar, papel higiénico, papel tissue o papeles absorbentes, incluyendo los pañales y pañuelos desechables, que poseen un impacto sanitario relevante para la población.
Además de toda la papelería que se utiliza en impresión de libros o confección de cuadernos y carpetas; sin mencionar toda la gama de embalajes producidos en papel, cartón y madera.
¿Existe acaso un producto alternativo a la madera y al papel para todos los usos ya mencionados y que provenga de fuentes renovables y que además sea biodegradable?
¿O tal vez los detractores de los monocultivos, reconociendo la importancia de los productos derivados de la madera, sostienen que la producción de estos bienes debe provenir únicamente de bosque naturales? Sería difícil defender una campaña ambiental sobre una idea como esa.
Sostener que no deberían existir los monocultivos, y en particular los monocultivos forestales, es una interpretación errada de lo que debería ser una genuina preocupación ambiental.
Nuestro deber como sociedad es trabajar para que todo sistema productivo, ya sea agrícola, pecuario, forestal, pesquero, industrial o minero, cumpla estrictos criterios de sustentabilidad. Ese es un desafío que debería congregarnos a todos.
Pero no podemos enarbolar cruzadas ambientalistas que ignoren la dependencia que como sociedad tenemos de los sistemas productivos actuales. No es correcto tratar de instalar la idea de que “monocultivo forestal” deba ser considerada una mala palabra.
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