Montañas en riesgo: proteger lo que nos sostiene

El 11 de diciembre se celebró el Día Internacional de las Montañas. Para las y los chilenos, mirar la montaña es cotidiano. En Santiago, por ejemplo, estamos rodeados de ellas, tanto que en invierno incluso pueden impedir la circulación del viento y contribuir al smog. Su presencia es tan natural que a veces olvidamos su verdadera importancia.

En el mundo, las montañas ocupan un quinto de la superficie terrestre. Aunque solo un décimo de la población vive asociado a ellas, la mitad de la humanidad depende directamente de sus recursos, especialmente del agua. Además, son hábitat de un cuarto de la biodiversidad terrestre y la mitad de los hotspots de biodiversidad del planeta se encuentra en ambientes de montaña.

La flora y fauna de montaña es extraordinaria: las plantas por ejemplo adoptan formas achaparradas para resistir frío, nieve y vientos fuertes y los animales desarrollan pelajes firmes o comportamientos especializados para sobrevivir en condiciones extremas. El aislamiento geográfico que es consecuencia natural del relieve, genera altos niveles de endemismo, con especies que no existen en ninguna otra parte del mundo. Incluso la biodiversidad microbiana de estos ecosistemas revela linajes únicos. Su topografía compleja conforma verdaderos mosaicos de paisajes, donde cada rincón puede albergar un ecosistema propio.

Las montañas también son las fábricas del agua: allí nacen los ríos y allí se encuentran los glaciares, reservorios fundamentales para el planeta. Como señala Alexis Segovia, académico de la Facultad de Ciencias Forestales y Conservación de la Naturaleza de la Universidad de Chile, los glaciares son esenciales para el suministro hídrico, la regulación climática y la biodiversidad de las cuencas.

Pese a todo esto, las montañas son ecosistemas frágiles. El cambio climático altera profundamente estos ambientes, el aumento de la temperatura y la disminución de las precipitaciones afectan el ciclo hidrológico y reducen la disponibilidad de agua. Su topografía las hace propensas a rodados y aluviones, fenómenos que hoy se intensifican. Sus quebradas y cerros -centros de diversidad- están cada vez más amenazados por incendios forestales que aumentan en frecuencia e intensidad. Estas perturbaciones no solo afectan a la flora y fauna. Cada vez más personas habitan las montañas, volviéndose vulnerables a cambios que, paradójicamente, hemos provocado nosotros mismos.

En Chile, la protección histórica de ecosistemas de montaña ha sido muy baja, especialmente en la Región Metropolitana. Esto comenzó a cambiar recién en 2023 con la creación del Parque Glaciares de Santiago, que protege 75.000 hectáreas sobre los 3.500 metros, aunque dejando sin resguardo las zonas bajas. En diciembre de este año ingresaron a Contraloría los decretos que ampliarían la protección, creando dos nuevas áreas, un Parque Nacional y un Área de Múltiples Usos, que sería la primera de su tipo bajo la nueva Ley SBAP. Aún se espera que Contraloría tome razón para avanzar en esta urgente protección. El proceso ha sido lento: en la Cuenta Pública de 2023 el gobierno comprometió resguardar estas zonas; el Comité de Ministros para la Sustentabilidad aprobó su protección en mayo de este año, y desde entonces la comunidad aguarda que este territorio crucial -para el agua, los suelos y la biodiversidad- sea finalmente protegido.

Las montañas sostienen nuestra vida, nuestras culturas y nuestro futuro. Protegerlas no es un lujo ni un gesto simbólico, es una necesidad urgente para asegurar agua, biodiversidad y resiliencia en un país que depende de ellas.

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