La culpa es de la asesora

La reciente gira internacional del Presidente Piñera es probablemente, la más exitosa que ha realizado. En un planeta en crisis, Piñera pudo mostrarse ante los líderes de mundo como jefe de un Estado con cuentas e instituciones sanas. Al mismo tiempo, aprovechó la tribuna internacional para enviar mensajes internos con una imagen de solemnidad y alto nivel que es bastante esquiva en territorio nacional para cualquier mandatario que no logre superar el tercio de apoyo ciudadano.

Por ello, no es para nada extraño que el Presidente y su equipo comunicacional no quisieran desviarse en sus contactos de prensa desde su propia agenda hacia un tema más que evidente en el plano internacional: Pinochet y la división que persiste entre los chilenos en torno a su figura, instalada por cierto en los cimientos de su propio gobierno.

Todos quienes hemos debido cumplir el rol de asesores, hemos luchado siempre por mantener a nuestros voceros en los temas que estratégicamente hemos determinado como relevantes, buscando circunscribirse a los mensajes que se estiman más adecuados para transmitir al público.

El mejor modo de lograr la efectividad de la comunicación es contar con voceros preparados y disciplinados, que venzan la tentación de hablar de todo y comprendan que para comunicarse con la ciudadanía a través de los medios, deben ser capaces de priorizar las ideas, centrarse en pocos contenidos y en transmitirlos de un modo tal que hagan sentido a la mayoría.

Cuando el vocero es disciplinado, es más fácil desarrollar algunas técnicas para no desviarse de los mensajes centrales. La más simple, aunque un poco hosca, es que el vocero esté preparado para decir “de ese tema no voy a hablar”. Otra alternativa más suave es preparar una respuesta que no le sea útil al periodista para destacar en demasía, por ejemplo repitiendo algo sobre el mismo tema que el mismo vocero haya dicho en el pasado.

Cuando el asesor no está bien acoplado con el vocero, o cuando desconfía de sus propias habilidades como asesor, algunas veces intenta traspasar sus propias incapacidades al periodista, solicitando que no se realicen ciertas preguntas o incluso, cuando ello no es aceptado o no existen las confianzas para pedirlo, negando a un medio de comunicación específico el acceso a su vocero.

Esta práctica, en el fondo, afecta directamente la capacidad de la opinión pública de informarse, pues en el primer caso ésta supone que el periodista no quiso realizar tal o cual pregunta y, en el segundo, que el medio no tiene interés en entrevistar.

En general, los medios más reputados no aceptan hacerse cargo de las incapacidades de los equipos de comunicaciones y develan estas inconsistencias, como lo hizo recientemente BBC Mundo.

Por ello creo que el chascarro de ver al Presidente saltando de su asiento y aduciendo razones de tiempo ante un pregunta incómoda no es un error presidencial.

Si el vocero está concentrado en dar la mejor entrevista posible y de pronto ve a su asesora en una actitud tan imprudente como detener de pronto la conversación, tapar la cámara y finalmente desconectar el micrófono, lo responsable de parte del vocero es hacer caso.

El Presidente tenía la obligación de suponer que su asesora sabía algo que él no. Podía ser una amenaza de seguridad, un error grueso que cometió en la entrevista o un hecho sobreviniente, lo que sea.

Si tu asesor te dice que se acabó, así como lo hizo la asesora de Piñera, violentamente, algo grave debe estar pasando. Lo responsable es confiar en tu asesora. A fin de cuenta, para eso la tienes.

La asesora se equivocó. Qué duda cabe. Lo que hizo no tiene justificación. Su nivel de agresividad y falta de respeto con el periodista y en definitiva con el público, es inaceptable. Si el periodista hizo la pregunta indebida, ella debió confiar en que su vocero sabría encauzar la conversación hacia “sus temas”. Y si éste no lo hacía, qué prefería: ¿una entrevista no tan buena o una entrevista que termina en escándalo con uno de los medios más relevantes del mundo?

El Presidente tuvo que regresar al país a dar malas explicaciones (no hay ninguna buena) para un error inexplicable, de novatos, que sólo contribuye a dañar aún más la deteriorada imagen presidencial.

La culpa no es de él, es de su asesora.

Nada más pasará por ahora. Lo que corresponde es dar vuelta la página y esperar que la asesora encuentre un mejor trabajo o quiera dedicar más tiempo a su familia, despedirla ahora sería cometer un nuevo error comunicacional, tan inexplicable como el que motiva estas líneas.

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