Tergiversación mediática: Nada sucede por casualidad

Verónica Rabb
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Hace unos días la ministra Camila Vallejo acusó tergiversación y descartó haber justificado el crimen de un carabinero a manos de un participante de carreras clandestinas. Luego fue el turno del diputado Vlado Mirosevic, quien tuvo que salir a aclarar un video que comenzó a circular en redes sociales, donde analizaba las razones tras la desaprobación del Presidente Boric.

Sin embargo, se trató de un video cortado con el fin de exponer solamente una parte de las reflexiones del parlamentario. En este contexto se difundió un metraje con una cita en específico, de parte del diputado del Partido Liberal durante su participación en un matinal de televisión. De este modo, se le escucha hablar -entre las justificaciones- de la guerra entre Rusia y Ucrania.

Pero Mirosevic entregó una explicación más completa: "Yo creo que hay que ser equilibrados en esto, porque decir que es solo responsabilidad del gobierno es un poco injusto. Decir que es solo es responsabilidad del gobierno y solo son factores externos también es injusto. O sea, yo creo que es un escenario donde se juntan ambas cosas: es un escenario ambiental muy difícil con una situación económica mundial difícil".

Estos son dos buenos ejemplos de tergiversaciones de los hechos, ejemplos que reabren el eterno y cada vez más frecuente debate sobre la lucha de poderes en el seno de una sociedad democrática, y en donde la presa asume, para bien o para mal, un rol determinante para avalar o desestabilizar al mensaje o al mensajero. ¿Cuáles serían las consecuencias de difundir mentiras bajo la apariencia de cobertura de prensa? Una de las consecuencias es la desconfianza de las personas no solo en las instituciones y elites de poder, sino en las fuentes tradicionales de información, lo que conduciría a buscar en las redes sociales o en medios de comunicación que se disfrazan de medios serios, aquellas verdades que les estarían siendo vedadas.

Lo anterior conduce, por ejemplo, a enterarnos de mentiras como que la ministra Vallejo mostraba "comprensión" para el imputado por el asesinato del carabinero o que el diputado Mirosevic entregue en un canal de televisión una explicación que finalmente fue falseada, cortada, fabricando la noticia a partir de la manipulación y enviando un mensaje que destila una mala onda visceral para el público que lo haya visto o para el que no sea suficientemente crítico.

Las consecuencias de convertir en noticia una mentira y con ello infligir daño al conjunto del sistema democrático las paga, inexorablemente, la gente. Se la trata de confundir o derechamente engañar a través de la deformación de la información. Y digo engañar porque al deformar declaraciones y montar una polémica no hay error, no hay un accidente, no hay una dificultad invencible que impida el acceso a la verdad. Aquí hay voluntad de mentir para cargar la mano contra alguien o algo que, en este caso, es indudablemente el gobierno. Aquí hay una clara violación del derecho a la información de todas y todos. La mentira no debe ser lo habitual, la base y la política editorial de los medios informativos. Eso es grave e inexcusable. Ustedes me dirán que vivimos tiempos complejos, ambientes exacerbados y que prácticas como esta aparecen y listo. De acuerdo. Pero la farsa es contraria a la naturaleza de un medio de comunicación y la tarea del buen periodismo es impedir la mentira, cercarla y mantenerla a raya, como una manera de autoconservación y de paso ayudar a cuidar la democracia.

En nuestro país existe una desconfianza hacia los medios de comunicación mayor que otros países de la región, lo que por cierto atenta contra su supervivencia al consentir su nombre vinculado a la publicación de mentiras. Esto no lo digo yo. Lo dice un informe realizado por investigadores del Trust in News Project del Instituto Reuters (2021), que plantea una profunda crisis de desconfianza en el consumo de información y noticias por parte de los ciudadanos y ciudadanas de América Latina, en particular; Chile, que cayó 22 puntos en los últimos 3 años, la caída más llamativa que muestra el estudio, superando a países como Argentina, Brasil y México.

Si el mal periodismo se disfraza de medio de comunicación, transgrede normas de convivencia, llama noticia a algo que nunca tuvo la intención de serlo, incurre en mentiras que satisfacen apetencias e intereses personales o de otros, falta a la verdad. Porque algo tenga apariencia de un medio (estructura, secciones) o de una noticia (titular y foto) no tiene por qué serlo. Yo me lo pensaría. Nada sucede por casualidad.

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