Lo que pasa con la propuesta gubernamental de 41 horas con flexibilidad, visto en cueros, es que convierte el apellido en nombre. Es decir, no se trata de 41 horas sino de flexibilidad. Pero el gobierno lo decora como un tema de horas y se puso a una hora de la propuesta de 40, centrando el debate en 40 o 41, apostando a que pase colada la palabra “flexibilidad”. Así, en caso de perder con 41, sin dudas promoverá 40 horas, pero con flexibilidad.
Entre tanto, el gobierno continuará defendiendo su iniciativa de 41 horas al mismo tiempo que propone indicar el proyecto de 40. No es, como señalan algunos, una confusión, es una estrategia.
De lo contrario, ¿cómo se explica que cuando sale el Ministro Monckeberg en televisión, nervioso y todo, argumentando las 41 horas, él, y otros en la misma línea, siempre terminan afirmando que lo importante es que haya flexibilidad.
Al final, uno intuye que el gobierno va a ceder y dirá, perfecto, 40 horas. Luego, todos contentos y felices, el gobierno subirá las encuestas, se darán los abrazos y luego…la flexibilidad.
La flexibilidad es el modo de borrar con el codo lo que se escriba con la jornada. Es la manera de menguar lo conquistado en materia de valoración del trabajo y reconocimientos de derechos al disminuir la jornada, metiendo al mismo tiempo, multifuncionalidad y reducción en gratificaciones, por ejemplo. Quienes pregonan a favor de la flexibilidad, quieren seguir creciendo a costa del trabajo ajeno.
Serán esos mismos, los miembros de la horda anti-40 horas, los que vociferarán sin piedad por la austeridad, por el ahorro, ¡por la razón! Incluso, apelarán la certeza jurídica.
Ahora mismo claman por la “constitucionalidad” sin dar ningún argumento del porqué sería contrario a la Constitución. Claro porque cuando se trata de trabajar menos y ganar lo mismo, hay alguien que gana menos. Aquel que pertenece al 1% más rico del país que se apropia para sí del 30% de la riqueza que en Chile se produce. Y bueno, obviamente lo acompañarán los de siempre, ese séquito que disfruta de defender intereses ajenos y que repugna la justa idea de que el trabajador pueda participar más del producto interno, relato que le parece monstruoso, ignominioso, foránea incluso.
¿Qué viene ahora entonces? Pues la creación de la confusión y del caos. El gobierno tratará de explicar el tema desde la propuesta de 41 horas confrontándola a 40 y dirá que indique, que presente, que modifica, que vuelve a presentar y así, hasta que no entendamos nada y cuando ya nadie entienda nada, como pasó con la Reforma Tributaria, la percepción será que reducir la jornada laboral fue una mala idea.
Por eso es importante plegar y unirse en la rebaja de jornada y no caer en demasiados matices. Luego, para asegurar el caos, vaticinará el apocalipsis con los fantasmas de la inconstitucionalidad, del desempleo, la inflación, la reducción salarial, la caída en la productividad, la carencia de estudios y toda una serie de argumentos y afirmaciones que parecen haber sido escrito en el campo chileno a mediados del siglo 19 por lo rancio y pasado a latifundista del tono
Y es curioso que ahora se pidan estudios. ¿Imaginemos se hubieren requerido estudios para suprimir la esclavitud o para que las mujeres votaran o para que los homosexuales se pudieran casar?
¿Por qué necesitamos estudios para hacer algo que es a todas luces beneficioso y justo?
Entiendo que tiene efecto en el empleo, como también tiene efecto en la productividad, etc. Pero también lo tiene pagarle a las personas por su trabajo en vez de darles fichas y ese cambio se logró con huelgas, no con estudios.
En fin, el mundo está patas pa'arriba y así es el mundo que conocemos y tal parece que subvertir el orden en realidad es corregir el desorden y el descriterio.
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