Treinta y tres años de post dictadura no han bastado para reconciliar Chile. Ésta es la conclusión más notable que marca estos 50 años que, reconozco y espero que alguien me lo explique, no entiendo como conmemoración, ¿o se celebra una ceremonia fúnebre, que es lo más cercano a la masacre que empezó el 11 de septiembre de 1973? ¿No se debería, más bien, conmemorar la reconquista de la democracia en 1990 como homenaje a todas y todos los/las mártires por defenderla? Se evitaría, sin duda, que después de 33 años estemos presenciando una hostilidad y crispación política de vértigo, que está terminando por abrasar la convivencia democrática.
La (ultra)derecha, ya definitivamente rehén de la ultraderecha (por eso el paréntesis), que ya había declarado solemnemente la condena alas violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, ha padecido una involución tan preocupante como insoportable justificando el golpe de Estado e, implícitamente, la barbarie que se desató desde el 11 de septiembre hasta el fin de la dictadura en 1990. Literalmente, están culpando a las víctimas de ser los causantes del quiebre de la democracia. Esto en psicología se define como un acto reflejo: culpar al otro de lo que uno hace. Porque, afirmar que las víctimas fueron las causantes de serlo y que se necesitaba la barbarie por culpa de las víctimas, es tan siniestro como cínico: de victimarios pasan a ser víctimas para ¿deshacerse de todo mea culpa y de responsabilidad política de las violaciones sistemáticas de los derechos humanos? Que se haya asesinado, torturado, encarcelado, echo desaparecer, exiliado a miles de compatriotas, es culpa de las víctimas y no de los victimarios.
Pero lo más alarmante, es que la (ultra)derecha nos anuncia, con su justificación del golpe de Estado como solución política, que los nazis del Tercer Reich tienen razón: la política de la violencia total es su prolongación, no su final. Con esta ideología explícitamente nos amenazan permanente con un golpe de Estado si así lo consideran necesario y viable según las coyunturas. Esta posición política es una estocada mortal a la democracia chilena.
Están, al justificar el golpe de Estado, normalizando el crimen de lesa patria: un golpe de Estado es el acto de máxima violación a la Constitución y a la convivencia democrática, porque la transgrede y, al hacerlo, deja sin ningún marco constitucional de defensa y seguridad institucional a todos sus ciudadanos -como sucedió a partir del 11 de septiembre de 1973- y, con ello, vuelven a violentar a las miles y miles de víctimas y a sus familiares que padecieron el terror y, más aún, agreden a toda la sociedad por legitimar la mayor violencia contra la convivencia democrática que supone ponerle fin masacrándola con un golpe de Estado. En rigor, la esquizofrenia rocambolesca de la (ultra)derecha llega a considerarse víctima por haber tenido que ser victimaria, por culpa de las víctimas.
Estos 50 años quedarán para la historia como la peor y mayor expresión de apoyo de la (ultra)derecha a la brutalidad incivilizatoria de la barbarie que representa y concreta un golpe de Estado. ¿Podemos seguir tratando a la (ultra)derecha como una fuerza política democrática al naturalizar un golpe de Estado como solución política?
El fracaso de continuar teniendo una derecha antidemocrática, es de toda la sociedad chilena. Un terrible desastre que expone a cada uno de los chilenos y chilenas a la amenaza permanente de tener la posibilidad de padecer nuevamente otra nueva barbarie si las condiciones políticas lo ameritan. Hemos fracasado todas y todos al no ser capaces de construir una derecha verdaderamente democrática.
Este fracaso es una vergüenza histórica nacional que le hace muy mal a la democracia chilena, que no se merece esta vergüenza sino una derecha que se comprometa con la democracia sí o sí y, como tal, que la cuide garantizando el Estado de Derecho y el respeto irrestricto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ratificada por Chile.
La izquierda ya hizo su mea culpa y reconoció sus múltiples errores. A la derecha chilena le falta reconocer sus horrores para desprenderse de su alma antidemocrática golpista. Chile se lo agradecería. Y que comprenda de una vez la diferencia entre la palabra error y horror.
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