¿A dónde va la derecha?

Después de la última Cuenta Presidencial la derecha entró en un torbellino de mutuas recriminaciones y ataques descalificatorios que expresan un agudo cuadro de desarticulación política que la inhabilitan para dirigir el país.

El motivo inmediato fue que el gobernante anunció su decisión de legislar sobre el proyecto de matrimonio igualitario, desatando la ira homofóbica de los ultraconservadores, pero las causas son más profundas que esas insalvables diferencias.

En efecto, el sector hegemónico en las últimas décadas se expresa en la candidatura de la UDI, pero está siendo desafiado por figuras y grupos de veloz y rápido encumbramiento en el aparato público, apadrinados desde La Moneda, los que han abierto una pugna que hace tiempo no ocurría en los elegantes salones del poder económico y político neoliberal.

El problema es de fondo. No es sólo una lucha por quién conduce la poderosa máquina de poder de la derecha en Chile, también es una contienda respecto de hacia dónde ir, del contenido del proyecto a llevar adelante y de sus fines esenciales. Como no hay ideólogos ni líderes que den claridad suficiente la derecha entró a un clima de incertidumbre, desconcierto y canibalismo.

Luego de varias décadas la receta neoliberal se agotó. Hoy carece de firmeza para crear disciplina y ordenar las filas de la derecha, una alianza heterogénea de libremercadistas y ultraconservadores. La magia que llegó a tener la apelación al libre mercado ya no existe y se reclama el rol del Estado.

El "Dios dinero" sigue creando ambiciones y adoración, pero se complicó tenerlo y acumularlo en las cantidades que se conseguían hasta hace poco, si no se está en el puñado de mega millonarios entra a operar el azar, el destino es incierto. La literatura les recuerda la crisis de 1929, el caos y el descontrol. Las quiebras y pérdidas de estatus en horas, mientras los peces gordos, voluminosos e insaciables se comen lo que encuentran a su paso sean sardinas, salmones o jureles, ni las algas se salvan de su voracidad.

Esos son los súper grandes, las gigantescas corporaciones macro económicas son las que sobreviven e incrementan su poder, los demás actores entran al desordenado ruedo generado por la crisis, cualquiera puede caer y las zozobras se extienden, por eso, unos se van a coludir, otros van a especular, algunos intentarán reubicarse y entrarán en la fuga de capitales, no faltarán los que derechamente entren al juego del lavado de activos y las corridas bancarias.

En suma, "elegantes hombres de negocios" ahora cambian de lenguaje y reconocen abiertamente que la vorágine del sistema les puede devorar, ya no hay orden ni nadie que lo imponga, la autoridad presidencial vale menos que nunca. El libre mercado ahora no deja tranquilo a ninguno e invocarlo carece de sentido. Hay candidaturas que se lanzan en caída libre desde el libre mercado a ultranza a la socialdemocracia. La confusión tiñe el discurso ultraconservador.

Los que no quisieron aceptar cambios de fondo en el modelo de acumulación quizás qué pensaran ahora, han tenido como costumbre "echarle la culpa al empedrado", pero cuando se habló del foso irreparable que abría la desigualdad no quisieron escuchar. Ante la petición de derechos laborales, negociación colectiva y redistribución del ingreso replicaron con desdén algunos y rabia otros que esos temas no eran parte de la "modernidad". Y así sucesivamente...

En su momento, los acumuladores de activos y dinero a todo dijeron que no y ahora no hayan qué hacer, quieren hacer concesiones, mostrarse aceptando reformas, pero la situación ya no está en sus manos. La soberbia y la codicia los hizo sentirse en un oasis, en que el abuso de poder seguiría inmutable y la especulación financiera, la depredación del medio ambiente, el uso ilimitado de las aguas, bosques y riquezas mineras serían eternas. Se equivocaron.

Como si fuera poco, desde el centro del sistema global viene la señal de un tiempo nuevo, ni más ni menos, que los gobiernos del G7, los países occidentales más fuertes han tomado el acuerdo que se establezca una tributación mínima, el 15% de las utilidades en cada país, a los consorcios transnacionales que eluden sus obligaciones tributarias usando transferencias a empresas de papel en los "paraísos fiscales". El gobierno de Joe Biden pedía que el mínimo fuera el 21%.

En consecuencia, se requiere otra mentalidad, otro bloque de fuerzas, para dirigir la marcha de la nación y abrir el camino a otro tipo de desarrollo y una nueva manera de vivir. Se avecina la hora del cambio social en democracia.

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