A río revuelto

Sergio Velasco
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Los políticos siguen haciendo el trabajo pesado al gobierno, con las supuestas reformas a leyes constitucionales y otras, que regulan la participación de los y las ciudadanas para futuras elecciones a cargos públicos con fondos del erario nacional.

Argumentando que lo hacen para proteger la mal llamada democracia heredada del régimen de Pinochet, que esperamos a partir del plebiscito del 25 de octubre comenzar a cambiar.

No nos cabe duda alguna que la pandemia impuso en la sociedad, un antes y un después, de aquellos que salieron a la calle, arropados con un calor inaguantable, de un ¡basta ya! tanta desigualdad, injusticias y corrupción.

Ahora se impone una sana distancia profiláctica, entre los que marcharon ilusamente y los que pretenden ser sus representantes ante un des-gobierno que se dio cuenta que la mejor forma de mantenerse en el poder, es dividiendo el pastel del presupuesto económico e ideológico.

Frente a este escenario no podrá haber grandes trasformaciones en el país, hasta que la adormecida oposición deje de cuidar sus intereses partidistas por sobre el interés nacional.

Creo que es hora de quitarse la careta y quizás nos demos cuenta que solo se puede gobernar si se tiene capacidad moral, lo que nos dará el respaldo político necesario para hacer efectivo los urgentes cambios que hoy Chile necesita. Partiendo por la honestidad que aún no se ve por ningún lado.

Para que renazca así, en un futuro la tan anhelada mística perdida.

Dicen los que saben que este verano será el más caliente de la historia. Pues las temperaturas emocionales, por los seres queridos perdidos, rezagos del Covid 19, y las fiebres económicas, con una galopante cesantía, a las que estamos expuestos los y las chilenas, no tienen visos de enfriarse a corto plazo.

Ya que ni los lúcidos expertos saben a ciencia cierta, lo que verdaderamente está sucediendo en Palacio, donde es tal el desconcierto que los cambios ministeriales son simples enroques que no satisfacen a nadie. Por consecuencia los miles de ciudadanos y ciudadanas que habitamos en esta maltratada tierra nuestra, hace ya mucho tiempo que perdimos la capacidad de asombro, siendo catalogados como reemplazables cuando no desechables.

Como pronto estaremos en época electoral todo vale, seguramente a río revuelto ganancia de especuladores, que los hay y en abundancia, dentro y fuera del aparato público.

Las graves denuncias que vemos a diario en la compra de insumos médicos, las famosas “cajitas felices” repartidas con desorden y abuso publicitario mayúsculo, el arriendo de propiedades particulares para residencias sanitarias, vinculados los dueños a autoridades del Minsal, dejan en evidencia la desprolijidad como se conduce este desacreditado gobierno.

El imprescindible cambio del ministro, Mañalich, no solo se debió por su errática gestión y pésima conducción sanitaria ante el criminal virus, donde las múltiples, tristes declaraciones suyas lo condenaron para siempre, sino porque la plata destinada para enfrentar la emergencia se está dilapidando como un chorro de agua imparable.

Chile está catalogado como el país que peor ha enfrentado la pandemia, aunque se declaraba “Urbi et orbe” que teníamos la mejor salud del planeta, o que el maligno virus se transformara en buena persona, o los cambiantes sistemas de conteos, de fallecidos y contagiados, algunos ocultos ad profeso, lo peor fue el ambiente de “guerra” interna entre buenos y malos. 

Un lenguaje belicoso inconducente, a la nada misma.

Es imperioso que el cambio de ministro surta efecto positivo. Enrique Paris, tiene una responsabilidad gigantesca, y esperamos que la cumpla. Si no será el remedio peor que la enfermedad, por el bien de la salud, de todas y todos, los que vivimos y sufrimos estos amargos días de cólera.

Caso contrario los que lamentablemente tendremos que pagar por todos los desaciertos cometidos seremos los mismo de siempre, la gran masa de los y las trabajadoras, que no alcanzarán la “última cama”.

Dicen los más sabios, los que saben, los que no vociferan, a los que no quieren escuchar, que si no canalizamos este río torrentoso al corto y brevísimo plazo nos arrasará a todos por igual.

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