Allende en la memoria y en el futuro

Era apenas un niño cuando conocí a Salvador Allende, en Taltal, durante su primera campaña a la presidencia. Desde ese tiempo comencé a seguirle y apoyarlo en cada una de sus postulaciones.

Cada vez que Allende llegaba al norte, mi padre formaba parte de la comitiva que lo recibía y le acompañaba en los mitines y reuniones que se hacían en la plaza del pueblo o en alguna sede sindical.

Allí, con sencillez y cercanía, y por sobre todo con mucha claridad y todavía mayor convicción, compartía su idea de un Chile más justo y de una patria capaz de construirse y sostenerse en la fuerza de sus trabajadores.

Recuerdo con nitidez los rostros concentrados de la audiencia, compuesta básicamente por hombres curtidos en las duras faenas de las minas, en la pesca y la estiba del puerto local.

La atención de Salvador Allende parecía estar siempre concentrada en los grandes temas, pero los detalles nunca escapaban a su agudo sentido. En una de esas campañas, recuerdo que nos felicitó por la proeza de un grupo de jóvenes, que habíamos logrado pintar su nombre en lo alto del cerro que domina a la ciudad.

En la década de los 60, recién llegado a Santiago como estudiante de odontología, lo visité por encargo de mi padre en su oficina del Senado, a pocos pasos de la que - muchos años después - yo mismo llegaría a ocupar como legislador.

En 1969, ya como cirujano dentista, fui destinado a ejercer mi profesión a Curicó. Llegado el momento de la campaña, me sumé activamente al proceso. Como muchos de los que habíamos participado en sus tres campañas presidenciales anteriores, no abrigaba demasiadas esperanzas de triunfo ese 4 de septiembre. La mesura dio paso al entusiasmo cuando, al caer la tarde, los primeros resultados de Curicó daban cuenta de la inesperada ventaja del candidato de la izquierda en el que hasta ese momento era un tradicional bastión de la derecha.

La alegría esa noche fue indescriptible. No era una elección cualquiera. Era el primer triunfo verdadero, después de una larga lista de derrotas y de triunfos parciales. 

Era la victoria del líder que encarnaba una visión de país que ofrecía un futuro esperanzador, especialmente para aquellos que siempre se habían sentido marginados del progreso y la dignidad. 

Era, también, el resultado de un largo proceso de organización gestado desde sindicatos, partidos de izquierda, organizaciones de estudiantes, mujeres y artistas, que sentían que la historia estaba de su parte y que los sueños eran posibles.

Ese 4 de septiembre estuvo marcado por la esperanza; no preveíamos los agitados tiempos que se vendrían ni, mucho menos, el drama que se dejaría caer sobre el país con la dictadura militar.

No sabíamos que, después de ese día, nunca volveríamos a soñar con la misma confianza y candor.

A 50 años de ese triunfo, es inevitable pensar que Salvador Allende fue un hombre adelantado a su tiempo, que ya desde joven demostró una avanzada capacidad para entender la realidad del país, que comprendía el valor de la salud y la educación públicas como herramientas indispensables para el desarrollo de la sociedad y que promovía  la igualdad como regla esencial para la convivencia democrática.

Ejemplos abundan. Desde el programa de alimentación complementaria, que aseguraba medio litro de leche diario a cada niño, niña y mujer embarazada, hasta el proyecto editorial Quimantú que acercaba la cultura al pueblo con libros a muy bajo costo, pasando por las becas en consideración al rendimiento y situación económica de los estudiantes y por la entrega gratuita de medicamentos en los hospitales y la atención materno infantil en consultorios poblacionales.

Las medidas de su programa de gobierno siguen siendo hoy, medio siglo después, parte del ideario de una sociedad que busca más equidad y más justicia social. Incluso proyectos que al día de hoy están en el Congreso, como la creación de un ministerio del Mar, fueron parte de su visión de desarrollo para el país.

Siempre he pensado que si Salvador Allende estuviera vivo, ocuparía la vanguardia del pensamiento socialista y probablemente no se habría quedado estancado en las ideas que alimentaban a la izquierda anterior a la caída de los socialismos reales.

Tal como lo hizo en su época, sabría comprender muy bien los cambios políticos y sociales que han afectado al mundo y estaría a la cabeza de un proyecto de unidad para la izquierda, lejos de los egoísmos y las escaramuzas menores que proliferan por estos días y que ponen en riesgo el éxito de cualquier proyecto político que tenga a la actual oposición , y especialmente al socialismo, como protagonista.

Sus ideas, sus propuestas y su coraje político y personal son parte de la historia de Chile, pero también son los cimientos para su futuro.

El triunfo de Allende en septiembre de 1970 configuró una épica sociopolítica difícil de igualar.

Hubo luego otras jornadas históricas, como el plebiscito del 5 de octubre.  Pero allí no era el sueño lo importante, sino la urgencia de despertar de la pesadilla.

El plebiscito del 25 de octubre puede que se le parezca más. Será el futuro, y no el pasado, lo que estará en el centro. Claro que no tenemos a Allende, y las organizaciones de antes ya no son las mismas, pero al igual que aquel 4 de septiembre de 1970, muchos jóvenes se sentirán parte de un hecho histórico único: el comienzo de una nueva etapa, y podrán recordarlo con orgullo aun varias décadas después.

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