Aquí estamos: la generación que nunca ha sido gobierno

Fuimos niñas y niños en dictadura, jóvenes en transición, adultas y adultos jóvenes en democracia. Hoy, bordeando los 60 años, somos la generación que más tiempo trabajará, la que más se ha apretado el cinturón, y la que tendrá las jubilaciones más precarias. No fuimos protagonistas de los pactos ni de los gobiernos, pero sostuvimos el país desde abajo, desde lo cotidiano, desde lo invisible.

Vivimos el miedo como rutina. Aprendimos a desconfiar, a callar, a sobrevivir. Estudiar no era un derecho: era una batalla. No alcanzamos universidades públicas gratuitas, y fuimos la primera generación que se endeudó para obtener un título profesional. Aun así, nos formamos, trabajamos, criamos, cuidamos. Lo hicimos sin redes, sin reconocimiento, sin descanso.

Las mujeres de nuestra generación enfrentamos además el peso de la doble jornada, la exclusión política y el silenciamiento histórico. Los hombres, muchos de ellos también precarizados, sostuvieron familias en medio de la cesantía y el miedo. Juntas y juntos resistimos. Ayudamos a sacar al dictador en las urnas, pero nunca fuimos gobierno. Cedimos el poder a los mayores -porque sabían de democracia- y luego a los jóvenes -porque traían modernidad-. Nos quedamos en medio, solo como la generación trabajadora, que sostuvo al país sin aplausos ni visibilidad.

La dignidad silenciosa marcó nuestra forma de enfrentar la vida: resistir sin pedir, sostener sin mostrar debilidad. Por eso, nuestro proceso de sanación democrática ha sido solitaria, sostenida en el trabajo, en el estudio y en la memoria histórica. Y ahora, cuando el país se prepara para una nueva elección presidencial, vemos con dolor cómo se banaliza el acto de votar. Nuestra generación hizo filas bajo amenaza, enfrentamos el miedo solo para poder marcar una preferencia. Votar era un acto de valentía, de dignidad, de esperanza.

Este acto democrático, hoy se vive como una carga. Molesta ir a votar. Se desprecia el deber cívico. Se reemplaza la conciencia por jingles, bots y campañas que apelan más al espectáculo que al pensamiento. ¿Cuándo fue que dejamos de hablar de país y empezamos a hablar solo de marcas, de rostros, de slogans vacíos?

Vivimos en una época donde el celular dicta el ritmo de nuestras decisiones. Pero ¿cuándo fue la última vez que miramos a nuestro entorno real? ¿A la vecina que perdió a su hijo? ¿Al profesor que enseñó en silencio? ¿Al obrero que sostuvo la economía desde la informalidad? ¿A nosotras y nosotros mismos, que seguimos aquí, con la memoria viva y el cuerpo cansado, pero con la conciencia intacta?

Seremos la población más anciana de Chile. Y también la que más ha resistido la historia reciente. ¿No merecemos, al menos, que se valore lo que costó llegar hasta aquí? Después de 50 años, el país aún no reconoce el dolor de quienes sostuvieron la democracia sin protagonismo. Se nos pide que "demos vuelta la página", como si el sufrimiento pudiera archivarse. Pero sabemos que sin memoria no hay democracia, y sin justicia no hay paz.

Nuestro voto importa. No como trámite, sino como acto de conciencia histórica. Votar, es decir: "Yo estuve aquí. Yo viví esto. Y no quiero que se repita". Es reconocer que nuestra forma de vida fue resistencia, que nuestra historia merece ser escuchada, y que aún tenemos mucho que decir.

A quienes hoy tenemos más de 60 años -mujeres y hombres que crecimos entre el miedo y la esperanza- nos toca, una vez más, sostener con dignidad lo que otros olvidan o desprecian. No por nostalgia, sino por responsabilidad histórica. Porque sabemos lo que significa perder la democracia. Porque la vivimos ausente. Porque la recuperamos con esfuerzo. Y porque no estamos dispuestas ni dispuestos a verla retroceder.

Votar no es un castigo. Es un acto de memoria. Es una forma de decir: "Aquí estamos. No nos rendimos. No olvidamos." Que nadie hable por nosotras y nosotros. Que nadie decida por quienes han vivido lo suficiente para saber lo que está en juego. Este 2025, no votamos por moda ni por miedo. Votamos por conciencia. Votamos por justicia. Votamos por todas las páginas que no se han cerrado, y por las que aún debemos escribir.

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