En momentos en que lo más fácil es sumarse al cuestionamiento a los otros, creo que es importante hacer una pausa para avanzar en una reflexión autocrítica, especialmente ahora que aún tenemos espacio y tiempo y antes que volvamos a repetir los mismos errores.
Qué duda cabe que como legisladores de oposición, parte de nuestra función y responsabilidad es fiscalizar a la actual administración. Esto debemos hacerlo bien y con seriedad y rigor.
Pero, a contrario sensu, embriagarse en esta espacio abre un riesgo de ceguera, que debemos evitar; mal que mal, perdimos la elección por paliza, y el actual Gobierno, con todos sus pueriles errores, sigue contando con el apoyo de una mayoría del país.
Por eso le digo a mis compañeros y camaradas, no es tan fácil, no creamos que nuestro liderazgo puede reducirse a una eficiente, y sin duda necesaria, acción de fiscalización y control.
No, estamos en un problema más grave, en algún punto perdimos la brújula y tenemos que hacer algo para recuperarla, si no queremos terminar en la completa obsolescencia.
Para no caer en este error, debemos encarar múltiples desafíos, quizás el más importante, como izquierda, es el de construir un proyecto de país atractivo, viable y que se haga cargo de los temas del siglo XXI. Pero no me quiero referir a esto en este artículo. Me parece que hay un paso previo, que aún está pendiente o que ha sido recorrido sólo parcialmente, el de la autocrítica.
La Nueva Mayoría fue un esfuerzo de gestión política para intentar empalmar con un clima de desencanto y una oleada reformista llevada adelante por el movimiento estudiantil, que en su minuto contó con el favor de la mayoría de la población.
La pregunta obvia es ¿se logró realmente empalmar con esta oleada, que al mismo tiempo era el despliegue de una nueva política y una batalla cultural? Creo que no.
Si la Nueva Mayoría ganó las elecciones en 2014, fue porque le sobró oportunismo para ponerse detrás de la Presidenta Bachelet, porque las expresiones políticas nuevas aún eran muy incipientes y porque la derecha estaba completamente desarticulada. Quienes encarnaron el ethos del movimiento estudiantil, fueron sus propios fundadores en el Frente Amplio, no la Nueva Mayoría.
La cultura política imperante de los partidos de la Nueva Mayoría no internalizó la desafección ni la indignación que provocó durante años el abuso y la falta de límites de la política tradicional.
Por otra parte, menos aún existió una lectura clara del cambio grueso de la opinión común y la perspectiva incubada en las nuevas generaciones.
Esta falta de una interpretación profunda del nuevo Chile que nosotros mismos ayudamos a construir pervive hasta hoy, lo que se ha mostrado, por ejemplo, en la convicción que casi todos teníamos en la campaña presidencial, de que si había más votación, Alejandro Guillier ganaba. Y sucedió exactamente lo contrario, hubo más participación y Piñera logró una votación histórica para la derecha.
Luego, y en consecuencia, no hubo en 2014 la construcción compartida de un proyecto, ni siquiera de un programa, que tuviese densidad suficiente para sostener la gestión de un Gobierno. Ni por sus contenidos ni por sus alcances, ni tampoco por la cantidad de reformas planteadas, que al poco andar se mostraron políticamente complejas y controversiales al interior de la propia coalición.
Todo esto fue una mezcla de falta de responsabilidad y error de cálculo inexcusable, que nos compromete a todos quienes fuimos parte de aquel esfuerzo.
Pero el momento de mayor zozobra, y en el que cabe un cuestionamiento de otro tenor, fue aquel en el que los partidos de la Nueva Mayoría debieron hacerse cargo de estos problemas, en medio de la crisis política que vivía el Gobierno de la Presidenta Bachelet.
Pienso que en ese momento, cuando la Presidenta más necesitaba el apoyo de quienes la convocaron en su minuto para salvar las naves, primó, por una parte, la deslealtad y el cinismo y por otra, se manifestó en toda su dimensión la debilidad estructural de la Nueva Mayoría.
En efecto, en la construcción de esta nueva coalición hubo pereza política, institucional y programática así como, comodidad y falta de densidad política dada la existencia del liderazgo imbatible de la ex Presidenta Bachelet. Entonces, el esfuerzo por construir de verdad un nuevo proyecto progresista de país hizo agua.
Por último, creo que como progresistas, y en particular como izquierda, perdimos el norte. La resistencia a los cambios que intentamos implementar en el anterior Gobierno, provino no solo de la derecha sino muchas, demasiadas sin duda, de nuestras propias filas.
En la reforma laboral, en el cambio constitucional, en la reforma educacional y en proyectos emblemáticos como la ley de interrupción del embarazo en tres causales, por mencionar algunos puntos significativos.
Y por otro lado, en temas críticos y vitales para la sociedad, tales como el crecimiento económico, como izquierda no hemos dado con las claves para compatibilizar de manera virtuosa el avance hacia una sociedad más justa e igualitaria, con la capacidad de crear más riqueza y empleo, de manera sostenible y con el necesario cuidado al planeta. Nos ha faltado ductibilidad mental, creatividad e innovación para lograr ser una propuesta atractiva y viable, desde nuestros principios y valores de justicia social.
Nuestra principal tarea hoy, en consecuencia, es encabezar un esfuerzo a la vez autocrítico y constructivo, de mucho diálogo, colaboración y creación, entre todas las fuerzas progresistas, para tener un diagnóstico más completo del nuevo Chile y levantar luego un proyecto de cambio viable e inspirador.
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