Chile, te quiero feliz…

Hace unas semanas partimos en una gira llamada “Chile te quiero feliz” en la que recorrimos 28 ciudades del sur, recogiendo las inquietudes y anhelos de la gente.

Coincidentemente, hace unos días vimos la encuesta CASEN sobre satisfacción de los chilenos y un nuevo estudio de la ONU sobre qué tan felices somos. Si “Chile te quiero feliz” fue visionario o una mera casualidad, da igual; lo clave es que el debate acontece y nos da la razón al creer que el tema de los sueños y las aspiraciones es algo relevante.

Pero ¿qué pasa por estos días? Unos se esmeran en mostrarse ajenos a los partidos, otros en hablar de los yerros de éste o el anterior gobierno, el de más allá promete todo lo que no se ha hecho y otros pelean por quién sale en la foto de campaña. Pero ¿cuándo hablamos de lo que pasa en la calle?

El Gobierno quiere convencer al país que gracias a su gestión de apenas 2 años y medio, los chilenos ahora sí somos más felices, que la encuesta CASEN demostró que hay menos pobres y que esos pobres están, además, más satisfechos.

Pero las cifras igual esconden hechos indesmentibles en su obviedad: quienes tienen los niveles educacionales más bajos, los peores ingresos y viven en regiones golpeadas por el desempleo y la pobreza, se sienten menos satisfechos. ¿Alguna sorpresa? ¡Ninguna!

No es suficiente que el 42% de la población chilena se declare altamente satisfecha pues, tal como lo he venido denunciando, los promedios encierran tiranías mucho más dramáticas que las cifras tratan de redondear.

Las regiones más insatisfechas son las zonas con mayor pobreza del país, pero sus realidades quedan ocultas tras el promedio nacional que le baja la ansiedad a los medios de comunicación y a las autoridades. Hay signos de deterioro expresados en el bullying, el consumo excesivo de alcohol, las tasas de suicidio o la alta prevalencia de la depresión.

¿Por qué importa poner atención a estas evidencias? Porque sus efectos no son gratuitos y rebotan en otros males sociales como la desintegración y la desconfianza.

A pesar de ello, hay buenos augurios y el desafío con miras a estas elecciones municipales y presidenciales que se nos acercan, es dejar de mirar ombligos y ver cómo la comunidad, la organización, el trabajo digno y la cooperación hacen sociedades más felices.

Lo he visto y lo sostengo como axioma: mientras más comunitaria es una sociedad, más satisfecha se siente con su entorno, sus logros y sus integrantes.

Sí, es relevante el debate político Gobierno-Oposición, pero hay algo más urgente: hablemos de la felicidad de la gente desde las regiones, desde las comunas que sufren los peores males sociales y económicos, desde las calles en donde transitan personas ya aburridas de malos sueldos, de malos olores, de malos caminos o nula conectividad, hastiadas de malos tratos o de eternas esperas.

No es un tema menor. Es el más importante de todos, porque es la razón de ser del servicio público y es para eso  que se aspira a la presidencial. Así al menos lo veo yo, porque quiero un Chile feliz.

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