Tras la última elección presidencial y legislativa, el Partido Republicano logró constituirse como la fuerza mayoritaria en las derechas. Ante este escenario, se corre el riesgo de pensar que este fenómeno sería equivalente a la tragedia de la Concertación. Es decir, que la naturaleza de este reemplazo se explica porque Chile Vamos cometió errores análogos a los de la centroizquierda tras la irrupción del Frente Amplio. Sin embargo, y aunque ambas trayectorias podrían finalizar de la misma manera, derivan de procesos diferentes.
En el caso de la Concertación, la razón principal que gatilló su colapso surge a partir de la negación de su propia trayectoria. Las nuevas izquierdas lograron imponer su mirada del país debido a que las élites de la Concertación no defendieron su legado ante una generación emergente que se mostraba excesivamente crítica de su trabajo. Dicho en palabras de Enrique Correa, actor clave de la transición y exministro de Patricio Aylwin, "la Concertación se autodestruyó porque no fue capaz de defender su propia obra".
Esta incapacidad estuvo condicionada por una fractura interna de sus dirigentes que antecedió la llegada del Frente Amplio, entre los llamados autocomplacientes, aquellos que estaban orgullosos de la forma en que se lideró la transición; y los autoflagelantes, quienes adherían a una mirada crítica de este proceso. Finalmente se impuso el sector más culposo de los autoflagelantes.
Este reemplazo no solo se dio en el ámbito electoral, sino también sobre las ideas que deberían orientar la praxis política de las izquierdas. Luego, y tras este quiebre dirigencial, el elector se dividió entre quienes aceptaron la nueva retórica progresista, y los que quedaron huérfanos de un centro político inexistente. El proceso de desarticulación fue de arriba hacia abajo. De hecho, esto nos ayuda a entender las similitudes entre quienes hoy forman parte del "socialismo democrático" y el Frente Amplio. Hechos relevantes como la Renovación Socialista parecieran ser un mero recuerdo de la historia reciente.
Respecto a Chile Vamos, su crisis sería de una naturaleza distinta. No se trata de una capitulación programática o generacional ante un rival más convencido que reniega de ellos, sino de una descomposición institucional que precede y facilita el ascenso republicano.
En la UDI, el problema gira en torno a la figura de Jaime Guzmán. La percepción -justa o no- de que abandonaron sus principios los disoció de su votante más duro. No es de extrañar que los fundadores del Partido Republicano provengan de este partido. Pero, a diferencia de la Concertación, aquí sí hubo resistencia. Y, de hecho, la sigue habiendo. El problema es que esa resistencia no ha sido programática y terminó siendo el propio elector de derecha quien prefirió primero a los republicanos.
El caso de Renovación Nacional es todavía más complejo. Su deterioro se agravó por la muerte del expresidente Sebastián Piñera, quien mediante recursos y también liderazgo lograba ordenar las filas. Carlos Larraín hacía algo similar: el financiamiento como método de disciplina. Ambos están fuera, y lo que queda es una estructura con escasa cohesión y disciplina interna. En términos programáticos, no se sabe muy bien qué quieren y el votante de derecha lo ha ido internalizando elección tras elección.
Es aquí donde radica la diferencia fundamental entre ambos procesos. Mientras la Concertación perdió porque abandonó su narrativa entre las élites de su sector, Chile Vamos pierde porque se está desintegrando orgánicamente al tiempo que su electorado ya migró hacia las nuevas derechas. El votante de derecha no migra porque las élites de Chile Vamos hayan validado el diagnóstico republicano, sino porque percibe una "resistencia" proveniente de partidos cada vez menos institucionalizados, que ya no tienen el músculo orgánico ni financiero que les permitía mantener disciplina interna y movilizar a la ciudadanía con ideas claras.
Si Chile Vamos, o como se llame en el futuro, pretende articular un proyecto capaz de disputar con éxito la hegemonía en la derecha, deberá partir por reconocer este proceso que lo llevó a abstraerse de las preferencias de su electorado. De lo contrario podría estar condenado a ser el vagón de cola de las nuevas derechas.
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