Las políticas públicas vuelven al centro de la discusión a medida que se acerca la elección presidencial de noviembre. Más que debatir si las propuestas son buenas ideas en el papel, necesitamos anclar la conversación en torno a su efectividad: no solo cuánta cobertura prometen ni cuántos recursos requieren, sino si son capaces de generar cambios sostenibles y positivos en la vida de las personas.
Podemos mirarlas como sistemas complejos: conjuntos de elementos que interactúan y cambian de forma interdependiente a lo largo del tiempo. En este entramado conviven beneficiarios, profesionales, hacedores de política, organizaciones implementadoras, sistemas de datos, tecnología, lineamientos y guías. Son sus interacciones, más que los componentes por separado, las que producen transformaciones sociales duraderas.
Desde esta mirada, al evaluar si una política funciona, no basta con mirar un indicador aislado. Debemos observar ciertos elementos clave que nos muestran si realmente está generando el impacto esperado. En primer lugar, las políticas públicas deben ser informadas por la evidencia. Esto significa aprovechar el conocimiento acumulado sobre lo que funciona, sustentado en investigaciones y evaluaciones rigurosas. Así aumentan las posibilidades de lograr cambios que se sostengan y puedan replicarse en distintos contextos.
Sin embargo, contar con políticas bien diseñadas o con evidencia de que funcionan no es suficiente. La clave está en cómo se implementan. Para lograr los cambios buscados, se necesitan lineamientos claros, pero también la flexibilidad necesaria para adaptarse a distintos contextos, junto con un apoyo a la implementación constante a los equipos que las llevan a la práctica. En este sentido, las ciencias de la implementación ofrecen herramientas para fortalecer las políticas en todos los niveles (nacional, regional y municipal), asegurando que no se queden en el papel, sino que se traduzcan en transformaciones reales y sostenibles.
Un tercer aspecto esencial es que las políticas públicas cuenten con aceptabilidad, pertinencia y factibilidad suficientes para sostenerse en el tiempo. Esto implica que sean culturalmente relevantes, sensibles al lenguaje y a las prácticas de las comunidades, sin perder la fidelidad a sus principios centrales. Y requiere trabajar de manera conjunta con beneficiarios y con quienes tienen la tarea de llevarlas a los territorios, porque ninguna política se consolida si no logra legitimidad entre las personas que la viven y la implementan día a día.
En cuarto lugar, debe haber procesos de capacitación y formación continua para quienes ponen en práctica la política pública. Desarrollar habilidades clave, como la resolución de problemas, es indispensable para la efectividad. La formación no puede limitarse a un taller inicial: requiere continuidad, supervisión, retroalimentación y actualización, de modo que los equipos implementadores no solo adquieran conocimientos, sino también consoliden competencias y fortalezcan su capacidad de acción en el tiempo.
La medición de resultados está en el corazón de las políticas públicas efectivas. El desafío es avanzar desde calcular coberturas y alcances hacia medir cambios reales en la vida de las personas de manera rigurosa. De esta manera sabremos no solo si las políticas públicas llegaron a quienes debían beneficiar, sino si éstas lograron generar las transformaciones buscadas. Por ejemplo, para saber si un programa de apoyo a la crianza es efectivo, es imprescindible conocer la cantidad de cuidadores que participaron, además de averiguar si consiguió reducir los síntomas de salud mental asociados a la crianza o si ayudó a fortalecer las relaciones entre padres e hijos, por mencionar algunos aspectos.
Con mediciones rigurosas es posible identificar qué iniciativas son más costo-efectivas: aquellas que logran más con los limitados recursos públicos y contribuyen de manera decisiva al futuro del país. Solo las que demuestran resultados comprobables deberían escalarse, ya sea integrándose a programas más amplios o extendiendo su presencia territorial. Así se garantiza que la inversión se concentre en lo que realmente genera impacto.
A las puertas de un nuevo ciclo político, es un buen momento para que, como ciudadanos, nos atrevamos a exigir a quienes aspiran a gobernar, propuestas sólidas, basadas en evidencia y con capacidad de generar cambios reales. Solo así podremos avanzar hacia políticas públicas que no se midan por promesas, sino por resultados que transformen efectivamente la vida de las personas.
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