Crítica intolerante e intolerancia a la crítica

Durante los últimos días, dos destacados columnistas de la escena nacional, Cristián Warnker y Carlos Peña, han alertado sobre la presencia de un espíritu de intolerancia en el espacio público.

Para  el primero este tiene un carácter de epidemia, donde la desmesura y el exceso son sus síntomas principales. Y para el segundo, esto configura un clima susceptible de transformarse en la práctica, en una suerte de censura perfecta sobre los debates y sus actores.

No es difícil concordar con semejante diagnóstico dado los argumentos entregados. Esto permite reforzar la necesidad de advertir de este semblante, que amenaza en un tiempo tan necesario para el actual, la posibilidad de un diálogo racional y fructífero.

Sin embargo, también resulta necesario alertar, para que esta vital prevención no se convierta en lo que justamente trata de evitar.

Esta vez en un tipo de censura e intolerancia a toda crítica, bajo el pretexto de la intransigencia. Distinguir una de otra resulta tan necesario como advertir sobre lo primero.

Si no podemos caer, sin querer, en riesgo de transformarnos como aquellos que, según señala Ortega y Gasset “enfocan su vida de modo que viven con entremeses y guarniciones. El plato principal nunca lo conocen”, es decir, rehuir el debate y diálogo a pesar de probables asperezas.

            No obstante, conviene recordar, como el mismo rector aludido lo ha señalado muchas veces, que una de las principales fuentes de intolerancia actual, no son, como pudiera pensarse, las ideologías, sino justamente la ausencia de ellas.

Sin horizontes normativos susceptibles de ser comunicables discursivamente, la subjetividad personal y privada constituye por si sola, la casi exclusiva fuente de certeza,  en un tiempo de carencias agudas de ellas. Más aún en época de pandemia.

Pero este tipo de convicciones,  solo logra confirmar lo que ya creemos, y no nos permiten conocer aquello que no sabemos, o lo que es distinto a lo que creemos.

¿No son acaso las redes sociales un lugar más bien privilegiado de comprobar creencias y obtener Me Gusta, muy lejos de la ciber utopía del ágora virtual de sus momentos iniciales?

Dicho de otra manera. En lugar de sostener un ideal de yo, debido a la carencia de estos, situamos ahora al propio yo, como lo que debiera sostener el otro como ideal.

El conflicto de la vida en sociedad es algo inherente a nuestra condición y también extensivo a nuestros vínculos diversos.

Ya Freud lo señaló en sus escritos llamados sociales, como en El Malestar en la cultura, de manera prístina. Por eso no está de más una alerta última.

No es el conflicto ni el antagonismo resultante la condición de la agresión o la violencia. Al contrario.

En democracia, esta le da expresión y representación, y junto con ello, vías pacíficas de resolución.

La violencia y agresión surgen entonces, cuando para anular a estas, se tiende a sofocar el conflicto, intentando suprimir a los antagonistas y a veces como lo hemos vivenciado dramáticamente, incluso de forma física.

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