¿Cuáles libertades?

Martin Harding
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Hablar de igualdad importa. En particular, cuando se trata de oportunidades, lo justo es que seamos iguales.

El 28 de marzo recién pasado, Teresa Marinovic escribía que la desigualdad no es un problema(1) . Si bien no comparto prácticamente nada de lo que en esa columna se expone, las críticas hacia ella ya fueron escritas (2) y no es mi intención profundizar en ellas ni aportar nuevas.

Creo que lo importante de esa columna es que expone algunas ideas que son genuinamente abrazadas por algunos sectores de nuestra sociedad, en particular por la derecha más apegada al liberalismo económico tradicional, y son usadas para justificar o desestimar determinadas políticas públicas en el país, como por ejemplo, la intromisión del Estado en ciertas áreas y la mayor carga del sistema tributario.

Para juzgar si un conjunto de libertades, derechos y deberes contribuyen al bienestar de la sociedad es necesario definir que entendemos por bienestar social. Si bien existen diversas definiciones, es razonable pensar que los individuos en general buscan la felicidad, es decir, desean ser libres para llevar la vida que ellos valoran, en función de sus preferencias, creencias y méritos.

La visión liberal tradicional sostiene que el progreso de la sociedad se funda en el establecimiento de libertades civiles y económicas amparadas en un Estado de derecho y el derecho de propiedad, donde el individuo y su libertad son lo primordial.

La intervención del Estado debe ser lo más acotada posible, de manera de garantizar la justa competencia e igualdad de condiciones para todos los individuos. Luego, la tarea del Estado es garantizar un set de “condiciones previas” (libertades civiles, estado de derecho, mercados libres, democracia, igualdad ante la ley, etc.), para que los individuos libres puedan desarrollarse en función de su propio mérito.

¿Qué pasa si el acceso a esas “condiciones previas” bien establecidas es desigual, o si algunos ciudadanos no pueden satisfacer condiciones mínimas para llevar adelante una vida digna?

¿Qué pasa si las oportunidades son demasiado desiguales? El premio Nobel de Economía Amartya Sen(3) propone que para poder hablar efectivamente de bienestar debemos definir las libertades en un sentido más amplio: debemos evaluar las “capacidades” que cada individuo tiene para llevar la vida que tiene derecho a valorar.

Así, además de preocuparse de garantizar las libertades “tradicionales”, el Estado y las políticas públicas deben preocuparse de que los ciudadanos no se vean privados de libertades que les impidan llevar la vida que desean, dado un determinado nivel de mérito o esfuerzo.

Entre ellas, Sen destaca, por ejemplo,la libertad de no sufrir (o morir) por desnutrición,la libertad de tener un acceso digno a servicios de salud, servicios sanitarios básicos y acceso a agua potable.

¿Existe en Chile la libertad de educarse de acuerdo a las preferencias y el talento?¿O la libertad de poder emplearse en función del mérito personal a todo evento? La violación de estas libertades no solo atenta contra la dignidad de las personas; es una falacia que el destino de cada persona depende de su propio mérito y esfuerzo cuando éstas no se cumplen.

En Chile, las libertades “tradicionales” se encuentran razonablemente bien garantizadas, mientras que es evidente que una porción muy importante de la población no cuenta con las “capacidades” mínimas que le permitan llevar la vida que desea (no por falta de esfuerzo, sino por desigualdad de oportunidades).

Desde el término de la dictadura, el foco ha estado puesto en garantizar las “condiciones previas” en una etapa de transición hacia un país democrático y más desarrollado. Hacia adelante, y desde el punto de vista de la política pública, el foco debe estar puesto en equiparar las oportunidades. Notar que esto no restringe las libertades individuales fundamentales ni pretende igualar a distintos individuos en términos de la vida que cada uno elige llevar; simplemente pretende nivelar la cancha para que la competencia sea, de hecho, justa y en igualdad de condiciones.

Esto, además de aliviar conflictos sociales generados por la frustración de los desfavorecidos, evita el desperdicio ineficiente de talento que se produce cuando individuos talentosos son privados de oportunidades justas.

Desde una perspectiva filosófico-moral, y dependiendo de cuál sea nuestra premisa acerca de qué entendemos por justicia, podemos basarnos en inferencias lógicas para concluir que la desigualdad no importa, o que sí importa, ¡o lo que sea!

Lo realmente importante es lo que la sociedad manifiesta cuando expresa sus preferencias en democracia: si nuestra concepción de lo justo se inclina más hacia el liberalismo, hacia el enfoque de “capacidades” de Sen, o cualquier otro es algo empírico.

Diversas manifestaciones ciudadanas dan cuenta de que a la mayoría sí le importa vivir en una sociedad con oportunidades más equiparadas; le importa la igualdad y la desigualdad. El desafío para la autoridad es saber llevar a buen puerto esas preferencias.

(1)http://teremarinovic.blogspot.com/2012/03/lamento-decirlo-pero-la-desigualdad-no.html
(2)http://www.elmostrador.cl/opinion/2012/04/02/tere-marinovic-la-desigualdad-si-es-un-problema/
http://www.elmostrador.cl/opinion/2012/04/03/desigualdad-%C2%BFlibres/
(3)Sen, Amartya, Development as Freedom (2000), Anchor Books.

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