Culpable soy yo, pero hablemos de ti

Quienes vuelven de vacaciones se han podido dar cuenta, escuchando hablar a Piñera, de que nada ha cambiado. Haciendo ostentación de su escasa capacidad para entender y adaptarse a una crisis, volvió a emplear una de esas frases con la virtud de incendiar la pradera. Dijo que el Gobierno está preparado para resguardar orden público si se cumple el vaticinio de "un marzo violento". 

Una frase desacertada se la reconoce fácilmente: es innecesaria, moviliza a los detractores más duros y deja expuesto al emisor a la descalificación rápida de sus palabras por los hechos. 

Lo que nos está diciendo el gobierno es que espera enfrentar el comienzo del año político con el firme propósito de gobernar. Lo cual nos puede parecer una obviedad, pero es algo que no ha estado logrando a partir del estallido social. 

Lo que dice el oficialismo es que tiene por intención alcanzar lo mínimo que se le pide a cualquier gobierno, es decir, asegurar el orden público. Tamaña confesión de incompetencia no puede ser lo único que diga, si lo que pretende es ir recuperando aunque sea un atisbo de iniciativa política. 

La mejor forma que se conoce de no responder un asunto embarazoso, cuando se carece de respuestas con un mínimo de decoro, consiste en hablar de otra cosa. Cuando el problema evidente que tenemos es que el gobierno no da el ancho, al oficialismo se le ocurre ponerse a hablar de… la responsabilidad de la oposición. 

El gobierno respondió al tema de fondo del único modo que sabe: con una campaña comunicacional con efectos pasajeros y superficiales. De creerle a sus voceros, lo que el país necesita es que la oposición se defina respecto del uso de la violencia y “aislar a los grupos violentistas, sin ambigüedades”. 

Pedirle a un grupo de personas, que llevan toda su vida siendo pacíficos, que continúen siendo pacíficos, es algo absurdo. Pero, como es obvio, no se trata de despejar una duda que, con honradez, nadie tiene en la derecha. 

Se intenta que predomine en la agenda un tipo de conversación que le resulta inmerecidamente favorable a un gobierno inepto, el papel de quién reparte medallas al mérito de buena conducta cívica. Estamos, nada menos que, ante los árbitros de la paz. 

El gobierno no está priorizando su obligación de hacer frente a los violentos que ejercen la violencia, sino de buscar censurar lo que dicen los pacíficos sobre una violencia que no han practicado nunca. 

No se trata de caer en la bobalicona actitud de empezar a dar toda clase de demostraciones de que no estamos amparando antisociales. Si, con torpeza lo intentáramos, jamás vamos a responder “adecuadamente” a lo que se nos demanda. Seríamos como esos animales amaestrados de circo, que saltan a una orden y vuelven a saltar, mientras el domador les grita “¡más alto, más alto!” 

De lo que tenemos que preocuparnos no es de lo bien que ofrecemos disculpas por faltas que no hemos cometido, sino de preguntarnos qué es lo que estamos haciendo, dejándonos atrapar en un emplazamiento tan insensato.

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