Democracia Cristiana ¿identidad versus cooperación?

Con atención hemos seguido el debate que se ha instalado en los últimos días a propósito del rol que debe jugar la Democracia Cristiana en el país. Con todo, es un signo alentador que un partido tenga la voluntad de pensar el futuro y debatir su proyecto.

Por una parte, se ha promovido la idea que la tarea del Partido es lograr la máxima diferenciación en la oposición. Por otra parte, está presente la moción que se debe llegar a acuerdo con la izquierda. Ambas posiciones con argumentos plausibles de ser escuchados y analizados. ¿Pero éste es el verdadero problema? Pensamos que no. Aquello es sólo una parte de la situación.

La labor por delante es mucho más compleja que promover únicamente un pacto político. Esto es más bien un movimiento táctico, que no es menos importante, pero sería algo totalmente insuficiente si no va acompañado de una reflexión mayor.

Pues bien, acá ofrecemos una opinión que comenzamos con una autocrítica. No podemos olvidar que la comunidad nos observa. Y hoy solo mostramos diferencias, casi insalvables, entre nosotros. Con planteamientos que incluso son contradictorios y con vocerías que se enfrentan cada vez que pueden. El Partido ya no tolera la práctica de una política de fracciones y agendas personales. Esto nunca ha sido la Democracia Cristiana. Muy distinto es el legítimo debate respecto de tesis políticas y sus correspondientes estrategias. Pero todo en un marco de fraternidad y sentido de unidad.

Ahora bien, para entrar entonces a una discusión más amplia, inexorablemente debemos preguntarnos desde dónde nos paramos y cuál es el momento que nos toca asumir y confrontar. No se puede olvidar que la preocupación de la política está anclada a la realidad que quiere cambiar. Y, qué duda cabe, hoy en el país hay mucho por cambiar y por mejorar.

Por ello, permítannos hacer tres constataciones previas.

Primero, no tenemos duda que durante los últimos meses Chile cambió. Parece casi obvio, pero a ciertos sectores de la sociedad, particularmente conservadores, aún les cuesta reconocer que después del 18 de octubre del año 2019 nuestro país tuvo un quiebre significativo.

Son esos quiebres que obligan a repensar todo y que conllevan cambios respecto de situaciones que para otras épocas se entendían como razonables. Los chilenos nos han dicho con claridad que ya no resisten una sociedad marcada por desigualdades de todo tipo. Y que es una tarea urgente construir un nuevo pacto que permita superar la cultura de los abusos para dar paso a un nuevo tipo de sociedad.

Esta sociedad debe estar pensada desde una convivencia que se sostiene en una mayor equidad y solidaridad. Es la única forma para lograr una verdadera libertad.

¿Qué nos piden los chilenos? Atender con urgencia sus necesidades y prioridades. Los temas de la agenda están claros. Esto es una mejor atención en salud, una previsión justa y ahora, con más fuerza, empleo y seguridad.

¿Cuál es el denominador común de todo esto? Es el anhelo de vivir en una sociedad más justa. La historia de los países está marcada por determinados sueños compartidos que se expresan en coyunturas claves. Son momentos donde las urgencias se manifiestan con nitidez.

Por ejemplo, en dictadura, la mayoría quería volver a vivir en libertad. Dejar atrás los miedos y los autoritarismos. Ahí estuvo el sueño común que movilizó a toda una generación para recuperar la democracia. Hoy podríamos decir que ese sueño común está determinado por alcanzar una sociedad más inclusiva e integrada. Una sociedad que propicie un verdadero desarrollo y no una que otorgue oportunidades a unos pocos privilegiados. Esta es la realidad que nos toca asumir. Ni más, pero tampoco menos.

Segundo, en materia del sistema político, luego del cambio del sistema electoral binominal, hoy tenemos uno proporcional corregido para las elecciones del parlamento. La consecuencia de este cambio de reglas ha significado un mayor número de partidos políticos y, en teoría, una mayor diferenciación ideológica, algo así como más derechas y más izquierdas, incluso más centros. Hoy tenemos más representación, pero también más dificultad para lograr acuerdos que permitan la necesaria gobernabilidad.

Lo anterior, con el agravante que las instituciones políticas atraviesan una situación de desprestigio que las limita en su actuar. Tenemos un problema de legitimidad del sistema que debemos hacernos cargo.

Adicionalmente, también vemos la dificultad que presenta el sistema político electoral para resolver las demandas ciudadanas. Los diversos sistemas electorales que conviven (para alcaldes, concejales, gobernadores, diputados y senadores) resultan no funcionar coordinadamente a la hora de implementar las soluciones y políticas que los votantes reclaman con urgencia. Por ello, la discusión constitucional también deberá corregir el funcionamiento del sistema de partidos y de representación.

Tercero, tanto la crisis social, como la crisis sanitaria ocasionada por la pandemia, nos han demostrado la importancia de contar con un Estado protagónico.

Con cierto asombro, hoy vemos que furibundos defensores de un Estado pequeño hoy claman por una ayuda fiscal. De parte de esta minoría poderosa no ha habido ningún decoro para olvidar toda ortodoxia liberal que por décadas nos ha predicado acerca de la primacía del individuo. De un momento a otro, todos se dieron cuenta de las virtudes de un Estado activo y redescubrieron las recetas keynesianas en los momentos de apretura. Probablemente es la mejor demostración del fracaso de la receta liberal.

Enhorabuena, estamos en presencia de un nuevo debate en torno al rol del Estado. Los democratacristianos nunca hemos creído en un Estado exacerbado.

Nunca hemos creído en un estatismo que todo lo puede y todo lo ordena. Tampoco hemos compartido la idea que todo lo resuelve el mercado.

Pero sí creemos en un Estado fuerte, con autonomía de todo tipo de intereses. Un Estado que debe actuar de manera profesional, de manera transparente y dar cuenta de sus acciones en el marco de un gobierno democrático. Por ello, hemos promovido un Estado social y democrático de derecho en el marco de una economía social y ecológica de mercado.

Dicho lo anterior que da cuenta del contexto político y social actual, vamos ahora a la cuestión planteada al inicio.

Respecto a la discusión de cómo conjugar esta tensión entre diferenciación y cooperación, pensamos que no existe tal disyuntiva. Es decir, en el contexto actual del sistema político que tenemos, creemos que no es cierta la dicotomía entre lograr un adecuado perfilamiento respecto de generar un espacio de entendimiento y cooperación con otros actores en el marco de la oposición.

Es cierto que para la viabilidad de un partido político su capacidad de diferenciación y perfilamiento constituye una tarea vital. Entre tantos actores políticos, se requiere ocupar con claridad una posición política en el sistema.

Pero con la misma claridad, si se aspira a influir y lograr mayorías para gobernar, también es necesaria la cooperación con otros.

El talento político que exige esta situación tiene dos caras. La primera se refiere al necesario fortalecimiento de la identidad propia. Aquello se hace con ideas y propuestas que apunten a las demandas sociales. Y también con liderazgos coherentes que impulsen dichas propuestas. La segunda, más bien, apunta a la capacidad de entenderse con otros en un propósito compartido. Por lo tanto, no son tareas excluyentes, sino más bien complementarias.

Obviamente la cooperación se debe dar en el contexto de un derrotero común del cual formar parte. Sin imposiciones de ningún tipo. De ser así, sería aceptar un modo autoritario de entender la actividad política. Hoy más que nunca gobernar requiere tener ideas y objetivos precisos.

Los chilenos y chilenas están cansados de promesas populistas que no se cumplen en el gobierno. La única forma de enfrentar esta deslegitimación de la acción pública es con programas compartidos y el compromiso de llevarlos a la práctica con eficiencia.

Por cierto, hoy la realidad de la oposición, o de las oposiciones, nos indica que hay mucho trabajo por hacer. Por lo pronto, vemos el desafío de iniciar la construcción de caminos que favorezcan el diálogo y la articulación. En síntesis, esto supone claridad en las propuestas y generosidad política de parte de todos.

Sostenemos que los problemas de Chile se resolverán con más democracia. Las posiciones conservadoras y con ciertos resabios autoritarios nos dirán que debido a la crisis no se pueden llevar a cabo los procesos electorales.

Sin embargo, los demócratas debemos buscar los mecanismos para que las instituciones funcionen y los procesos electorales se realicen en éste nuevo escenario. El problema sanitario no puede ser excusa para suspender la tarea política que está pendiente luego del estallido social iniciado el 18 de octubre pasado.  

En lo inmediato, junto con superar la crisis social y sanitaria, tenemos un calendario electoral muy exigente. En los próximos 18 meses estaremos desafiados en todos los niveles políticos. Entonces ¿qué hacer? Lo urgente es definir una estrategia política que nos ordene. Por cierto, un partido político no es un regimiento, pero tampoco una montonera. Es necesario hacer la reflexión, luego el debate y finalmente acordar una hoja de ruta para los próximos desafíos políticos. Ideas y propuestas que iluminen la acción política. En ese orden de cosas.

Un partido político que pierde su capacidad de discusión y reflexión comienza a actuar con ideas ajenas. Eso no es propio para un partido que desde siempre ha contado con una doctrina y una filosofía que ha impulsado su acción política.

La Democracia Cristiana tiene en su ADN más puro la preocupación por la persona y la comunidad. Por la libertad y también la igualdad. Por la solidaridad y el sentido de la trascendencia. En medio de esta reflexión, es bueno recordar por qué no somos liberales (ya sea de derecha o izquierda) ni tampoco conservadores.

Bien lo definió el maestro Jaime Castillo Velasco, “el comunitarismo es la concepción que destaca simultáneamente el valor de lo individual y de lo social. Dicho en un plano político, destaca y armoniza los derechos del individuo frente a la sociedad, con los derechos de la sociedad frente al individuo”.

Por todo lo dicho, entonces el desafío consiste, más bien, en definir un camino a seguir. Consensuar qué hacer y cómo hacerlo. Construir un proyecto comunitario para abordar los pendientes. En suma, ideas que den sustento a un proyecto para influir y para aspirar a gobernar.

Luego viene la necesaria tarea de entendernos con otros. Por lo demás, bajo un sistema altamente fragmentado, constituye una obligación republicana. No se puede olvidar la lección aristotélica que somos seres gregarios. Vivimos con y para otros. La ciudad la construimos entre todos.

En tiempos de crisis, los liderazgos se hacen imprescindibles. A propósito de las ideas, Maritain sostenía que una sociedad debería ser “una comunidad de hombres (y mujeres) libres”. Esta debe ser la finalidad de la actuación política del PDC. Ese es el rol que debe asumir un partido cuya historia ha promovido profundos cambios sociales, políticos y económicos para la sociedad chilena.

No podemos olvidar nunca que no somos un partido de izquierda, pero tampoco de derecha. Somos un partido que históricamente se ha definido como de vanguardia. Esa es la razón más profunda del nacimiento y la existencia de la Democracia Cristiana chilena.

Co autor de la columna es Manuel Gallardo Presidente de la Juventud Demócrata Cristiana, Licenciado en Trabajo Social, Magíster © en Gobierno y Sociedad de la Universidad Alberto Hurtado.

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