Cuando creíamos que en Chile el debate sobre el golpe de Estado de 1973 había alcanzado un consenso moral, la candidata presidencial Evelyn Matthei decidió encender la mecha con la llama de la impudicia. Volvió a hacer lo que muchos de su sector llevan años intentando: justificar lo injustificable. Esta vez, sin matices, defendió el 11 de septiembre como algo "necesario". Me pregunto: ¿Necesario para quién?
¿Fue necesario para las madres y padres que aún buscan a sus hijos e hijas desaparecidos y desaparecidas? ¿Fue necesario para quienes sobrevivieron la tortura, la cárcel y el exilio? ¿Fue necesario para los trabajadores y trabajadoras que vieron cómo se desmantelaba el proyecto de dignidad que habían empezado a construir? Porque decir que el golpe fue necesario no es solo una opinión política: es validar la violencia como herramienta legítima cuando la democracia no te favorece.
Lo que dice Matthei duele. Ella además de ser una figura pública aspira a ser Presidenta de Chile. Lo que Matthei hace es blanquear la historia. Está lavando la cara a una dictadura que dejó más de 40.000 víctimas reconocidas por el Estado chileno. Lo dice con voz calma, con lenguaje técnico, como si estuviera hablando de una decisión estratégica y no de un baño de sangre.
Hay algo perverso en esta normalización. Porque cuando alguien como Matthei -con acceso a micrófonos, cámaras, editoriales- relativiza el golpe, no sólo está hablando del pasado: está educando a nuevas generaciones. Está plantando la idea que la democracia puede ser suspendida si a los poderosos no les gusta cómo votamos. Está diciendo, en voz alta y sin rubor, que si un gobierno elegido democráticamente no satisface a ciertos sectores del poder, el camino de las armas vuelve a ser una opción legítima. Esa es la semilla que muchos esperábamos enterrar con los 50 años del Golpe; sin embargo, hoy vemos que Matthei es la jardinera que intenta regarla.
Eso es peligroso. Muy peligroso.
Nací en 1980. Pertenezco a una generación que creció escuchando palabras como allanamientos, toques de queda y censura. Crecí escuchando los silencios. Escuché cómo muchas personas se quebraban cuando hablaban de compañeros detenidos, cómo les temblaba la voz al recordar nombres que nunca más aparecieron. Esos silencios también son memoria. Y no los vamos a permitir.
No es casualidad que justo ahora -cuando el país discute sobre derechos sociales, sobre un modelo agotado- resurjan con fuerza estas defensas del autoritarismo. Hay sectores que prefieren el miedo a la transformación. Para eso, les resulta útil instalar la idea de que hay veces en que la democracia "falla" y hay que "corregirla" a la fuerza.
Desde la memoria, desde la dignidad, desde el compromiso con una democracia real tenemos que responder con fuerza. Nunca con odio, sí con claridad. No todo es debatible. No todo puede relativizarse. Hay líneas que una sociedad democrática no puede cruzar.
Evelyn Matthei cruzó esa línea. Y lo hizo sonriendo. Matthei escupió a la memoria, escupió a los chilenos, le escupió a la verdad. No podemos normalizarlo. No debemos normalizarlo. ¡Nunca más!
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